El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, continúa con su brusco cambio de rumbo con respecto al conflicto en Ucrania. Este martes, el republicano encendió las alarmas del Kremlin después de que el Financial Times revelara que había preguntado al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, si podía "golpear" las ciudades de Moscú y San Petersburgo. Paralelamente, Rusia, cada vez más cerca de la ruptura total con EE.UU., vive el mejor momento de su relación con China, socio imprescindible del Kremlin para mantener los esfuerzos bélicos en Ucrania.
Trump, de acuerdo con las fuentes del Times, instó a Zelenski en una llamada a intensificar los ataques contra Rusia, y la respuesta del ucraniano fue clara: siempre que Washington proporcione armas de largo alcance, lo puede conseguir. Poco después de esta revelación, el norteamericano retrocedió, asegurando durante una atención a los medios que "no, Ucrania no tendría que tener como objetivo Moscú". Cuando se le preguntó por Vladímir Putin, de hecho, aseguró que, a pesar de su decepción, "no había roto del todo con él". Finalmente, se salió por la tangente al ser preguntado por un posible envío de armas en Ucrania que permitiera penetrar en territorio ruso. "No pretendemos hacer eso", sentenció. Entretanto, Kiev todavía espera más detalles sobre la llegada de equipamiento militar norteamericano valorado en "miles de millones de dólares" que Trump prometió la semana pasada.
La ambivalencia de Trump genera reticencias
Ucrania ha encajado el último giro de guion de Trump con cierto recelo. A pesar de celebrar que EE.UU. acceda a multiplicar los recursos antiaéreos ucranianos, la cuestión del plazo de 50 días para aplicar nuevas sanciones no acaba de convencer a los dirigentes de Kiev. Lo consideran una concesión a Putin, que ahora dispone de tiempo hasta septiembre para continuar con su oleada de ataques prácticamente diarios contra Ucrania. Varios analistas consideran que Donald Trump ha querido vender un endurecimiento de su posición, pero que, en realidad, la medida da libertad a Putin para que actúe con impunidad durante todo este tiempo, sin esperar represalias de Washington. De hecho, incluso desde Rusia cuestionan la medida. El expresidente ruso y miembro del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, Dmitri Medvédev, calificó de "teatral" el ultimátum lanzado por Trump al Kremlin.
Quien tampoco ha encajado bien el cambio de opinión de Donald Trump ha estado en Putin. Sin embargo, el dirigente ruso no piensa frenar sus operaciones en Ucrania: ha minimizado las amenazas arancelarias de EE.UU. y ha recordado que no tiene ninguna intención de negociar con Zelenski. Por su parte, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, ha quitado hierro al último movimiento del norteamericano: "50 días, antes era 24 horas [en referencia al tiempo que Trump dijo que tardaría en poner fin al conflicto], después fueron 100 días... Hemos aguantado todo eso, llevamos todo este tiempo aguantando las sanciones", ha asegurado, convencido de la resiliencia rusa ante los embates de Occidente. Y ha añadido una amenaza: "Aquellos que inician una guerra de sanciones contra Rusia acabarán hundidos en el mismo agujero que han cavado para su hermano [Ucrania]."
Pekín y Moscú, más amigos que nunca
Donald Trump, que antes de su retorno a la Casa Blanca acusaba a Biden de haber impulsado las relaciones entre China y Rusia y prometía romper el vínculo entre los dos países una vez llegara él al poder, asiste ahora con impotencia a un momento de esplendor en el eje Pekín - Moscú. Los jefes de la diplomacia de ambos países, reunidos esta semana, califican su alianza de "la relación más estable y madura del mundo ahora mismo". Cuando, las primeras semanas de su mandato, Trump miraba hacia una provechosa alianza con el presidente ruso, varias voces vaticinaban que eso alejaría Putin de su matrimonio estratégico con Xi Jinping. Ahora que el acercamiento a Rusia ha fracasado y el republicano ha optado por volver a erigirse en el gran protector de Ucrania, el rol de Pekín como socio leal de Moscú ha vuelto a reforzarse. La relación entre ambas potencias permanece intacta, y China sigue manteniendo la economía rusa a flotación mediante generosas ayudas que permiten superar las sanciones de Occidente.
Este martes, Xi se reunió personalmente con Lavrov, a quien recordó la necesidad de trabajar conjuntamente con los países del Sur Global para "promover el desarrollo de un orden internacional más justo y razonable". Además, se espera que, en el desfile militar que se celebrará próximamente en la China para conmemorar la victoria del país ante la agresión japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, Putin asista como invitado oficial, compensando así la visita del mandatario chino a las celebraciones del Día de la Victoria en Moscú. Por otra parte, el ruso participará en una cumbre de líderes de la Organización de Cooperación de Shanghái, grupo liderado por la China que busca erigirse en contrapeso a la hegemonía de los países occidentales.
Todas estas señales, que evidencian el buen momento de las relaciones entre China y Moscú, coinciden con los ultimátums de Donald Trump a Putin para tratar de forzar el cada vez más lejano acuerdo de paz en Ucrania. Pekín se lo mira desde su privilegiada posición, afirmando, tímidamente, que "nadie gana en una guerra arancelaria, y la coerción no resolverá los problemas". Las autoridades chinas siguen alimentando su retórica de inocua neutralidad, presentándose como un actor mediador necesario para alcanzar la paz. De hecho, China llegó a presentar una propuesta de paz que validaba las aspiraciones territoriales de Rusia, a la vez que hacía un llamamiento a respetar la soberanía ucraniana. Pero el audaz Xi, en el fondo, sabe cómo sacar rédito de su privilegiada posición en el conflicto. A pesar de disfrutar de una gran influencia sobre Putin —factor que Occidente ha utilizado para presionar el chino para que busque una solución a la guerra—, el líder del gigante asiático es consciente de que un acuerdo de paz implicará dejar de vender a Moscú sus tecnologías de doble uso, elemento vital para alimentar la maquinaria de guerra del Kremlin.