Recapitulamos el hilo argumental esgrimido en la primera parte del artículo, la semana pasada: después de jugar un partido doméstico de «bouillabaisse-ball» con una lata de anchoas de pelota, ALF, el extraterrestre ochentero, vuela por los aires la cocina mientras prepara un explosivo pato à l’orange, una alusión a la amenaza nuclear que se evidencia en la escena siguiente, cuando un vecino mira el telediario. No era la primera vez que la serie trataba el tema: ya unos capítulos antes, ALF llamó al presidente Ronald Reagan para advertirle del peligro de las bombas atómicas y pedirle que se pusiera de acuerdo con los rusos para deshacerse de ellas. Mientras habla por teléfono con el melmaquiano, Reagan chupetea una Jelly Belly, las chucherías que consume con una delectación tan pantagruélica como la de ALF por los felinos. Bien, continuemos. En tanto que pícaro marginal, carnavalesco, hedonista, de gula desmesurada y que ejerce la sátira a través de la cultura popular, ALF recoge a su modo la gran tradición medieval de la literatura goliardesca. Los goliardos fueron clérigos vagabundos y estudiantes pícaros, acusados de pecar de gula, que llevaban una vida ociosa y errante junto a juglares, enanos y saltimbanquis (en el Reino de Castilla, los goliardos eran llamados «sopistas»: estudiantes universitarios sin recursos económicos que rondaban bares y tabernas entregando su música y simpatía a cambio de un humilde plato llamado sopa boba. De ahí la expresión vivir a la sopa boba, que se le dice a aquel que vive sin trabajar o a expensas de otro. La figura del sopista degeneraría en la del tuno). Tuno bueno, el tuno muerto, que rapeaban Def Con Dos. Además, ALF comparte con los poetas goliardos el aura de malditismo, su censura y persecución. ¿Que no? Lean, lean: Su plato favorito es el gato, aunque no le hace ascos a ningún tipo de alimento, excepto a la dieta saludable, pues «en Melmac la comida sana está muy mal vista. Existe el “tabú de la espinaca” por lo que Popeye sería considerado un degenerado». El gato es un animal común en las narraciones del fantástico y la ciencia-ficción, en las que suele actuar como catalizador o portal de acceso a otros mundos y dimensiones, ya sean estos relatos de comedia o de terror. En cuanto a la primera categoría, un maravilloso ejemplo literario es Dirk Gently, agencia de investigaciones holísticas (Douglas Adams, 1987). En este libro del autor de la Guía del autoestopista galáctico (1979-1992), el desencadenante de toda la trama es la misteriosa desaparición del Gato de Schrödinger, (la famosa paradoja de Schrödinger es un hipotético experimento planteado por el físico austríaco Erwin Schrödinger para explicar las contradicciones en la mecánica cuántica a niveles subatómicos), ya que «el gato se había cansado de que lo encerraran sin cesar en una caja y lo gasearan de vez en cuando y había aprovechado la primera oportunidad para largarse por la ventana.» Dirk Gently, el protagonista, es un detective que jamás elimina nada y, menos que nada, lo imposible. Y para resolver sus casos prefiere recurrir a la física cuántica antes que a las huellas dactilares. Así pues, cuando le encargan la búsqueda del minino perdido, acabará encontrando a dos fantasmas y a un Monje Eléctrico venido de otra dimensión. En relación a los relatos de terror, da buena muestra Los gatos de Ulthar (1920), un cuento escrito por H. P. Lovecraft, escritor que construyó una mitología del horror basada en la existencia de universos paralelos y seres provenientes de ellos, cuyos contactos con los humanos acarrean terribles consecuencias. La historia narra el origen de una ley que prohíbe la matanza de gatos en el pueblo de Ulthar, impuesta después de que un niño elevara una plegaria que provocó que todos los felinos de la zona devorasen a la pareja de maléficos ancianos que habían matado a su mascota por diversión. Es sabido que Lovecraft era, aunque por razones muy distintas a ALF, un gran amante de los gatos. Para matar al gusanillo (o al Cthulhu), el padre del terror cósmico, en cambio, tenía debilidad por los helados.

