Existe una especie de proverbio inglés muy difundido que dice que «la Luna está hecha de queso». El pasado sábado se cumplieron 33 años del estreno del primer capítulo de Wallace & Gromit, la serie inglesa de películas animadas de los estudios Aardman, titulado «Un día de campo en la Luna», en que el bueno de Wallace tiene la peregrina idea de construir un cohete espacial porque, afirma, «Everybody knows the moon’s made of cheese». Pero los maleables personajes creados por Nick Park, el disparatado inventor de artilugios descabellados, Wallace, y Gromit, el perro fiel que siempre le saca las castañas del fuego, no son los únicos aficionados al Wensleydale que se aventuraron a la exploración espacial. Alex James es el bajista de Blur, uno de los principales buques insignia del britpop, profesión que hoy compagina con la de escritor y productor de quesos artesanos. Tamaño pluriempleo nunca le ha impedido manifestar la seria obsesión por el espacio que quedó plasmada en su canción «Far Out» (incluida en el disco cuyos surcos contuvieron el Zeitgeist de los 90, Parklife, editado por la nutritiva Food Records) en la cual James canta una lista de lunas y estrellas. Pero el compromiso del futuro quesero con la exploración espacial no acabó ahí.

El «vindaloo» es un curry picante de la cocina India, muy popular en los curry house ingleses, tan asociado a la lad culture (subcultura vinculada al britpop —especialmente a Oasis, los archienemigos de Blur—, en la que chicos de clase media reivindican un masculinismo de clase obrera) como el Pot Noodle.

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Un día de campo en la Luna con Alex James

El Beagle 2 fue una fallida sonda espacial que formó parte de la misión Mars Express, de la European Space Agency (abreviada, como con desdén, «ESA»). El artefacto fue concebido a finales de los 90 por universitarios británicos (principalmente de la Open University y de la University of Leicester), dirigidos por el profesor Colin Pillinger, con los objetivos de buscar signos de vida en Marte, determinar la composición química y geológica del lugar de aterrizaje y el estudio del clima marciano. En un esfuerzo por darle bombo al proyecto y conseguir financiación, los desarrolladores recibieron el apoyo de algunas estrellas afianzadas en el firmamento británico. Así, la señal de llamada a la sonda fue compuesta por Blur, y la carta de ajuste para calibrar las cámaras y espectrómetros después de su aterrizaje la diseñó Damien Hirst, el cotizado artista-taxidermista (saltó a la fama por sus animales sumergidos en tanques de formol), miembro de The Young British Artists, el grupo que dominó la escena del arte en la isla lluviosa durante los 90. Desde finales de esa década, Hirst comparte con Alex James —quien fuera, junto al resto de miembros de Blur, compañero suyo en el Goldsmiths' College— la banda Fat Les, a la que se suma el actor y humorista galés Keith Allen. Fat Les compuso el himno «Vindaloo» como una canción no oficial para apoyar a su selección en la Copa Mundial de Fútbol del 98. La letra homenajea los más comunes estereotipos de la cultura británica, a saber: beber cerveza como si no hubiera un mañana, atiborrarse a tranchetes de cheddar y viajar a lugares exóticos solo para encerrarse en el primer pub a ver la Premier League por vía satélite. El videoclip fue una parodia del de «Bittersweet Symphony», de The Verve (banda, por otro lado, oriunda de la ciudad de Wigan, igual que Wallace y Gromit). El «vindaloo» del título es un curry picante típico de la cocina India, muy popular en los curry house ingleses, tan asociado a la lad culture (subcultura vinculada al britpop —especialmente a Oasis, los archienemigos de Blur—, en la que los chicos de clase media reivindican un masculinismo de clase obrera) como el Pot Noodle (marca de fideos instantáneos deshidratados con sabores industriales), al que la popular revista política e izquierdista New Satesman llegó a describir como «Lad Culture en forma de snack». Recuperando el asunto galáctico, alguien recordará que, en la mítica comedia de ciencia-ficción británica Red Dwarf (en Catalunya la conocimos como El nan roig debido a un error en la traducción del género neutro en inglés, pues el título hacía alusión a las estrellas «Enana roja»), el Pot Noodle era objeto de no pocos chascarrillos a costa de su repugnante sabor. Respecto al Beagle 2, a Alex James y el himno hooligan con eructo a curry, la selección inglesa se estrelló en el Mundial’ 98 de igual modo que el Beagle 2 lo hizo contra la superficie marciana. El Team GB quedó en un digno 5º puesto; el Beagle 2 se separó con éxito del transbordador Mars Express, pero se perdió al chocar a seis kilómetros del punto de aterrizaje previsto. Habría que esperar hasta 2015 para que el orbitador Mars Reconnaissance de la NASA encontrase sus restos.​

Descubrió así Charles Darwin que el armadillo «sabe y se parece al pato», que el filete de puma de la Patagonia no era santo de su devoción y que, en cambio, su debilidad era el ñandú (un animal parecido al avestruz, entonces desconocido por la ciencia), cuyos restos envió a Inglaterra en forma de huesos roídos y rechupeteados.

