Rusia se encuentra ante un dilema inquietante después de los ataques con drones de Ucrania contra bases militares situadas profundamente dentro de su territorio. El Kremlin mantiene el silencio oficial, esperando los resultados de una investigación formal, pero la reacción en el espacio público ruso es mucho más visceral: voces pro-Kremlin claman abiertamente por represalias contundentes, incluyendo, una vez más, el espectro de un ataque nuclear.
Los ataques han afectado especialmente a aviones estratégicos estacionados a miles de kilómetros de la frontera ucraniana, golpeando un pilar de la capacidad disuasiva rusa. Eso ha hecho estallar el enfado en los canales de Telegram afines al régimen, donde se pide castigar a Ucrania “sin piedad”. Algunos, como los blogueros de Two Majors, hablan directamente del uso de armas nucleares como una respuesta lógica a este desafío.
Sin embargo, la reacción institucional rusa es mucho más calculadora. Expertos y figuras como el exviceministro Vladímir Milov o el analista Sergei Márkov apuntan que una respuesta nuclear provocaría un aislamiento internacional total, rompería relaciones con aliados como China y la India, y provocaría consecuencias políticas y militares irreversibles.
El contexto de Vladímir Putin
El contexto es complicado. El Kremlin ha visto cómo, una y otra vez, Ucrania ha conseguido golpear símbolos sensibles: el puente de Kerch, la región de Kursk o, más recientemente, infraestructuras clave dentro del corazón del territorio ruso. Y todo ello mientras las líneas rojas de Moscú se diluyen con el apoyo creciente de los aliados occidentales en Kyiv, que cada vez permiten un uso más libre de las armas suministradas.
Eso ha dejado a Moscú en una posición incómoda: su poder disuasivo se cuestiona en la práctica. Y eso, en una guerra que el Kremlin no puede permitirse perder ni en el ámbito militar, ni simbólico, ni político.
Aunque las amenazas nucleares han sido una constante en la retórica rusa desde el 2022, la doctrina oficial advierte que cualquier ataque que interfiera con las capacidades de respuesta nuclear puede justificar una escalada. Eso, al menos en teoría, pone los recientes ataques ucranianos dentro del umbral de lo que podría considerarse una provocación crítica.
Pero las represalias probablemente se mantendrán dentro del ámbito convencional. Se habla de bombardeos más agresivos sobre ciudades ucranianas o de un uso intensivo de drones. No porque el Kremlin no desee una respuesta más devastadora, sino porque no puede permitirse el coste de una escalada nuclear en este momento.
A pesar de eso, el riesgo cero no existe. En un conflicto que ya ha roto todas las expectativas, y con una Rusia herida y humillada, la posibilidad de una respuesta desproporcionada —por desesperación, rabia o cálculo erróneo— continúa presente. No es probable, pero tampoco descartable. Y este equilibrio incómodo es el que hace que la situación actual sea tan volátil como inquietante.