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El abominable sorbete de fresa de les tinieblas. Foto: LA HORDA – WordPress.com

ALF no fue otra cosa que un trasunto paticorto y peludo de Reagan, así como Melmac era una simpática caricatura de los Estados Unidos, con sus mismos valores, su proverbial aversión a la comida sana y liga de baseball/bullabaseball incluida

 Tu gata quiere maki, mi gata en Kawasaki

 El hecho de que sean las mascotas las que se coman a los humanos invierte el tabú alimenticio, presente en la inmensa mayoría de culturas, del consumo de carne de gato. ALF, cual deidad lovecraftiana, llegó a las pantallas de la Tierra para transgredir dicho tabú. Y pagó por ello: un crío metió a su gato en el microondas después de ver el primer capítulo, con la consiguiente denuncia paterna, lo que provocó que ya desde su estreno la serie se situara en el ojo del huracán de la censura. En la segunda temporada, las referencias a la gatofagia quedaron en lo anecdótico. Lo mismo ocurrió con el consumo de alcohol, ya que ALF apareció en una escena bebiendo cerveza con el pequeño Brian. En otro episodio, ALF intenta simular un jacuzzi metiendo la batidora eléctrica de Kate en la bañera; y de nuevo aparece un niño empirista, no sabemos si el mismo, que casi se mata. Por otra parte, en 2010 salió a la luz metraje censurado en el que ALF profería chistes racistas y sexuales en una parodia del síndrome de Tourette, y Paul Fusco declaró que «las mejores cosas fueron las bromas que no pudimos poner en el programa» a causa de la censura de la NBC. El melmaquiano empezó a ser señalado, pues, como un enfant terrible hasta la abrupta cancelación de la serie en 1990, justo al final del mandato Reagan. Los políticos conservadores en los Estados Unidos, como sus homólogos en el resto del mundo, han acusado desde siempre a sus oponentes de ingeniería social a través de su promoción de la corrección política. ALF no fue otra cosa que un trasunto paticorto y peludo de Reagan, así como Melmac era una simpática caricatura de los Estados Unidos, con sus mismos valores, su proverbial aversión a la comida sana y liga de baseball/bullabaseball incluida. Siento herirles la memoria sentimental, pero sí, ALF era un neocon, y así lo demuestran sus continuos flirteos con Ronald y Nancy Reagan, tanto dentro como fuera de la pantalla. Como también lo fue otro ídolo de los ochenta: Mr. T, el aerófobo MA Baracus de El equipo A.FOTO 3

Mr. T, otro amante de Nancy Reagan. Foto: Know Your Meme

Lo proverbial del «Dios los cría y ellos se juntan» quiso que al poco conociera al periodista, poeta y gran borrachuzo Émile Goudeau, fundador y presidente del club etílico-literario Les Hydropathes, el cual trasladó su sed y su sede a Le Chat Noir.

La merluza más famosa

La merluza más famosa

Rodolphe Salis, hijo de un tabernero y admirador de Rabelais (recuerden: Gargantúa y Pantagruel), abrió Le Chat Noir en 1881 con la sana intención de conjugar sus dos grandes pasiones, a saber, la cultura y darle al morapio. Lo proverbial del «Dios los cría y ellos se juntan» quiso que al poco conociera al periodista, poeta y gran borrachuzo Émile Goudeau, fundador y presidente del club etílico-literario Les Hydropathes, el cual trasladó su sed y su sede a Le Chat Noir. El grupo llegó a contar, entre jóvenes artistas, poetas y estudiantes, con más de trescientos cincuenta hydropathes —etimológicamente ‘a los que el agua pone enfermos’ o ‘a los que el agua les da asco’ (en beneficio del vino y la absenta, se entiende)—. A tan nutrida y beoda clientela se les sumaron los artistas de Les Arts Incoherents, un movimiento cuya irreverencia satírica anticipó actitudes de vanguardia como el dadaísmo y el antiarte, así como extravagantes personajes del pelaje de Alphonse Allais, humorista gráfico, cronista y teórico de lo absurdo que murió de una flebitis alcohólica. El éxito obligó a Salis a cambiar la ubicación del local por otro mucho más grande y suntuoso, decorado con lámparas neo-góticas y un mobiliario que evocaba la época de su admirado Rebelais, la de Luís XII. No era el único: en otro lugar de París abrió puertas su principal competidor L'Abbaye de Thélème (la abadía de Thelema), otro cabaré con reminiscencias a Gargantúa y Pantagruel (que a su vez fueron, pocos años después, desarrolladas y popularizadas por Aleister Crowley, quien fundó una religión llamada thelema, basada en el ideal hedonista «haz tu voluntad»). Fue en esta segunda etapa de Le Chat Noir en que se desarrollaron los espectáculos de teatro de sombras que hicieron célebre al local, creados inicialmente por el propio Salis junto al artista y diseñador Henri Rivière, y animados por el marionetista Pere Romeu, quien, recordemos, exportó después la idea a Els Quatre Gats. La popularidad del local siguió en aumento y El Chat Noir volvió a necesitar un local mayor, esta vez ya su emplazamiento definitivo, dando paso a la tercera etapa del cabaré y ampliando su parroquia a una nueva generación de medallistas en aquello del levantamiento de vidrio en barra fija. Es aquí donde entra en juego, elaborando las nuevas piezas de teatro de las sombras, otro hilarante personaje cuyo nombre empieza por «ALF»: Alfred Jarry. Alfred Jarry (1873-1907) era un joven poeta y dramaturgo de vida disoluta que paseaba en bicicleta por el París de la época, siempre bajo los efectos de la absenta, disparando de vez en cuando su revólver (arma que después le compró Picasso). Seguidor de la escuela de Alphonse Allais, la del brillante teórico del humor absurdo con trágica muerte como consecuencia del exceso, a Jarry le debemos, entre otras, obras como Ubú Rey (1896), piedra angular del teatro del absurdo, y la invención de la Patafísica, descrita en su obra póstuma Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico (1911) como «la ciencia de lo que se añade a la metafísica, así sea en ella misma como fuera de ella, extendiéndose más allá de ésta tanto como ella misma se extiende más allá de la física. La Patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias […] las leyes que regulan las excepciones». (Algo así como el método detectivesco que utiliza Dirk Gently para encontrar al gato de Schrödinger). A raíz de su lectura, algunos admiradores crearon el Colegio de Patafísica en 1948, burla de las academias del arte y las ciencias, por el que han desfilado desde Raymond Queneau (cofundador del grupo de experimentación literaria OuLiPo), el polímata Boris Vian o el cofundador del Grupo Pánico, mileniarista y asaltador de mueble-bares de TVE Fernando Arrabal, cuya épica borrachera en el plató de El mundo por montera (1989), fue calificada por Sánchez-Dragó como «la merluza más famosa de la historia de España».FOTO 4

