Cuando hablamos de Perpinyà, la primera cosa que todos los catalanes del sur decimos siempre tiene un aire de lamento: "Ay, qué pena, es que por la calle no se oye a nadie hablando catalán aparte de los gitanos". Lo decimos con este asqueroso tono paternalista porque claro está, de todos es sabido que en el centro de Barcelona todo cristo habla catalán y la gente, cuando hace el transbordo del metro en Verdaguer, va cantando que el Pinxo li va dir al Panxo si vols que et punxi amb un punxó. Desgraciadamente no es así, como tampoco es verdad que en Catalunya Norte nadie hable catalán: lo que pasa es que si solo con poner los pies nos pasamos el día diciendo bonjour en cada tienda que entramos, por más que tengan adhesivos con el burro catalán en la caja registradora difícilmente nos responderán diciendo bon dia.

Perpignan, Le Castillet, former city gate.
Si eres catalán del sur y no haces esta foto en Perpinyà, automáticamente te aparece el espectro del presidente Macià y te dice nyordo.

Nos guste o no, en el norte los auténticos tontos somos nosotros. Cuando argumento esto, descubro inmediatamente que la segunda cosa que todos los catalanes del sur deseamos saber sobre Catalunya Norte es en qué buen restaurante se puede comer bien y en catalán, ya que en nuestro ADN tevetresí le encanta oír a un camarero cantándonos en voz alta el menú y diciéndonos que tiene boles de picolat. Es decir, albóndigas. Como hay tantos buenos lugares donde comer y la mayoría son la mar de excepcionales, sin embargo, a menudo acabo recomendando el lugar que personalmente más me enamora, ya que es especial por varios motivos, pero sobre todo porque no tiene los precios abusivos de Francia, porque no hay que hablar francés para cenar y porque su identidad indica una manera de entender la gastronomía, pero también la ciudad y el país donde se encuentra el restaurante: Le Figuer Cal Tap, un nombre que es una pequeña metáfora de la historia contemporánea de Catalunya Norte.

Cuando el nombre no hace la cosa

Para llegar al restaurante más recomendable de Perpinyà, viniendo de la Catedral o el Castellet, primero hace falta bajar por la calle de la Revolución Francesa y después romper a mano derecha por la calle de Figuer. Hace unas cuantas décadas, sin embargo, eso no era así. Hasta los años noventa, los letreros decían que aquellas calles se llamaban únicamente Rue de la Revolution Française y Rue du Figuer respectivamente. Antes de que en París cortaran la cabeza a Luis XVI, sin embargo, lógicamente la calle de la Revolución Francesa no se llamaba de esta manera, sino Rue de la Convaisserie, que era como después del Tratado de los Pirineos tradujeron el nombre de la calle de toda la vida: carrer de la Convesseria, dado que en esta zona del centro de Perpinyà, en la época medieval, estaba la Capella de la Convesseria, creada por los judíos conversos de la ciudad. Muy cerca está donde se encuentra actualmente Le Figuer Cal Tap, una magnífica taberna gastronómica con un nombre dual, mitad en francés y mitad en catalán, formado por dos conceptos que aparentemente no tienen nada en común. Es decir, como el 95% del nomenclátor actual de las calles de Perpinyà.

Cal Tap Perpinyà 2
La terraza de Le Figuer Cal Tap, ubicada en la plaza Jaubert de Passà, escrito a la manera francesa.

La pequeña plaza donde se ubica el restaurante no está al lado de ninguna higuera, sin embargo, ya que aquella callejuela hace honor a un señor que se llamaba Figuera y que, quien sabe, quizás venía de Figueres. De cerca de Figueres, concretamente de Ceret, era Francesc Jaubert de Paçà, el ingeniero agrónomo y político rosellonés que sobresalió en los estudios sobre irrigación y que da nombre a la placita, llamada a la manera francesa, es decir, plaza Jaubert de Passà, sin la cedilla. Es un rinconcito triangular, donde no pasan coches, con árboles que en verano regalan una magnífica sombra y con una terraza casi cinematográfica en la cual el vino rosé de Cotlliure parece siempre mejor de lo que ya es. Quizás es solo una sensación puramente subjetiva, lo reconozco, pero el mundo de la gastronomía ya va una pizca de eso: de sentir cosas que quizás los otros no sienten y de encontrar sentido en lo que para alguien no significa nada. Por eso un servidor nunca llama Le Figuer al restaurante en cuestión, sino Cal Tap, ya que desde la primera vez que lo descubrí y conocí a su propietario, Joan Roura, supe que aquello que más me enamora de Perpinyà, incluso cuando lo único que quiero es cenar, es la personalidad catalana que los franceses han pretendido silenciar.

Mejillones catalana
Unos moulée sin frites, plato popular en la zona pero hecho a la manera de Cal Tap.

