El otro día, después de cenar, comí el mejor flan envasado que he probado nunca. Se podría decir, de hecho, que sufrí un auténtico amor a primera vista con un producto lácteo, cosa que no me da ninguna vergüenza confesar. En casa, los postres después de cenar se comen en el sofá y cumpliendo escrupulosamente con los códigos éticos de la catalanidad, es decir, mirando El Temps de TV3. No sé, siento que hay alguna cosa atávica y casi tribal en el hecho de saber qué temperatura tienen en La Ametlla de Mar y maridar esa información con un mordisco de plátano, la ingesta de unas natillas o la dulce lucha entre mis muelas y unos carquinyolis de Sant Quintí.

De hecho, de pequeño comí tantas veces Petite Suisse mientras veía imágenes de la mítica cámara en la plaza Major de Vic que interiormente, de forma natural, he generado una pequeña sinestesia según la cual siempre que pienso en Vic, incluso cuando leo versos de Verdaguer o escucho Quimi Portet, me viene a la punta de la lengua un cierto regusto de fresa. El otro día, sin embargo, la sinestesia fue completa: me puse una cucharada de flan teóricamente 'casero' en la boca y sorprendentemente era tan casero que me evadí de mi comedor y me sentí, de golpe, en la mesa de un restaurante de manteles de cuadritos donde los postres no te los sirve un camarero, sino la mestressa vestida con un delantal.

Flan huevo Flickr
El mundo se divide entre los partidarios del flan con nata y los que no.

Como no trabajo por la empresa que elabora el flan en cuestión, podría evitar hacer publicidad y esconderos el nombre del fabricante. Podría imitar al gran Màrius Serra, jugar al juego de los enigmas y deciros, queridos lectores, que el nombre de la marca tiene por ejemplo mucha relación con el lugar donde murió otro Màrius, en este caso Màrius Torres, el gran poeta leridano. Soy consciente, sin embargo, que no habéis venido aquí para oírme hablar de poesía sino de flanes, que sin embargo es posiblemente el elemento más poético que existe dentro del abanico de postres caseros de la catalanor.

Seamos sinceros, el "flan de la casa" es siempre un valor seguro en cualquier carta de restaurante, ya que es un plato auténtico, solvente y contrastado. En pocas palabras, el flan es el punto de riesgo justo entre la crema catalana, que a menudo llena demasiado, y el yogur natural, que hace de enfermo. Eso convierte el flan en el Sergio Busquets de los postres, o sea, aquello que sabes que nunca falla y que nunca te decepcionará, por eso descubrir que existe uno envasado que clava casi al cien por cien el sabor, la textura y el aroma de un flan de la casa es una alegría inmensa, ya que permite disfrutar desde casa de un placer tan grande como era ver jugar al Barça de Guardiola con Xavi, Iniesta y precisamente Busquets en la sala de máquinas.

FlamOu Safaja
El flan de huevo Safaja en cuestión haciendo gala de marketing honesto: exquisito extremo.

Los artesanos responsables de hacer posible este pequeño sueño son la buena gente de los Precuinats Safaja, una empresa que a primera vista no parece que tengan que ser dealers del placer pero que de repente, casi sin avisar, te planta su flan de huevo hecho al baño María y te cautiva hasta unos universos hedonistas a los cuales uno no está acostumbrado a llegar en pijama, en casa, mientras espera un jueves que empiece el Polonia. Si Precuinats Safaja hace un flan 'casero' envasado que quizás es el único flan 'casero' de Catalunya que puede llamarse casero es, seguramente, porque es la misma gente que desde 1976 regenta el restaurante El Revolt, una masía tradicional de Sant Quirze Safaja en la que zamparse una buena butifarra con mongetes y donde comer, claro está, un flan como Dios manda.

Por suerte, desde 1991 aquel mismo flan también lo envasan y puede encontrarse en mercados, tiendas de comestibles y charcuterías. Así fue como lo descubrí yo y así fue como el otro día un flan me hizo tocar el cielo con los dedos, porque tal buen punto la primera cucharada me estalló dentro del paladar, noté el gusto suave de una cremosidad insólita, el punto de dulzura justo surgido del caramelo y la sensación, cerrando los ojos, de estar degustando mucho más que unos postres que había acabado de sacar de la nevera. Creedme, os lo bien juro, aquello que comí no era un simple flan. Era mucho más que eso, ya que el otro día, después de cenar, probé un pellizco de paraíso envasado en 75 gramos de sabor, deseo y recuerdos.