Hacer la carta de un restaurante no es tarea fácil, no es solo un listado aleatorio de platos, es un manifiesto de intenciones, es la presentación del talante del establecimiento, es el estatuto de la casa, es la misiva del cocinero al cliente. La carta tiene que ser coherente con la idea, con la filosofía del local. Este es el punto de partida, pero después la "idea" se tiene que adaptar a las condiciones reales: el espacio de la cocina, la maquinaria disponible, el número de cocineros y las habilidades culinarias del equipo de cocina.

Y también se tiene que adaptar a las condiciones "ambientales": las tendencias del momento, la temporada, la localización del restaurante y el tipo de cliente (y su bolsillo). Las cartas de los restaurantes son el resultado de poner en una coctelera, en un túrmix, en un embudo, la idea y las condiciones. Lo que salga de la coctelera son los platos que ofreceremos a nuestros queridos clientes. Ya tenemos los platos "destilados" decididos, ahora tenemos que pensar cómo los presentamos al cliente: con qué los completamos (las salsas, los acompañamientos, las hierbas que dan frescura y color...) y en qué tipo de plato les servimos. No es cualquier cosa, tampoco.

Las cartas de los restaurantes son el resultado de poner en una coctelera, en un embudo, la idea y las condiciones. Pero también tenemos que pensar el cómo presentamos, con qué completamos y en qué plato servimos

Escribir la carta de un restaurante: poner nombre a las creaciones

Y una vez concebidos y paridos, ahora es el momento de bautizarlos. Les tenemos que poner un nombre que sea goloso, seductor, inspirador, que sea descriptivo, pero sin cansar, que insinúe, un nombre que haga salivación, que apetezca, un nombre atractivo. Tenéis que saber, amados clientes, que es un quebradero de cabeza. Un sencillo "lomo con patatas" tiene que parecer extraordinario y la literatura ayuda. Si lo titulamos "Lomo de Can Simpático con patatas al sesgo fritas al estilo de la abuela Dolors, con aceite nuevo y flor de sal pirenaica" apetece más, la verdad y se puede vender mejor, es decir, a un precio superior, incluso.

Pero la literatura costa de traducir y los restaurantes con una clientela fundamentalmente turística buscan soluciones que se expliquen con agilidad y sin subterfugios: las fotografías. No hay una imagen más desoladora, menos apetecible, más cutre que aquellos restaurantes de las Ramblas, con toda una randa de horrorosas fotos de platos combinados expuestas sobre la barra del establecimiento. Fotografías capaces de desanimar al pasavolante más famélico. Sí, las fotografías son útiles, pero desvanecen la magia del redactado, destruyen la sugestión, son el arma que mata la ilusión del descubrimiento del plato imaginado.

Las fotografías son capaces de desanimar al pasavolante más famélico. Ahora bien, solo cuando la imagen les parece golosa confirman que la elección es acertada

Las cartas escritas son como el envoltorio del regalo. Pero, por desgracia, si hoy vas a un restaurante, observarás cómo la juventud lee la carta con el móvil en la mano. Cuando optan por un plato, corren a buscar en la red, en TripAdvisor o en Instagram, la fotografía del plato para acabar de decidirse. Solo cuando la imagen les parece golosa confirman que la elección es acertada. Los restaurantes seguiremos rompiéndonos la cabeza para encontrar títulos seductores en los platos, pero quizás ha llegado el momento de contactar buenos fotógrafos e ir pensando cómo quedarán las imágenes de los platos colgadas sobre la barra del restaurante.