Ha estallado una guerra turística en el espacio exterior. La semana pasada el multimillonario Richard Branson, propietario y fundador de Virgin Galactic, realizaba con éxito el primer vuelo turístico al espacio. Tras superar los 80 km de altitud, los seis pasajeros de la nave disfrutaron unos pocos minutos de ingravidez antes de retornar a la tierra sanos y salvos. La cuestión es que Branson, que tiene fama de hombre competitivo, tenía previsto realizar su primer vuelo en septiembre, pero sus planes se adelantaron ante el anuncio de Jeff Bezos, el propietario de Amazon y de Blue Origin, de volar el próximo 20 de julio hasta los 100 km de altura y realizar así la primera misión espacial turística de la historia. El tercer multimillonario que pugna por llevar turistas a la mesosfera es Elon Musk, el propietario y fundador de Tesla y de SpaceX, que sin tener una fecha marcada en el calendario también tiene previsto encender en breve los motores. En cualquiera de las tres empresas, el precio de flotar y de ver el planeta azul por la ventanilla durante tres o cuatro minutos rondará el doscientos veinte mil euros; exactamente la mitad de lo que necesita el col·lectiu Eixarcolant para demostrar que es posible sustituir el actual modelo agroalimentario por un modelo de producción, distribución y consumo de alimentos más justo, ético y sostenible. Si en vez de colonizar el espacio todavía crees que podemos salvar el planeta Tierra, te gustará el nombre de su proyecto: Imposible es no hacer nada para cambiarlo. Su misión se encuentra en la última semana de recaudación de recursos (www.goteo.org). Los ayudamos a hacerlo realidad?

foto1 (4)

Camiseta de la campaña / Foto: Col·lectiu Eixarcolant

"Eixarcolant es un colectivo constituido como cooperativa y asociación sin ánimo de lucro, con casi 1000 socios repartidos en 19 nodos territoriales estrechamente interconectados"

El colectivo Eixarcolant

Eixarcolar es un verbo inusual con una sonoridad atractiva. Marc Talavera (1988), cofundador y actual presidente del colectivo Eixarcolant, me cuenta que eixarcolar significa arrancar manualmente las malas hierbas de los cultivos, pero también emplear las malas hierbas como alimento o medicina, entre otras finalidades. Dado que el principal objetivo del colectivo es utilizar las especies silvestres comestibles (llamadas malas hierbas en el contexto de la agricultura convencional) para fomentar un cambio de paradigma en torno al consumo de alimentos, el nombre no podría ser más oportuno. Conocí a Marc años atrás durante las Jornadas Gastronómicas de Plantas Olvidadas, una de las muchas actividades que organiza este colectivo. A pesar de su aspecto asilvestrado, recuerdo que su presencia me causó sensación; era como estar ante un visionario de los negocios como Branson, Bezos o Musk. Pero a diferencia de ellos, Marc hablaba de alimentarse con plantas silvestres, de recuperar variedades tradicionales o de fijar población en el territorio. Hoy, Eixarcolant es un colectivo constituido como cooperativa y asociación sin ánimo de lucro, con casi 1000 socios y socias repartidos en 19 nodos territoriales estrechamente interconectados. Lo que sorprende de este colectivo es el grado de compromiso con el proyecto de todos sus participantes; desde la junta directiva a los socios, pasando por los trabajadores y los voluntarios. Absolutamente todos y todas trabajan con la misma determinación de los que, por ejemplo, salvan vidas en el Mediterráneo. Porque de hecho salvan vidas; pero no en el Mediterráneo, sino en tierra firme.

Foto2 (11)

Marc Talavera en el huerto de Eixarcolant / Foto: Joan Carbó

"Había que retroceder diez mil años y abrazar aquellas plantas silvestres que no habían experimentado ningún proceso de selección ni de adaptación a ningún ecosistema"

¿Qué son las plantas silvestres comestibles?