Gargantúa profunda. Foto: Pixels.com.

El nombre parece estar relacionado mediante la cábala fonética con Vulcano-Hélios, siendo Vulcano el patrono de los oficios relacionados con los hornos, como cocineros, panaderos, pasteleros y alquimistas.

Realismo fantástico

Según declaraciones de Rodolphe Salis, el nombre de Le Chat Noir le vino cuando un gato negro se coló en las obras de acondicionamiento del primer local. Pero sorprende la coincidencia, así en lo onomástico como en lo etílico, con el cuento de terror The Black Cat, publicado por Edgard Allan Poe en 1843. El relato narra las espeluznantes desventuras de un joven alcohólico con un infortunado gato por mascota. ¿Podría ser Le Chat Noir un guiño jamás confesado de Salis a Poe? Pues bien podría, más si tenemos en cuenta que el traductor de gran parte de la obra de Poe al francés, a día de hoy aun canónica, no fue otro que Charles Baudelaire (1821-1867), poeta maldito y viciosillo por antonomasia, precursor del simbolismo, padre espiritual del decadentismo y referente para todo aquél que, como Salis —o Alfred Jarry o Alphonse Allais o Pere Romeu o ALF— aspire a épater la bourgeoisie. Pero existe una tercera teoría sobre la inspiración de Le Chat Noir, pues no en vano el gato es, como sostenía al principio, un símbolo esotérico del que, se dice, puede ser un puente a otros mundos. El misterioso alquimista que firmó sus libros bajo el seudónimo de Fulcanelli dejó escrito en Las moradas filosofales (1930): «A propósito del gato, muchos de nosotros recordamos el famoso Le Chat Noir que estuvo tan en boga bajo la tutela de Rodolphe Salis, pero ¿cuántos saben qué centro esotérico y político se camuflaba en su interior y qué masonería internacional se ocultaba bajo el símbolo del cabaret artístico?». Existen diversas hipótesis sobre la identidad de Fulcanelli, incluso podría tratarse de una firma múltiple utilizada por un colectivo de alquimistas. El nombre parece estar relacionado mediante la cábala fonética con Vulcano-Hélios, siendo Vulcano el patrono de los oficios relacionados con los hornos, como cocineros, panaderos, pasteleros y alquimistas. Dicen de Fulcanelli que transitó hasta los años veinte del siglo pasado por Francia y la península ibérica: Euskadi, Sevilla y Barcelona. Mantuvo relaciones con círculos selectos e influyentes, como Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, arquitecto y restaurador de catedrales góticas francesas, inspirador de Josep Puig i Cadafalch (el arquitecto que diseñó la Casa Martí, donde se emplaza Els Quatre Gats) y de Antoni Gaudí, sobre quien habría influido el simbolismo que la alquimia juega en las esculturas que adornan sus construcciones (por ejemplo, en el atanor u horno alquímico situado sobre la salamandra que da la bienvenida al Parc Güell y que simboliza el fuego). Jacques Bergier relató en su exitoso libro, coescrito con Louis Pauwels, El retorno de los brujos. Una introducción al realismo fantástico (1960) que Fulcanelli y otro alquimista se dedicaron a visitar a los más célebres físicos nucleares entre las dos guerras mundiales. Ambos describieron en qué consistía un reactor nuclear y —como ALF en su llamada al presidente Reagan— advirtieron de los peligros de las bombas atómicas. Esto pasó sin mayores atenciones, hasta que el físico Enrico Fermi logró la primera reacción nuclear en cadena. Algunos de los visitados recordaron, entonces, la conversación mantenida con los peregrinos alquimistas y comunicaron la historia a sus respectivos servicios de inteligencia. Inmediatamente, alemanes y aliados comenzaron la búsqueda de ambos personajes. Fulcanelli fue imposible de encontrar, mientras que al otro lo fusilaron en el norte de África por colaborar con los nazis. Es muy difícil hallar pruebas de tales cosas, más allá del texto del libro antecitado, pero la fuente es más que aceptable: Jacques Bergier fue ayudante del físico nuclear Louis de Broglie y formó parte de los servicios de inteligencia de la Resistencia francesa contra la ocupación alemana. Podríamos entonces afirmar que el pistoletazo de salida en la carrera nuclear tiene lugar a partir de la búsqueda de dos alquimistas, llega a su cénit con el programa Star Wars y culmina con una serie de reuniones de los líderes de las dos superpotencias mientras chupetean jelly beans.FOTO 5

