Despertarse a las tres de la madrugada con un sudor fuerte y necesitar un litro de agua para reponerse empieza a ser habitual con estas altas temperaturas y noches tórridas. El descanso se hace cada vez más difícil y eso se nota en el mal humor y el estado de ánimo. Las olas de calor se han vuelto más largas, frecuentes e intensas como consecuencia directa del calentamiento global, y su incidencia sobre la salud pública es creciente. Se calcula que cerca de medio millón de personas mueren cada año por causas relacionadas con el calor, una cifra que supera a las víctimas de guerras o terrorismo. Sin embargo, a menudo no se registra como causa directa de muerte, ya que el calor tiende a agravar enfermedades previas —sobre todo cardiovasculares, pulmonares o renales— y afecta especialmente a las personas mayores, con problemas crónicos o en situación de vulnerabilidad social. Este fenómeno, considerado uno de los principales riesgos ambientales actuales, hace evidente la necesidad de medidas de preparación, adaptación urbana y conciencia colectiva.

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Cuando las temperaturas se mantienen elevadas tanto de día como de noche, el cuerpo no puede recuperarse adecuadamente. Eso incrementa el riesgo de fallos en órganos como el corazón y los riñones. Además, las olas de calor provocan efectos secundarios como más accidentes, contaminación del aire, incendios forestales y cortes de suministros, que tensan todavía más los sistemas sanitarios.

¿Quién es más vulnerable y por qué?

Las personas más expuestas en el exterior —como trabajadores del campo o de la construcción, y personas sin techo— son las primeras afectadas por golpes de calor o deshidratación. No obstante, la mayor parte de las muertes por calor se concentran en personas mayores, con enfermedades crónicas o en situaciones de vulnerabilidad social. Las mujeres y las personas con pocos recursos, que a menudo viven en viviendas mal aisladas y sin aire acondicionado, tienen también un riesgo más elevado.

EFE

Un fenómeno agravado por el calentamiento global

El incremento de temperaturas globales, ya en 1,3 °C con respecto a la era preindustrial, ha hecho más habituales y graves las olas de calor. Además, el cambio climático puede estar debilitando la corriente en jet, lo que favorece la formación de cúpulas de calor estacionarias, que pueden mantenerse sobre una zona durante días o semanas.

Aunque actualmente mueren más personas por el frío que por el calor, las proyecciones indican que este equilibrio cambiará pronto. Los estudios muestran que las muertes por calor crecerán mucho más rápidamente que las que se pueden evitar gracias a inviernos más suaves. En Europa, se prevé un aumento neto de la mortalidad relacionada con la temperatura en todos los escenarios futuros.

Cómo nos podemos proteger colectivamente

La respuesta estructural más importante es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, mediante la transición energética y la protección de los ecosistemas que captan CO₂, como bosques y pantanales. También hace falta una transformación urbana: menos asfalto y coches, más espacios verdes, agua y edificios diseñados para resistir el calor. El aire acondicionado, los sistemas de refrigeración pasiva, los servicios de urgencia y los sistemas de alerta pueden tener un papel clave a la hora de salvar vidas.

EFE

Medidas prácticas para protegerse en una ola de calor

Los expertos recomiendan evitar salir durante las horas centrales del día y mantenerse en espacios sombríos o climatizados. En casa, es mejor cerrar ventanas y persianas durante el día y abrirlas por la noche, cuando refresca. También hay que hidratarse, a menudo vestir ropa ligera y clara, y cuidar de las personas vulnerables del entorno, especialmente personas mayores o con problemas de salud.