Hubo un tiempo en que en las series de TV3 existían los bares. De hecho, fue en un bar sin nombre, sin sillas de diseño y sin ninguna gracia aparente donde asistimos a la cita más bonita de la historia de Catalunya. El protagonista era Àlex, el personaje travieso y seductor de Porca Misèria interpretado por Julio Manrique, una especie de alma libre de estética alter-mundista que vivía en el puerto, vestía con ropa de segunda mano antes de que ir con ropa de segunda mano fuera cool y escuchaba a Manu Chao. Una noche, después de perder el conocimiento zampándose un haba con la botavara de su barco, se citó con la chica angelical que lo había reanimado haciéndole el boca a boca. Él llegó tarde y ella ya parecía cansada de esperarlo haciendo uno quinto tras otro, pero cuando se encontraron, fue suficiente con una mirada para que todos supiéramos que aquello acabaría bien. El bar era austero y sencillo porque Àlex también era austero y sencillo, por eso seguramente tampoco supimos nunca nada de qué se dijeron los dos personajes: toda la cita estaba construida sin diálogos y todo lo que podíamos saber eran las imágenes de ellos dos hablando, bebiendo, riendo y finalmente bailando mientras sonaba una canción de cuna como "Somnis", de Albert Pla.

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Dos lectores de Guerau de Liost que se han citado en el café de un ateneo construido el año 1916.

En casi dos minutos de escena, el único guion era este: dos desconocidos arrambados en un bar solitario mientras el único camarero limpia las mesas. El contraste entre un hecho excepcional como es bailar dentro de un bar y un hecho banal como es que alguien recoja porque tiene ganas de bajar la persiana, vaya. La velada, como todas las citas que salen en la tele, era tan ficcional que acababa con un beso de película y Àlex despertándose en un laboratorio, ya que resulta que todo era un sueño profundísimo después de haber hecho de conejito de indias de un nuevo fármaco. La cita acababa haciéndonos saber que aquel beso y aquel enamoramiento idílico eran mentira, por eso el dolor de Àlex era también nuestro dolor: porque hubo un tiempo en que en las series de TV3 existía la posibilidad de sentir nostalgia por aquello que no se ha vivido, quizás porque en el pacto entre la ficción y la realidad, aquel bar cutre era tan auténtico y normal que la escena, ingenuamente, también nos parecía normal y real a nosotros.

Citas [falsas en] Barcelona

Dicen que las series de ficción son un fiel espejo para reflejar la sociedad, seguramente por eso Citas Barcelona es una serie ambientada en Catalunya, coproducida por TV3 y llena de actores catalanes pero en la cual, como incluso mi conejo ya sabe, la mayoría de capítulos son en castellano. Para alguien catalán, ver a Carlos Cuevas o Ivan Massagué actuando en castellano en un proyecto hecho en Catalunya es más doloroso que pedirse un café corto y que te sirvan una taza llena hasta arriba a rebosar de aguachirri, pero es que verlo en la versión con doblaje en catalán es directamente una tortura. Antes prefiero que me obliguen a comer berberechos con Cacaolat, sinceramente, yo qué sé. Más allá del tema idiomático, sin embargo, hay una cosa todavía más patética en la nueva serie de nuestra televisión pública nacional: que los bares entendidos como bares han dejado de existir como lugar idóneo en el cual tener una cita.

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Dos fans de Nadal a tres bandes que se han conocido en Tinder hablando del maestro Parera.

En el primer capítulo, por ejemplo, una de las dos citas era en un bar, sí, pero un bar tan poco normal como es el W Lounge, ubicado dentro del hotel W. Por lo visto, algún guionista con ganas de tomarnos el pelo creyó que una cita entre dos jóvenes que rozan los treinta es verosímil en un bar como este, lleno de turistas con billetes de 500€ en el bolsillo. Por si esta cita entre Carlos Cuevas y Clara Lago no fuera extraña, sin embargo, en el tercer capítulo la historia se repite pero doblando todavía más la apuesta: esta vez la cita es entre un chico y una chica jovencísimos, que difícilmente pasan de los veinticinco y que se encuentran en la terraza del Purobeach Barcelona, el bar del hotel Hilton Diagonal Mar. ¡Si ya es difícil ir hasta Diagonal Mar si es que no te viene de paso por algo, más difícil es que dos pobres zagales recién salidos de la uni queden para una cita Tinder y se gasten 30 € en dos gin-tonics que ni osan acabarse, pero vaya, partiendo de la premisa que la gente de Citas Barcelona se piensa que en Barcelona solo hablamos catalán para decir "Visca el Barça!", todo es posible.

Tampoco van a un bar normal los protagonistas de una cita del segundo capítulo: un personaje de cuarenta años interpretado por David Verdaguer y una chica teóricamente veinte años más joven como es Berta Castañé. Quedan en el Chalet de Montjuïc, una terraza que no solo está donde Judas perdió la alpargata, sino que tiene una carta donde la tapa de anchoas vale 21.80 € y la de croquetas supera los 15 €. Desconozco si allí la comida contiene lingotes de oro en su interior, pero vaya, en parte es normal que la cita se les vaya por la pedriza. Primero resulta que la chica es tan jovencita que confiesa no saber qué cóctel escoger, por eso cuando le dice a nuestro amigo Verdaguer que le gustan los tacos mexicanos, él inmediatamente la lleva a comer tacos. Dicho y hecho. Lo que pasa es que piden con extra de chile, después se enrollan, él le come el bollo con la fruición de un náufrago aferrado a una botella de agua después de dos días a la deriva y sorprendentemente la escena acaba en Urgencias: la chica sufre quemaduras en las partes bajas provocadas por salsa picante y él está detenido, acusado de pederastia, ya que resulta que ella es menor de edad.