El paso de una sociedad nómada a una sedentaria fue posible gracias al desarrollo de la agricultura. Durante el Neolítico, los Homo Sapiens se dieron cuenta de que era posible sembrar las semillas de las plantas silvestres que recolectaban, o favorecer su desarrollo con acciones como regar, arar o eixarcolar parcialmente. Y después de cada cosecha, los humanos también nos dimos cuenta de que si seleccionábamos las semillas de las plantas más grandes y productivas, su descendencia heredaba estos caracteres; de esta manera era posible mejorar las características agronómicas de las especies con el fin de adaptarlas a nuevas condiciones ambientales o factores edafológicos (del suelo). La idea resultó. En la medida en que se seleccionaban las plantas, durante los diez mil años siguientes se domesticaron cientos de especies y desarrollar miles de variedades y cultivares adaptadas a cada lugar particular. Y todo ello representaba un enorme patrimonio agronómico. El problema, sin embargo, llegó con la industrialización del campo, la aparición de semillas híbridas y transgénicas, o la cotización en la bolsa de especies como el trigo. Entonces, los campesinos y campesinas de todo el mundo dejaron de seleccionar semillas para comprarlas a la industria, y en cuestión de pocos años, el campo se despobló -sólo sobrevivieron los terratenientes- y se perdió un patrimonio de sabores, aromas, colores y formas que más allá de enriquecernos nos definía como especie. Ante esta problemática, la mayoría de iniciativas comprometidas con la soberanía alimentaria ha apostado acertadamente por recuperar las variedades y cultivares tradicionales. Pero el colectivo Eixarcolant ha ido aún más lejos: había que retroceder diez mil años y abrazar aquellas plantas silvestres que no habían experimentado ningún proceso de selección ni de adaptación a ningún ecosistema y, por consiguiente, que mantenían intacta su capacidad de crecer y autoperpetuarse incluso en los suelos y ambientes más hostiles como los que promueven el cambio climático y la agricultura convencional a base de agroquímicos.

foto3 (3)

Detalle de las semillas del colectivo Eixarcolant / Foto: Eixarcolant

Imposible es no hacer nada para cambiarlo

Vale la pena entrar en la web del colectivo Eixarcolant para descubrir la cantidad de servicios y productos que ofrecen (https://eixarcolant.cat/), entre los que destaca la colección de libros de plantas silvestres comestibles (donde se recogen las propiedades nutricionales, el método de cultivo, el perfil sensorial y algunas recetas de una selección de especies), y la venta de semillas de variedades tradicionales y silvestres. En caso de que se alcance el objetivo económico de la campaña de micromecenazgo, a las dos líneas anteriores se sumará una tercera línea de alimentación, la cual está prevista desplegar desde el antigua panadería de Jorba (Anoia) transformada en un templo de las hierbas silvestres comestibles. El horno, propiamente, se restaurará. Se ampliará y equipará el obrador. Se adecuará el espacio de venta y exposición. Y se abrirá una zona de degustación de todos los productos disponibles. Así por ejemplo, habrá cocas de verdolaga, rúcula silvestre o brotes de lúpulo; panes de trigos antiguos con semillas de amapolas o hierbas aromáticas; helados de regaliz silvestre o de escaramujo; pasteles de queso cuajados con herbacol y mermelada de saúco; y en definitiva, y un repertorio de alimentos a base de unas 300 plantas de sabores desconocidos pero sensacionales. Además, el dinero también servirá para poner en marcha un sistema de trazabilidad revolucionario, el cual será accesible mediante un código QR y permitirá a los usuarios conocer todos los detalles sobre el origen, producción, transformación y transporte de cada producto. El objetivo de esta iniciativa es demostrar que otro modelo alimentario es posible a partir de un caso real. ¿Te imaginas un lugar así en tu pueblo o ciudad? Yo sí. Porque más allá de un horno alimentado con madera de pino autóctono y un colmado de productos auténticos y naturales, la experiencia de Jorba representará una ola de inspiración y energía para toda una generación. Imposible es no hacer nada para cambiarlo..