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Bagel Beagle

Fonéticamente cercanos a los «bagels», aquellos panecillos tan populares en el mundo angloparlante, los «beagles» no solo son la raza canina a la que pertenece Gromit (recapitulemos: el perro de plastilina embarcado a una misión espacial en busca de queso en «Un día de campo en la Luna») sino que, a la sonda Beagle 2, la bautizaron con ese sustantivo en referencia al HMS Beagle, el bergantín de la Marina Real Británica con el que el joven naturalista Charles Darwin realizó su primera expedición, en 1831. En palabras del optimista profesor Colin Pillinger, el Wallace de carne y hueso que dirigió la operación: «El HMS Beagle condujo al descubrimiento del secreto de la vida en la Tierra, ¿será posible que el Beagle 2 haga lo mismo en Marte?». Darwin es conocido por ser uno de los dos primeros científicos (el otro se llamaba, curiosamente, igual que el sosias de Pillinger hecho de plastilina: Wallace. Alfred Wallace) que plantearon la idea de la evolución biológica mediante la selección natural. Uno de los diez hijos del autor de El origen de las especies fue el astrónomo George Howard Darwin, y en su honor y en el de su padre fueron denominados con tal patronímico uno de los asteroides del cinturón, un cráter marciano y otro de impacto lunar. Por otra parte, la NASA bautizó en el 2005 a uno de sus prototipos de robot explorador de Marte con el nombre de «Gromit», en honor al fiel compañero de aventuras animadas de Wallace. En los estantes de los mejores bares ibéricos, el naturalista puede verse caricaturizado en las etiquetas de las botellas del betulense Anís del Mono. En lo que a alimentación sólida se refiere, sin embargo, habrá quien no sepa que Charles Darwin fue uno de los primeros foodies de la Historia. En sus alocados tiempos de estudiante en Cambridge, presidió la sociedad gastronómica Gourmet Club (a la que apodaban jocosamente como «The Glutton Club», el club de los glotones). El Bro Code de esta hermandad hacía gala de un omnivorismo desaforado: tenía por objeto que todos y cada uno de los animales de este mundo fueran conocidos por el paladar humano. Al parecer, los miembros abandonaron el club en bloque tras una fuerte indigestión provocada por un búho, y quizá fuera eso lo que empujó al naturalista a embarcarse en el HMS Beagle para continuar su gesta en solitario. Tal vez toda la teoría de la selección natural de Darwin, acta fundacional de la biología como ciencia y base de la síntesis evolutiva moderna, naciera como una serendipia, un hallazgo inesperado, mientras buscaba nuevas carnes que echarse al coleto. Descubrió así el voraz científico que el armadillo «sabe y se parece al pato», que el filete de puma de la Patagonia no era santo de su devoción y que, en cambio, su debilidad era el ñandú (un animal parecido al avestruz, entonces desconocido por la ciencia), cuyos restos envió a Inglaterra en forma de huesos roídos y rechupeteados. Pero el verdadero festín le esperaba en la isla James del archipiélago de Chonos. Allí recogió la friolera de cuarenta y ocho ejemplares de tortuga gigante, que llegaron a su destino solo como sabrosas evocaciones de sopas. Como diría Alex James en su libro A Bit of a Blur (Ed. Little Brown, 2008), unas diezmadas memorias sobre sus años de excesos como estrella del pop: «What happens on tour, stays on tour.» En el año 2012, James publicó una segunda autobiografía de contornos más nítidos: All Cheeses Great and Small: A Life Less Blurry (Ed. Fourth Estate). En ella relata su nueva vida como productor de quesos artesanos desde una granja de ovejas en plena campiña inglesa. Quién sabe si de vez en cuando James alza la vista hacia el cielo y, como el bonachón de Wallace, acaricia con una mano a su beagle y con la otra a Shaun the Sheep (la oveja protagonista del spin-off televisivo de Wallace & Gromit), mientras se pregunta si la Luna estará hecha de queso Wenselydale o de Stilton. Si el Cool Britannia tuvo su acepción política en el laborismo de Tony Blair, la banda sonora corrió a cargo de Blur, y Damien Hirst dominó las artes con un tiburón en escabeche, en el campo de la ingeniería aeroespacial, una sonda darwiniana intentó explorar Marte en busca de sabores jamás soñados por el paladar de Albión.

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Charles Darwin, omnívoro sin fronteras. Foto: NPR.org