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Dos jóvenes de Vic que se han reencontrado, años después, en el lugar de su primer beso: un bosque del Pla de l'Estany donde fueron con "L'estiu és teu".

La primera conclusión de este final esperpéntico del cual se ha hablado demasiado poco es simple: los guionistas de Citas Barcelona han decidido vacilarnos. La segunda, que el departamento de producción sabe hacer buenos intercambios comerciales con hoteles y restaurantes barceloneses. Y la tercera, que un mal bar te puede arruinar una cita. Quizás por eso ver Citas Barcelona el año 2023 es patético, pero compararla con la primera temporada, el año 2015, todavía lo es más: el primer capítulo de Cites es la cita entre una chica tirando a pija y un abogado, pero el abogado resulta ser en realidad un tatuador que se llama Martín, vive en el Born antes de que el Born fuera un parque temático y quedan en un bar de toda la vida escondido en un pasaje de la calle Sant Pere més Alt donde él la saluda mientras come boquerones con palillo, que es como conocer a alguien en pelota picada. Sin engaños. Sin tabúes. Sin filtros.

La importancia de un bar que sea casa

Un sabio amigo siempre dice que a una primera cita hay que ir con la tensión de quien va a una entrevista de trabajo y la relajación de quien va a casa del masajista, pero encontrar el equilibrio justo no es fácil. Por eso siempre he defendido que la cita importante, para cualquier pareja, es la segunda: en la primera todos somos los personajes de nuestro propio guion, pero en la segunda, en cambio, es cuando actuamos como si el teleprompter se hubiera estropeado y ya no recordáramos qué es lo que conviene decir, por eso es cuando acaban diciendo lo que sentimos, no aquello que creemos que el otro quiere escuchar que digamos. En resumen, todos sabemos que no vamos a una cita esperando encontrar una garnacha blanca de la Terra Alta que nos emocione o una ensalada rusa que nos ponga la carne de gallina, pero lo que también todos sabemos es que lo que esperamos encontrar es otra persona con la cual disfrutar, pasárnoslo bien y, si puede ser, acabar echando un polvo algún día, por eso es importante que en una cita haya autenticidad, genuinidad y originalidad. Es decir, todas aquellas cosas que tienen los bares y que difícilmente tendrá nunca ninguna terraza de hotel o ningún restaurante de moda con un diseño de interiores idéntico al diseño de interiores del 85% de los restaurantes cuquis de la ciudad.

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Dos chicas de Reus que trabajan en la petroquímica de Tarragona y se han citado en un bar con un ambiente parecido.

Somos el país del Bar Manel d'Estació d'Enllaç, del Bar Peris d'El Cor de la Ciutat y del Bar Maurici de Plats Bruts, por no hablar del Bar Mingo de Temps de silenci, la taberna Casa de Esclatasans de La memòria dels cargols, el bar Cal Xato de Nissaga de poder o La barra del port de La Riera. Todas las series de TV3 han tenido un bar en el cual sus personajes hacían vida, ya que a pesar de ser gente de gastar poco e invitar nada, los catalanes también vamos a los bares normales a hacer las cosas normales: tomar un café leyendo la prensa, en papel o con el móvil, charlar con unos colegas, merendar con la tía el día de tu santo o, también, quedar por primera vez con alguien. De todos los lugares del mundo que no son nuestra casa, ciertos bares son la cosa más parecida a un hogar que tenemos, por eso jugársela y procurar que el amor nazca en una cita entre sus cuatro paredes nunca podrá ser una mala idea: las grandes historias de amor han nacido en una barra metálica mientras dos desconocidos, compartiendo una tapa de olivas, se han dado cuenta de que estaban hechos el uno por el otro mientras un camarero silencioso fregaba unos vasos sucios sin decir nada.

No importa el sitio, vaya, sino que el sitio te haga sentir bien contigo mismo, ya que en una cita proponer un bar en concreto es una manera intangible pero eficaz de empezar a explicar quién eres. Cuando un servidor era jovencito y tenía alguna cita ocasional, por ejemplo, en aquellos pretéritos tiempos en que Tinder no existía y recibir un comentario en Fotolog ya era preámbulo de tirar ficha, siempre sugería quedar en el Antiguo Teatro de Barcelona, en la calle Verdaguer i Callís. La cerveza era económica, tenía un jardín al aire libre y se podían fumar porros, por lo tanto era mi paraíso. Aquel bar ya no era como es, ahora aquella Barcelona ya no existe y ahora, evidentemente, quien escribe estas rayas ya no es aquel joven idealista que se emocionaba con Porca misèria, pero a pesar de que pasen los años, aquel siempre será mi bar de las primeras citas que espero ya no tener más: porque la vida era bonita, allí dentro, y en una primera cita siempre he creído que lo que hay que hacer es explicar al otro como ves el mundo, pero sobre todo cuál es tu manera de ser feliz en él.