El vino es el más antiguo de los medicamentos: sedante, diurético, antiséptico, vasodilatador... Favorece el apetito y aumenta el calor corporal. Tiene componentes que ayudan al corazón, como el resveratrol y sus antioxidantes. Es sabido que tomar un par de copitas de vino tinto protege de enfermedades coronarias, de ahí que se le denomine la paradoja francesa. No en vano, en ciudades como Burdeos tenían la mitad de casos de ataques al corazón, ¡y eso con todas las grasas animales que toman en Francia!

 

El vino retrasa la menopausia y protege contra el alzheimer, sí; y también es cultura, mediterraneidad e historia. Pero consumido sin cabeza puede convertirse en algo malo. Es relajante e inspirador, pero no es el único relajante, y quién busca sólo la inspiración y la felicidad no es realmente un artista. El vino es bueno si se bebe con mesura, pero también es veneno si se abusa de él; es la doble cara del comportamiento social de este alimento.

El alcohol es depresor del sistema nervioso central, crea trastornos de equilibrio y coordinación, oscurece la conciencia, retrasa la capacidad intelectual y en grandes dosis es tóxico. Por eso es tan importante que luchemos para que el vino sea más cultura y menos droga, haciendo un consumo responsable, bebiéndolo con mesura, y optando siempre por vinos de buena calidad.