¿Y si nos tapamos los ojos? Nunca me han gustado las citas a ciegas. Pero adoro las catas a ciegas. ¿Por qué? Porque son una lección de humildad. Ver la botella de vino siempre predispone. A veces creemos que la variedad chardonnay nos asegura un buen blanco seco. Confiamos que las denominaciones de origen Rías Baixas o Priorat nos darán siempre el top de la calidad. O que tal bodega nunca nos decepcionará. Las catas a ciegas, sin saber de donde es, qué variedad o marca es el vino, nos permite, sin prejuicios, a aprender en cada sorbo. En algunos casos necesitamos ponernos una venda en los ojos para ver con claridad. "Es cuando más duermo, que veo más claro”, decía J.V. Foix, y no es solo difícil para el principiante, sino también para el experto y profesional de toda la vida.

 

Poner a un grupo enólogas y enólogos de la misma zona a catar los diferentes vinos también es un gran reto. Puede pasar como cuando no se consigue reconocer al propio hijo en el festival de final de curso. Todos de la misma estatura e igualmente vestidos. Y no por eso uno es mejor elaborador o peor madre o padre. Os podéis vendar los ojos o podéis comprar la temida copa negra para catar y no poder ver el contenido. Si aciertas eres bueno, y si no, creemos que un mal día lo puede tener cualquiera. Como en el calendario de la biodinámica; lo veremos más adelante que María Thun explica que los días de raíz o de hoja no son buenos para catar. ¿Hay alguien que acierte siempre los vinos? Se basa más en tener buena técnica que buen olfato. Y sobre todo, buena suerte, que es la combinación de trabajo con una pizca de fortuna.

Pensar en el tipo de acidez para determinar si el vino es de clima cálido o frío. Intentar ver la añada en el color del vino. Poder determinar la variedad por sus cualidades organolépticas. Al menos, no decir barbaridades. Confundir un Pinot Noir de Borgoña con un barolo puede pasar, porque los dos tienen notas parecidas de moras y olor a bosque. Distinguir un chardonnay de Chablis (que huele más a limón y tiene una buena acidez) de uno con trabajo de lías y barrica de Napa Valley, tal vez es más grave (tiene notas más avainilladas y menos acidez por su clima). Por eso la cata a ciegas nos demuestra que nunca se acaba de conocer el mundo vinícola. Nunca sabemos cuál va a ser la próxima cita a ciegas con un vino. Así que siempre debemos estar preparados para lo que pueda ser y temblar cuando alguien nos diga “tengo un vino que te va a encantar, pero no te diré cuál es…”.