La imagen de una capital europea asediada, bombardeada y estrangulada durante casi cuatro años puede parecer hoy insólita, pero es exactamente lo que vivió Sarajevo. El asedio más largo en la historia militar contemporánea comenzó el 5 de abril de 1992 y no se levantó hasta el 29 de febrero de 1996. Fue el primer gran episodio de la guerra de Bosnia, y hasta la matanza de Srebrenica, su capítulo más icónico y sangriento. Hoy, décadas después, aquel dolor vuelve al centro de la actualidad con la investigación abierta por la Fiscalía de Milán sobre los llamados ‘safaris humanos’, la espeluznante práctica en la que presuntos turistas europeos y americanos habrían pagado grandes sumas de dinero por disparar contra civiles indefensos desde las colinas que rodean la ciudad. Acompañados de milicianos serbobosnios fieles a Radovan Karadzic —condenado años más tarde por genocidio—, participaban de esta barbarie para después volver a sus vidas normales sin dejar rastro. Sarajevo, con su infraestructura y capacidad de acoger medios internacionales, se convirtió en el lugar más documentado de todo el conflicto y, con el tiempo, el símbolo más perdurable de una Europa que miró hacia otro lado demasiado tiempo.
La historia del asedio de Sarajevo se ha convertido, con el tiempo, en un relato extrañamente doble, omnipresente en los libros de historia y, al mismo tiempo, incompleto, lleno de silencios e historias que nunca se han contado. Cada superviviente guarda una versión, pero muchas de estas memorias han quedado invisibles, sepultadas bajo la magnitud de la tragedia. La aparición reciente de los ‘safaris humanos’ añade un nuevo capítulo —quizás el más macabro— a esta memoria colectiva. La Fiscalía de Milán estudia estos hechos como un posible caso de homicidio múltiple con agravantes de crueldad y motivos abyectos, delitos que, según la legislación italiana, no pueden prescribir y que abrirían la puerta a procesos penales más de tres décadas después. Pero este episodio es solo una pequeña parte de un catálogo inmenso de horrores: ejecuciones masivas, bombardeos constantes, civiles abatidos por francotiradores solo por cruzar una calle. Durante 1.425 días de asedio, Sarajevo recibió una media de 329 impactos diarios —con un pico de 3.777 el 22 de julio de 1993— y perdió 11.541 personas, entre ellas 1.601 niños.

El 5 de abril de 1992, Sarajevo fue escenario de una gran movilización ciudadana por la paz. Miles de personas salieron a la calle para reclamar que no estallara una guerra que ya se intuía en el horizonte. El punto culminante fue la concentración ante el parlamento de Bosnia y Herzegovina, recién constituido como símbolo de la reciente declarada independencia. Pero aquel mismo día, desde la sede del Partido Democrático Serbio, hombres armados abrieron fuego contra la multitud. Mataron a dos personas, consideradas las primeras víctimas de lo que sería un conflicto devastador y el asedio más largo de una capital europea en tiempos modernos. Paralelamente, milicianos serbios atacaron la Academia de Policía desde posiciones elevadas en Vraca, dando principio a la estrategia de cerco. En realidad, hacía meses que se preparaban, ya que las tropas del Ejército Popular Yugoslavo se habían ido concentrando en las colinas que rodean Sarajevo. Cuando el gobierno bosnio exigió la retirada, Belgrado accedió solo parcialmente. Las fuerzas serbobosnias, lideradas por figuras como Karadzic y bajo el paraguas de Slobodan Milosevic, se transfirieron al Ejército de la República Srpska, entidad no reconocida que había proclamado unilateralmente su propia independencia. El asedio, planificado desde antes de la primera bala, acababa de empezar.
1.425 días de infierno
El 2 de mayo de 1992, el asedio de Sarajevo se formalizó de manera brutal cuando las tropas de la República Srpska cerraron todas las rutas de acceso a la ciudad, interrumpieron la llegada de alimentos y medicamentos, y cortaron los servicios esenciales como el agua, la electricidad y la calefacción. Aislada completamente, Sarajevo quedaba en el centro de un círculo de artillería y francotiradores situados en las colinas. Tras el fracaso de una ofensiva rápida por parte de los blindados del ejército yugoslavo, los asediadores optaron por desgastar la ciudad con bombardeos ininterrumpidos. Entre la segunda mitad de 1992 y la primavera de 1993 se vivieron los momentos más oscuros: sin luz ni calefacción, sin comida ni agua, la población tuvo que inventar maneras de sobrevivir sabiendo que, incluso para buscar un litro de agua, debían atravesar calles expuestas a los disparos de los francotiradores. El asedio era total.

