A Shimon Peres le gustaba quedarse un rato en la sala al final de las ruedas de prensa. Twitter y Facebook todavía no existían y las noticias tenían un tiempo diferente. Un día, en Bruselas, tras una cumbre sobre Próximo Oriente, una más de tantas a las que asistió, vimos cómo se quedaba charlando con algunos periodistas casi a oscuras. Él mismo había pedido que apagaran las luces. Estábamos en el viejo edificio del Breydel, donde aún era posible este tipo de connivencia entre un ministro israelí y el encargado de la sala.

Peres era un hombre que no pronunciaba la R. Los israelíes lo hacen por cuestión casi genética, un poco como los toscanos, que tampoco la pronuncian. Pero la falta de R no le impedía su comprensión. Tenía la dicción clara en todas las lenguas que hablaba, que no eran pocas, aunque al oírlo era fácil reconocer los rasgos de la lengua semítica que había adoptado desde los 14 años.

Como la mayoría de los fundadores del Estado de Israel, era hijo de la Mitteleuropa, este espacio que el escritor italiano Claudio Magris ha definido y relatado maravillosamente. Ese país sin fronteras desde Alemania hasta los Urales, donde se entrelazaban las comunidades de judíos asquenazíes unas con otras, sometidas a continuos pogromos y persecuciones de todo tipo. Aquellos judíos centroeuropeos estaban justo en medio de la cultura continental en todas sus manifestaciones. También estaban justo en medio de la incomprensión, de la pobreza, de la soledad.

Shimon Peres con Menahem Begin (1981). Foto: Herman Chanania

Peres era hijo de Europa y eso explica sus enormes contradicciones. Admirado en gran parte del mundo por su elocuencia, sabiduría y dedicación a la paz, en Israel no tenía la popularidad ni el carisma de otros líderes de su generación, héroes militares como Isaac Rabin o Ariel Sharon, a la sombra de los cuales pasó buena parte de su vida pública.

Pocos le recordaban en las ceremonias por la paz que él era un ferviente defensor del sistema de defensa israelí, armas nucleares incluidas, y quien estaba tras la creación de la central nuclear de Dimona, uno de los lugares mejor protegidos del planeta, en medio del desierto del Negev. Halcón y paloma. Mano dura y mano tendida. Seguramente así es como se lo puede describir desde fuera. Pero Shimon Peres era más Giulio Andreotti que Nelson Mandela. Cuando se es capaz de sobrevivir más de cuarenta años a la complejidad feroz de la política israelí, la bondad no es una calidad relevante. Ni siquiera lo es la astucia. Lo son más la codicia, la ambición y el poder. De todas podía dar cuenta, pues pasó casi toda su larga vida en el áspero mundo de la política israelí, sirviendo como ministro en doce gabinetes. Nunca triunfó en su intento de ser elegido primer ministro, aunque ocupó el cargo tres veces a través de arreglos políticos o de forma provisional. Consiguió ser presidente –cargo más ceremonial que otra cosa– y en 2014 se retiró de la política.

Era un político pragmático y seguramente por eso defendía la paz con los palestinos. Una paz para sobrevivir pactada con quien fuera.

Criado en un kibutz y protegido de David Ben-Gurion ­-el primer Primer Ministro de Israel–, Peres era originario de la generación que creó la nación judía. No obstante, durante años fue ridiculizado en los medios, que le comparaban a un caballero del viejo mundo o le acusaban de excesiva sensibilidad, cualidades ambas de dudosa eficacia en una tierra tan estridente como la de Judea.

Era un hombre que había abandonado un mundo para crear otro. Para hacerlo hay que ser un soñador. Era un político pragmático y seguramente por eso defendía la paz con los palestinos. Una paz para sobrevivir. La paz pactada con quien fuera. Con los enemigos, sobre todo. Enemigos con los cuales hacía amistad a como diera lugar. Decía que para entender a los palestinos había que ver sus telenovelas.

Con Shimon Peres desaparece una manera de comprender el mundo y de entender el sacrificio individual por unos ideales comunes. Un viejo respetable, un hombre de palabra. Un astuto y ambicioso polaco. Un filósofo. Pragmático, liberal y laborista. Hijo político de David Ben-Gurion y socio político de Ariel Sharon. Contradicciones y más contradicciones.

Peres es testigo presencial de un siglo XX que se va poco a poco. Miembro de una generación de políticos con principios morales. Una de esas voces que hay que escuchar aunque no siempre acierten. Voces que ahora faltan, testimonios vivos del siglo pasado. Eran otros tiempos. Otras formas de hacer política. Quizás por eso la desaparición de sus protagonistas nos deja más huérfanos.