La llamada Fundación Humanitaria para Gaza, una organización norteamericana creada con el apoyo de Israel para distribuir ayuda a la Franja, ha empezado este martes a repartir suministros, recibiendo cantidades ingentes de civiles hambrientos y siendo víctima inmediata de miles de críticas sobre el funcionamiento y objetivos reales de la operación humanitaria. Se han habilitado dos puntos de entrega a la zona de Rafah (Tal en el Sultan y en el corredor|pasillo de Morag, en el sur del enclave), según han anunciado las fuerzas armadas israelíes. La intervención llega muy tarde y en un momento especialmente delicado por Netanyahu, que ha visto cómo tanto Europa como Trump le empezaban a volver la espalda esta semana. De momento, reina el escepticismo ante una inyección que genera dudas sobre si tiene que ser más revitalizadora para Gaza o para el gobierno Israel.

En los vídeos difundidos por medios palestinos y corresponsales en Gaza se pueden ver cajas de cartón con tres paquetes de pasta, dos sacos de arroz de un kilo cada uno, otro de lentejas rojas y latas de tomate y garbanzos, entre otros alimentos. Fuentes de organizaciones humanitarias que operan en Gaza explican que agencias internacionales privadas (como IHRC, RAHMA y Multifaith Alliance, estas dos últimas norteamericanas) contribuyen al reparto de alimentos y disponen de un almacén con unas 24.000 en el sur de Gaza, pero domina la incertidumbre sobre si la voluntad de las ayudas tiene demasiadas connotaciones políticas y si se está llevando a cabo de manera correcta. De momento, el primero de los problemas es la gestión logística del reparto, que está dejando imágenes realmente caóticas de los puntos neurálgicos.

 

Negación de las Naciones Unidas y desconfianza generalizada

La iniciativa del gobierno de Israel con el apoyo de los Estados Unidos a través de la Fundación Humanitaria por Gaza ha despertado aversiones y críticas por parte de las organizaciones humanitarias imperantes. La ONU y varias ONG que operan en Gaza se han negado rotundamente a participar en este sistema promovido por Israel, que, según afirman, supone una "militarización de la ayuda humanitaria". Estas fuentes señalan, por ejemplo, que Safe Research Solutions, una empresa de seguridad norteamericana que ya durante el alto el fuego controlaba los accesos entre el norte y el sur del enclave, también está presente para garantizar la distribución en estos puntos. Además, el portavoz de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, Jens Laerke, ya afirmó el pasado 6 de mayo que la no adhesión de Israel a los planes de distribución establecidos es "lo contrario de lo que se necesita".

Adicionalmente, hay que destacar la dimisión de Jake Wood, jefe fundador de la Fundación Humanitaria por Gaza, dos días antes del inicio de la operación. En línea con lo que alegan las Naciones Unidas y los países que rechazan la iniciativa, el exdirector de la ONG esgrimió la imposibilidad de seguir asegurando el cumplimiento de los "principios humanitarios de humanidad, neutralidad, imparcialidad e independencia". La polvareda que ha levantado la nueva ayuda humanitaria se basa, en pocas palabras, en la alusión al vínculo entre la ayuda y los objetivos políticos y militares de Israel. Se argumenta que el sistema obliga a recoger datos biométricos de los beneficiarios, cosa que supone una vigilancia masiva, y la logística prevista puede excluir personas vulnerables y no garantiza que la ayuda llegue a todo el mundo ni que sea suficiente para cubrir las necesidades básicas. Al fin y al cabo, según los detractores, incumple el derecho internacional y puede agravar la crisis humanitaria.