Con el paso de los meses, la vida en Sarajevo se convirtió en un ejercicio constante de esquivar la muerte. Los francotiradores se repartieron por toda la periferia y los puntos altos de la ciudad, convirtiendo cada desplazamiento en una carrera por la supervivencia. "Pazi, Snajper!" [¡Cuidado, francotirador!] se convirtió en un aviso cotidiano entre los habitantes, especialmente en las zonas más expuestas como la Sniper Alley, una de las calles más peligrosas de la ciudad. Mientras los barrios como Novo Sarajevo caían parcialmente bajo control yugoslavo, otras zonas resistían como podían. La ofensiva se empezó a contrarrestar con la apertura del aeropuerto a vuelos humanitarios de la ONU a finales de junio de 1992, lo que se volvió vital para mantener la ciudad con vida. Ante la falta de recursos, se crearon rutas de contrabando y se infiltraron armas a través de las líneas enemigas. A mediados de 1993, se completó una infraestructura clave: el túnel de Sarajevo. Esta vía secreta permitió introducir electricidad, combustible, alimentos, medicamentos e, incluso, personas que huían. También fue un punto clave para el mercado negro y para mantener la esperanza de una ciudad que se negaba a caer.
El asedio no solo puso en jaque la resistencia física y psicológica de los habitantes de Sarajevo, sino que también desfiguró profundamente el paisaje urbano y cultural de la ciudad. Los bombardeos constantes redujeron a escombros miles de edificios; prácticamente ninguna estructura salió ilesa. Se calcula que 35.000 edificios quedaron totalmente destruidos, incluyendo hospitales, centros médicos, medios de comunicación, escuelas, fábricas, oficinas gubernamentales e incluso instalaciones de la ONU. Entre los daños más simbólicos, destaca la destrucción de la Biblioteca Nacional —la Vijećnica—, un templo del conocimiento que se consumió entre las llamas junto con miles de volúmenes irreemplazables. En medio de este caos, la prensa internacional hizo base en el hotel Holiday Inn, situado en plena Sniper Alley, convertido en el hotel más bombardeado de Europa. Desde allí, los periodistas relataban el drama en condiciones límite, también expuestos al fuego cruzado. Las matanzas masivas, especialmente causadas por impactos de mortero en zonas civiles, hicieron que el mundo no pudiera apartar la mirada
El principio del fin
El punto de inflexión definitivo del asedio de Sarajevo llegó después de dos masacres especialmente impactantes que conmocionaron a la comunidad internacional. Los bombardeos en el mercado de Markale, perpetrados contra la población civil los días 5 de febrero de 1994 y 28 de agosto de 1995, acabaron con la vida de 111 personas. El primer bombardeo obligó a la ONU a emitir un ultimátum a las fuerzas serbias, que derivó en una primera respuesta militar de la OTAN contra sus posiciones de artillería. Pero fue a raíz del segundo ataque cuando la alianza atlántica actuó con contundencia, lanzando una ofensiva aérea sostenida. El 30 de agosto de 1995, los bombardeos aéreos destruyeron varios puntos clave de la infraestructura militar serbia. Al mismo tiempo, sobre el terreno, las tropas serbobosnias comenzaban a perder posiciones y Sarajevo inició un lento proceso de recuperación. Se restablecieron servicios básicos como la calefacción, el agua y la electricidad y la comunidad internacional, después de años de titubeos, tomó finalmente partido de manera firme contra los asediadores, abriendo la puerta a un alto el fuego que pondría fin al asedio.

El alto el fuego que marcó el inicio del final definitivo de la guerra se declaró en octubre de 1995, y el 14 de diciembre de ese mismo año se firmaron los Acuerdos de Dayton, que pusieron oficialmente fin al conflicto en Bosnia. Sin embargo, el asedio de Sarajevo no se dio por terminado hasta meses después. El 29 de febrero de 1996, el gobierno de Bosnia declaró oficialmente el fin del bloqueo militar, coincidiendo con la retirada definitiva de las fuerzas serbias de las posiciones estratégicas que habían ocupado durante casi cuatro años alrededor de la capital. Pero el camino hacia la paz aún dejó un último episodio trágico cuando el 9 de enero de 1996, sobre las seis de la tarde, una granada impactó contra un tranvía que circulaba por el centro de la ciudad, matando a una mujer de 55 años, Mirsada Duric, e hiriendo a otras diecinueve.
Consecuencias y limpieza étnica
El legado del asedio fue devastador y marcó profundamente la ciudad tanto en el ámbito físico como en el social. Considerado el período más catastrófico para Sarajevo desde la Primera Guerra Mundial, el asedio arrasó con gran parte de su patrimonio, como la colección de manuscritos del Instituto Oriental de Sarajevo, una de las más ricas del mundo en textos orientales, que fue completamente destruida. La capital bosnia, que había brillado internacionalmente al acoger los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984 y se había convertido en un símbolo de convivencia interétnica, sufrió un retroceso total. Miles de refugiados huyeron y, tras el asedio, el porcentaje de población serbia se desplomó —del 30% en 1991 a poco más del 10% en 2002. Durante los años de guerra se denunciaron asesinatos sistemáticos, violaciones masivas y una brutal campaña de limpieza étnica por parte de las fuerzas serbias en las zonas que controlaban, mientras que, en menor grado, también hubo desplazamientos forzados de serbios a zonas bosnias. El resultado final fue una división étnica que aún persiste. Sarajevo quedó separada en dos ciudades, la bosnia y la serbia —Istocno Sarajevo—, cada una integrada en una de las dos entidades políticas que forman Bosnia y Herzegovina.