El domingo pasado celebramos la Fiesta de la Judía del Gancho en Llerona, una fiesta entrañable que homenajea al campesinado local y promueve y difunde este maravilloso producto. Si a menudo las judías parecen perdigones, por la dureza y las inevitables consecuencias fisiológicas, la del gancho es mantequilla pura, una delicia. Siempre me ha sorprendido y me ha hecho gracia que las legumbres compitan en un ranking de preferencias. Como en un podio, oscilan entre el oro y el bronce dependiendo de su popularidad y prestigio.

Cuando yo era pequeña, en los lejanos años 70, la judía era la reina, seguida de la lenteja y, en último lugar, el garbanzo. En los 90 las ensaladas de lentejas llenaron las cartas de los restaurantes más selectos y pasaron por delante, en el podio, a las judías. El éxito incontestable del hummus entre los jóvenes ha hecho que, hoy, el garbanzo sea el merecedor de la medalla de oro de la popularidad, seguido por la lenteja y, en último lugar, la judía que, además, le han colgado la etiqueta de ser la causante del descontrol de las peores flatulencias.

Más de 800 personas abrazando el bronce de las legumbres

El domingo, nos reunimos en Llerona más de 800 personas. Si las del gancho generaran tantos gases, la carpa móvil que acogía la fiesta se habría elevado como un globo aerostático, enviándonos a todos a la estratosfera y perdiéndonos siempre más. Al contrario, compartimos plácidamente la tarde sin ningún concierto de tubas disonantes, mostrando a los escépticos que la del gancho es una judía que te permite una elegante relación social.

En mi ingenuidad innata, siempre había pensado que el nombre gancho hacía referencia al color blanco roto característico de los tapetes de ganchillo. Sí, aquellos tapetes tejidos durante horas escuchando las radionovelas y que se ponían para proteger la madera buena de los escaparates en los recibidores de las casas del siglo pasado y sobre los que se mostraban con orgullo las fotografías enmarcadas del matrimonio el día de la boda, el hijo vestido de primera comunión y el retrato de los difuntos abuelos. Pues el nombre de gancho no tiene nada que ver con los hilos y las agujas de coser, sino que su nombre se debe a la forma de herradura, de gancho, que la hace tan fácil de identificar. De manera que no hay confusión posible y, por lo tanto, no hay excusa creíble para llegar a casa con una Michigan cualquiera.

La paradoja de las legumbres en el estado español

Y ya que me preguntas qué he querido decir con "una Michigan cualquiera", te lo contestaré. He querido sacudirte, despertarte de la bondad que desprendía este amable y suave escrito sobre la judía y hacerte saber que la mayoría de las legumbres que comemos son producidas fuera del país, aunque Espanya es el principal consumidor de Europa. Importamos hasta un 80% de la demanda interna. Los garbanzos vienen de Turquía y México, las lentejas del Canadá, y las judías de Argentina. De manera, que si queremos seguir teniendo esta delicada, mantecosa, deliciosa y elegante judía, lo primero que tenemos que hacer es proteger y dar apoyo a los productores locales que son más poetas que campesinos y que la siguen haciendo más por amor y responsabilidad, que, por descontado, rentabilidad. Y proteger y dar apoyo significa leer atentamente la etiqueta de los paquetes que compramos procurando no caer en la trampa de que "envasado en" no es sinónimo de "producido en".

Si nos tragamos un plato de judías que han viajado más de 10.000 km, los pedos que nos tiraremos agujerearán la capa de ozono porque tendremos que añadir a nuestra ventosidad los gases contaminantes del largo viaje que acumula la humilde judía. De manera que el pedo tendrá unas consecuencias mucho más fastidiosas que la simple molestia olfativa para los compañeros de mesa. Será un estallido de aroma fétido y podrido que nos girará a todos. Si queremos seguir viviendo plácidamente en nuestra casa, en nuestro planeta, come judía del gancho de Llerona, por favor. De otra manera, pagaremos muy caro la legumbre barata.