1. Catalunya no es el problema de España. En todo caso es a la inversa. España es el problema de Catalunya. La semana pasada, Miquel Roca i Junyent lo soltó sutilmente, supongo que para hacerse perdonar por los nostálgicos de CiU, en un auditorio que tenía un aspecto de Cafarnaum de ganapanes del régimen del 78. Ante el público reunido en el Círculo Ecuestre, el majestuoso templo de la gente con dinero que hace años que dejó de ser burguesa, puesto que la burguesía de verdad es otra cosa, recordó las palabras de Francesc Cambó de 1907: “pasarán los gobiernos y los regímenes, pero el hecho vivo de Catalunya pervivirá”. La singularidad de Catalunya no es un enigma, ni un problema, ni una cuestión irresuelta. Es un hecho vivo, una nación cuya pervivencia ha sido posible por la fidelidad a la lengua y a la cultura de una base popular, obrera, menestral y pequeñoburguesa, que a menudo ha tenido que luchar contra los burgueses de la tierra, el Estado y la izquierda españolista. Entre los asistentes a la conversación entre Felipe González —uno de los grandes fraudes que ha dado el socialismo español—, y Miquel Roca —quien ha acabado siendo rehén del establishment que salvó su bufete de la crisis—, había representantes de los tres grandes enemigos de Catalunya. Los dos millones del 1-O no estaban representados, evidentemente.

2. El régimen del 78 es un monstruo que se lo zampó todo. Ha ennegrecido el cielo del 15-M hasta devolver al activismo a Pablo Iglesias, después de un paso decepcionante por la política. ¿Es que no es realmente un fracaso renunciar a la vicepresidencia de un gobierno para acabar siendo un tertuliano que pontifica sobre qué debería hacer un vicepresidente o el gobierno entero? Unidas Podemos cada día se parece más al PCE que Santiago Carrillo llevó de la hegemonía durante los años de la dictadura en la España castellana —porque en las nacionalidades históricas siempre tuvo que compartir protagonismo con los nacionalistas— a la práctica disolución. Actuó de acuerdo con el ritmo que le impuso el régimen y los comunistas fueron cayendo en la irrelevancia. Los oportunistas se integraron en el PSOE. Unidas Podemos vuelve a estar en manos del PCE y el partido-madre, Podemos, se va desmenuzando. El episodio de la destitución del diputado Alberto Rodríguez ha demostrado dos cosas. La primera, en la línea de Felipe González, es que el PSOE es el bastión del régimen del 78, porque se supedita a los engaños y a la conculcación de derechos de los magistrados para seguir en el gobierno. La segunda es que Podemos no es ninguna alternativa. Que el ya exdiputado se haya dado de baja del partido es la conclusión lógica de quien se siente abandonado por los compañeros que se sientan en el consejo de ministros y no saben priorizar la democracia a la estabilidad gubernamental. Gesticular no es actuar políticamente, sobre todo si después no defiendes los derechos, en este caso, de tu diputado. En Catalunya ya hemos vivido esta experiencia.

Hacer política pragmática desde las convicciones es la única manera de no caer en la irrelevancia. Ser tan solo pragmático convierte el grupo que lo es en moneda de cambio y en un simple complemento

3. El buen político es ese que sabe convertir las convicciones, sin rebajarlas, en decretos y proyectos de ley. El PSOE lleva años flojeando en este sentido, como toda la socialdemocracia europea. Si se aguanta es porque la derecha española desprende un aroma tan franquista y es tan poco demócrata, que los socialistas son a ojos de mucha gente el rey tuerto en tierra de ciegos. Felipe González desbarra al reclamar la presunción de inocencia del rey corrupto, mientras Pedro Sánchez se esfuerza por aprobar los presupuestos con un rompecabezas de partidos que busquen sustituir a Podemos en la próxima legislatura. La no tan histórica declaración de Otegi sobre las víctimas de ETA (vean mi columna anterior) va en esa línea. Pablo Iglesias publicó un artículo en que alababa a Otegi, entre otras cosas, porque ha dado una lección de pragmatismo a los independentistas catalanes. No sé a qué se refiere, porque en todo caso ha sido el independentismo catalán el que al final se ha impuesto a la violencia defendida por Otegi en otros tiempos. Iglesias seguramente se está refiriendo a los republicanos, que sí que han quedado rendidos a la estrategia camboniana de Otegi de querer ser Bismarck y Bolívar al mismo tiempo. Mario Onaindia se le adelantó hace años y al final se olvidó de Bolívar. Tengo la premonición de que en la próxima legislatura Esquerra Republicana dará un paso más en su aproximación al PSOE con el auspicio, precisamente, de Otegi y Joan Tardà, por poner un nombre. Los del Ecuestre —o los que celebran comilonas en el Empordà, que son los mismos— lo celebrarían. Y Miquel Roca, también. Él intentó dar este paso muchas veces. A diferencia de Pablo Iglesias, que se cortó la coleta cuando salió del gobierno, como los toreros cuando abandonan, Pere Aragonès ya iba encorbatado y sin pendientes mucho antes de ser elegido presidente.

4. Entre el activismo autocomplaciente y la renuncia bismarckiana hay margen para hacer política pragmática desde las convicciones. Les pongo un ejemplo, relacionado con la actuación de los independentistas en el doble juego de tener que aprobar los presupuestos en Catalunya y en España. Lo más normal sería que la mayoría que invistió presidente a Pere Aragonès acabe para aprobar el presupuesto que está negociando el consejero Jaume Giró. Es normal que todo el mundo quiera imponer sus criterios, pero tienen que hacerlo teniendo en cuenta el sentido de la proporción. De las mayorías y las minorías. Los republicanos y los independentistas suman sesenta y cinco diputados en el Parlamento. Solo necesitan tres más para sacar adelante las cuentas. Está claro que deben buscarse entre los nueve diputados de los anticapitalistas. Lo que quiero decir es que sería del todo comprensible que la CUP, que es una candidatura heterogénea, representara con una votación de mínimos su posible discrepancia con el conjunto de los presupuestos. Dicho esto, los independentistas tendrían que hacer lo mismo en Madrid. Demos por descontado cuál será la posición de Esquerra, pues sus trece diputados ya están comprometidos con el PSOE. Junts, que tiene cuatro diputados en el Congreso, sería absurdo que se planteara presentar una enmienda a la totalidad a los presupuestos españoles. Los suyo sería que entrasen en la negociación teniendo muy claras cuáles son las líneas rojas sin caer en las intransigencias de los anticapitalistas. Nadie debería tener miedo de hacer política. No es necesario ser cómplice del PSOE para pactar unos presupuestos adecuados a los intereses de Catalunya. Es mejor actuar así que cortarse la coleta para sentirse siempre joven y revolucionario. Hacer política pragmática desde las convicciones es la única manera de no caer en la irrelevancia. Ser tan solo pragmático convierte el grupo que lo es en moneda de cambio y en un simple complemento. La política es siempre la confrontación entre bloques que pactan. Que cada cual elija bando y se explique.