“Es inaudito que se nos mire a nosotros como si estuviéramos en deuda con Pedro Sánchez”. Así resumió el conseller encarcelado Jordi Turull la sensación que tenía ante la presión de Podemos y los altavoces mediáticos del unionismo catalán para que el soberanismo vote los presupuestos presentados por el PSOE. ¿Qué obligación tiene el soberanismo de facilitar la tramitación de los presupuestos —por otra parte, relativamente necesarios teniendo en cuenta el calendario electoral—? Una cosa es que el soberanismo ayudara a echar al PP del poder, agudizando la crisis de Estado provocada por la corrupción y el conflicto catalán, y otra confiar en el PSOE. Como también apuntaba Turull en la misma entrevista difundida por Catalunya Ràdio, él era muy escéptico en cuanto a la actitud del PSOE: “Los socialistas respecto de Catalunya serán, pues eso, muy socialistas. Palabras y palabras, por un lado, y los hechos o no estarán o la mayoría viajarán en dirección opuesta”. De momento, como recordó Diana Riba, compañera del conseller Romeva, en un tuit impactante, “fa més dies que el @raulromeva està tancat a la presó amb el govern del PSOE que amb el del PP. Quan tingui estómac faré el comptador”.

El PSOE no tiene escrúpulos pero sí mucha jeta. La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, se despachó a gusto en una entrevista publicada en uno de los portavoces barceloneses del unionismo extremo. Calvo afirmaba en esa entrevista que “un gobierno democrático no saca a los presos de la cárcel”, además de considerar que el Ejecutivo “no tiene que actuar para conseguir que los líderes del procés salgan de la cárcel”. En un país donde el Tribunal Supremo cambia de un día por otro una sentencia sobre quién tiene que pagar las costas de las hipotecas sucumbiendo a la presión de los bancos y el Íbex 35, afirmar que España es un Estado de derecho es una broma pesada y de mal gusto. La socialdemocracia está en crisis en todas partes precisamente por haber asumido razonamientos de la derecha. Y en el caso concreto de España, por haberse reencarnado como una de las patas del nacionalismo español más casposo. Y quien piense que exagero que busque las declaraciones de personajes como Javier Lambán, Susana Díaz o Guillermo Fernández Vara, por no mencionar a los funestos Paco Vázquez, Joaquín Leguina, Alfonso Guerra o Pablo Echenique, actual secretario de organización de Podemos, pero que entró en política como militante de Ciudadanos, partido del que  conserva el nacionalismo españolista.  

Los presupuestos españoles no se pueden aprobar bajo ningún concepto. Si el PSOE necesita los votos de los soberanistas catalanes para ir tirando hasta el 2020, ya sabe qué tiene que hacer

El dramatismo unionista es exagerado y la palabrería mediática que le da apoyo, también. El argumento para defender que el soberanismo está casi obligado a aprobar los presupuestos españoles es tan insustancial, falso y repetitivo que, una vez has leído uno de esos artículos —por ejemplo, el publicado por quien años atrás hablaba con una cabeza de toro—, ya los has leído todos. El razonamiento es siempre el mismo. Que el PSOE se esfuerza por rebajar la tensión y que las nuevas cuentas beneficiarán Catalunya (como asegura el titular español de Cultura en la portada de La Vanguardia); que ERC se apuntaría al carro si no fuera por el peligro de una rebelión interna (si es que Joan Tardà no hace unas declaraciones asombrosas poniendo negro sobre blanco cuál es la real estrategia de los repentinos “neopujolistas”), mientras que el PDeCAT, que es un muerto que se afanan por resucitar, debería aferrarse al protagonismo que todavía le queda en el Congreso para sacar el hocico con la intención de abortar la Crida Nacional por la República y marginar al grupo de intransigentes, encabezados por los presidents Carles Puigdemont y Quim Torra, a quien se menosprecia como si fuese un títere fuera del control de la perversa Elsa Artadi, el deseado mirlo blanco traicionero. Fantasías unionistas que persiguen el objetivo de imponer su relato.

Los presupuestos españoles no se pueden aprobar bajo ningún concepto. Si el PSOE necesita los votos de los soberanistas catalanes para ir tirando hasta el 2020, ya sabe qué tiene que hacer. Si los socialistas no sintieron repugnancia cuando echaron del gobierno al PP gracias al apoyo de los independentistas catalanes, vascos y gallegos, quizás que reflexionen un poco y abandonen la peregrina idea de que, además de cornudos, van a dejarse apalear. Si la España progresista —si es que el PSOE es a estas alturas un partido progresista— tiene ganas de hablar, que tome en consideración la voluntad de los más de dos millones de catalanes que reivindican la independencia. Si quieren poner el contador a cero, primero es necesario que reconozcan que están haciendo bien algunas cosas. Los que reclaman al independentismo una autocrítica podrían empezar por reclamar al PSOE el respeto a la democracia. Los presos no le deben nada a Pedro Sánchez. Y los catalanes, tampoco.