Ronald Reagan explicando a la nación el programa «Star Wars», 1983. Foto: AP Photo

Si los gigantes de Rebalais simbolizaban el ideal humano del Renacimiento —la transposición física del inmenso apetito intelectual del hombre renacentista—, ALF, el alienígena enano, representó la bajeza moral y la bulimia capitalista del neoliberalismo.

Perestroika Hut

La muletilla de ALF era «No hay problema». Diez minutos después de ser elegido presidente, Ronald Reagan declaró: «El gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema», rechazando retóricamente la premisa de la Gran Sociedad y el New Deal americano y promoviendo el individualismo a ultranza, el mercado libre y su promoción asertiva, así como los intereses internacionales del país por la vía militar. Dicho de otro modo, el lema de ALF y Ronald Reagan es una tergiversación del expresado por Rebelais (y después por Crowley) en la Abadía de Thelema: «haz tu voluntad: será toda la ley». Si los gigantes de Rebalais simbolizaban el ideal humano del Renacimiento —la transposición física del inmenso apetito intelectual del hombre renacentista—, ALF, el alienígena enano, representó la bajeza moral y la bulimia capitalista del neoliberalismo. ALF, mal que nos pese, fue una operación de ingeniería social, una manera de implementar o aproximar programas de modificaciones sociales a gran escala por parte de gobiernos o grupos privados. En el caso que nos ocupa, sirvió para persuadir al electorado conservador reticente al desarme nuclear, así como para dibujar un retrato afable de Ronald Reagan, promover el ideario neoliberal de la libertad individual por encima de la colectiva y el consumo desaforado de productos alimenticios industriales y procesados, en detrimento de una gastronomía europea, la francesa, asociada en ALF con el riesgo de explosión por extranjera y demasiado sofisticada (cabe remarcar que la cocina francesa clásica se asocia a la demócrata era Kennedy, quien, junto a su esposa, ayudó a popularizarla en Estados Unidos durante los años sesenta.

 

Las negociaciones volatilizadas en la cumbre de Reikiavik se materializaron con el tratado firmado en Washington D.C. el 8 de diciembre de 1987, en el que se pactó la eliminación de los misiles balísticos y de crucero nucleares o convencionales. El acuerdo fue bastante más beneficioso para los Estados Unidos que para la Unión Soviética, que eliminó más del doble de armamento que su competidor. Respecto a Mijaíl Gorvachov, eterno antagonista de Reagan, selló la Perestroika protagonizando un anuncio de Pizza Hut a mediados de los años noventa. Quizá todo lo hablado sea buscarle tres pies al gato. En aquel momento, ya sabemos quién se llevó el gato al agua. Estos días, en cambio, Putin ha sido lo primero a desenfundar el arsenal atómico. La invasión rusa de Ucrania ha provocado una escalada del apoyo militar occidental al país ocupado, mientras solo unos pocos políticos europeos como Jeremy Corbyn, Jean-Luc Mélenchon o Ione Belarra (ante la incomprensible mofa general de la mayoría de los medios de comunicación) tratan de impulsar un vital movimiento por la paz en Europa que evite a toda costa el escenario más peligroso de todos: un conflicto entre potencias nucleares. Putin es muy malo, vale, pero no olvidamos cuál ha sido el único país del mundo que ha lanzado bombas atómicas sobre la población civil. Que no nos den gato por liebre. Ni chicken teriyaki por Hiroshima y Nagasaky. Y como diría Neil, aquel hippy que se alimentaba de lentejas en la serie Los jóvenes, otro icono televisivo de los ochenta: «¡Hey, tíos! ¡Qué mal karma! ¡PAZ!»

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El hippy Neil. Foto: Discogs