Entender Perpinyà es apreciar que lógicamente no hay ninguna relación entre una iglesia erigida por antiguos judíos y la constitución de la Asamblea Nacional en 1789, pero sobre todo es comprender que los herederos de aquella revuelta contra el Antiguo Régimen hace siglos que deciden con sus palabras tapar las palabras que había antes, procurando hacer olvidar la identidad de una ciudad que hasta 1659 no fue francesa, sino catalana. En nombre de la liberté, la igualté y la fraternité, eso a veces se ha hecho de manera tan torpe que el nuevo nombre de la calle se ha convertido en un término inexistente e incomprensible en francés, como pasa en la Rue Saccabeille. ¿Quiere decir algo? Evidentemente, no, pero fue la manera de afrancesar una cosa tan catalana como era la calle de la Seca vella, es decir, el edificio donde se acuñaban monedas en el siglo XVI. Por suerte, el año 2023 es posible saber eso gracias precisamente al padre de Joan Roure, el expolítico y activista catalanista Jaume Roure, concejal durante años en el ayuntamiento de Perpinyà y responsable de la rotulación bilingüe francés/catalán en toda la ciudad.

Cuando ser normal quiere decir ser atípico

Ya debe hacer más de siete años de la primera vez que fui a Le Figuer Cal Tap, casi por casualidad. Como buen catalanito del sur, me llamó la atención que en la fachada colgara una bandera estelada y decidí entrar. Dentro, un camarero simpatiquísimo nos atendió en un catalán rosellonés que haría las delicias de Joan Veny y osé preguntarle por qué tenía una estelada colgada en la puerta, cuando en Perpinyà lo más normal es tener una bandera con el 66, número del departamento de los Pirineos-Orientales. "Porque soy catalán y amo la libertad", me dijo. Era 2016 y vivíamos inmersos en pleno embate con el estado español, por lo tanto, rápidamente el match se consumó. Lo que me hace feliz, por suerte, es que aunque aquel embate finalmente se nos cortara como una mayonesa, la buena relación con aquel camarero que resultó ser el dueño del local, Joan, se ha sostenido en el tiempo y me he convertido en un cliente habitual: es un cocinero magnífico que hace una cocina catalano-francesa de inspiración mediterránea y pequeñas licencias creativas que nunca dejan de sorprender.

Joan Roure Cal Tap
El compañero Joan Roure, con un outfit impecable, observando la terraza de su taberna.

Cal Tap no es un restaurante de alta gastronomía, ni siquiera podríamos decir que es un restaurante especial, pero es un restaurante donde se cocina muy bien, donde el producto es de calidad y donde, además, por menos de 30 € puedes cenar de maravilla, botella de vino incluida, cosa nada común en Francia. Por motivos profesionales, en las últimas semanas he tenido que pasar muchos días en la Catalunya del Norte y evidentemente he visitado a menudo el local, también en los mediodías, donde hacen una fórmula de menú que ronda los 16 €. Eso de atípico no tiene nada, ya que en el resto de restaurantes de la ciudad todo el mundo, tiene un plat du jour por aquel precio, pero lo que sí que es atípico es que en estos tiempos donde los restaurantes hacen más horas que un reloj y sus trabajadores viven explotados, Joan me explicara hace pocos días que busca cocineros para este verano en Le Figuer Cal Tap, que ofrece un sueldo que en el sur no cobra ni gente con dos másteres y que solo pide tener estudios de cocina y hablar francés o catalán, que no quiere decir francés y catalán.

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Una chica de Banyoles cenando en Cal Tap y dándose cuenta de que no se siente en Francia, sorprendido.

En un territorio donde el bilingüismo está perseguido, donde el francés es la única lengua oficial y donde todo aquello que ponga en peligro la unidad de la nación es reprimido con fuerza, hacer una oferta de trabajo así sí que es atípico, como lo es que incluso incluya la manutención del alquiler de un piso en el centro de la ciudad. Por eso me gusta el restaurante, seguramente: porque hace normal lo que parece imposible, ya que ser un restaurante catalán y en catalán en Perpinyà no tendría que ser extraordinario, sino la cosa más común del universo. La república francesa hace siglos que pretende extinguir cualquier rastro de catalanidad, ya se sabe, e incluso últimamente el nuevo consistorio de Perpinyà ha cambiado el claim de 'Perpinyà, la catalana' por el de 'Perpignan, la rayonnante,' pero lo que realmente es radiante es darse cuenta de que por más que Francia se esfuerce, por más calles que se traduzcan y por más eslóganes que se cambien, es tan fácil como cenar una noche cualquiera en una terraza como la de Cal Tap para olvidarte de que estás pisando administrativamente el estado francés y recordar, entre copa y copa, entre plato y plato, que la identidad no es nunca traducible.