El artículo de hoy es un artículo diferente por dos motivos. El primero, porque es el último antes de que quien escribe estas palabras haga unas deseadas vacaciones de agosto. El segundo, y lo más importante, porque no es un artículo como tal, sino una invitación dirigida a todos Ustedes: les invito a comer por fiesta mayor. Si antiguamente la gente iniciaba vacaciones al día siguiente que acabaran las fiestas del pueblo, yo también he querido guardar para el último día esta pequeña bacanal en la cual, antes de bajar la persiana, nos beberemos juntos todas las botellas de vino espumoso que nos restan para abrir. Si les apetece, pues, pónganse cómodos, dejen el equipaje en la habitación de los invitados y no se preocupen de nada. Hoy son mis invitados. Hoy la alegría está asegurada. Hoy, por fin, brindaremos con las copas de los días de gala.

El toque de inicio, siempre con porrón

Cada fiesta mayor es un mundo y cada pueblo la celebra de una manera diferente, pero hay un elemento común que nunca puede faltar en una traca de inicio: un tapón de vino espumoso saltando por los aires, una botella que destapa la felicidad y unos brazos que se levantan para proponer el brindis menos gastronómico del año, todavía con la pólvora cosquilleando dentro de la nariz. Hagámoslo, pues. Brindemos ahora, y hagámoslo sin maridajes o sin notas de cata. Hagámoslo por el placer de hacerlo, para sentir que el vino espumoso, antes que tuviera cuarenta y tres mil maneras diferentes de llamarse, era lo que genuinamente sigue siendo ahora: una invitación a la algazara.

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La Carpa y el [meta] Porrón de Vilanova i la Geltrú según Cristopher Nolan: un porrón gigante en un pasacalle lleno de gente bebiendo con porrón

Les lleno el porrón con este Ferret Guasch Ancestral 2019 nacido en unas viñas de Font-rubí, allí donde el Penedès se sube tan arriba como un castillo de fuegos, allí donde el adjetivo ancestral significa un tipo de elaboración concreto, de acuerdo, pero también una manera de hablar de otro tiempo, de otros valores y de otra velocidad de vida donde la autenticidad prevalecía ante la artificialidad. Un vino de nombre descriptivo, sin más. Un vino de etiqueta artesanal, sin pretensiones marquetinianas. Y un vino de excelente estructura y complejidad, agradable y fresco como aquel porrón lleno de Cava, Corpinnat, Classic Penedès, Conca del Río Anoia o Cualquier Otra Manera de Llamar a El Vino Espumoso Catalán que alguien comparte contigo sin ninguna pretensión más que la de decirte: ¡alegría, métele, que es fiesta mayor!

Una cena rosé en la terraza

Las buenas fiestas mayores son las que hierven a cada hora con las calles llenas de actividades, pero que sin embargo laten en los comedores y las terrazas de las casas. En una fiesta mayor, tan especial son el correfoc de los diablos, la festividad castellera o la guerra de agua como lo son, sin duda, las cenas con los amigos en el jardín. Vamos allá, pues. Hoy Ustedes son mis amigos. Un poco de aperitivo para empezar, unas buenas ensaladas y algún plato elaborado, sea de carne o de pescado. Tanto hace, escojan lo que más les apetezca. También hay quesos, si lo desean. Coman tanto como quieran, pero no caigan en la duda de si hacer un blanco o un tinto: hoy beberemos rosado, y con burbujas. ¿Por qué? Si me lo permiten, porque una noche de verano de fiesta mayor es siempre una noche preciosa, pero si se acompaña con un rosé espumoso como el De Nit de Raventós y Blanc deviene una noche pletórica. Superior. Mágica.

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Mesa de fiesta mayor con gente haciendo tertulia sobre el pregón de este año. Es decir, criticándolo.

Vayan picando, no se corten. ¿Sienten la música, de fondo? Es la orquesta haciendo las pruebas de sonido. Parece que suena una versión de Abba. ¿Oyen las sirenas? Son las de los autos de choque, encima del descampado, llenos de chiquillos que conducen sin tener que sufrir por si los Mossos les enganchan. ¿Y sienten estos aromas de fruta blanca cerca de la nariz o este baile de chispas en el paladar? Es cosa de Raventós i Blanc, sí. Las burbujas son pequeñas y finas, pero el placer es grande e inmenso. Disfruten de la noche, hay vino para rato. La sobremesa larga y eterna es uno de los mejores actos de fiesta mayor, especialmente porque es el momento en que todos, en privado y con los amigos, decimos en voz alta aquello que no nos atreveríamos a decir si fuéramos pregoneros.

Una comida con copa Pompadour

La comida de fiesta mayor es la segunda comida más importante del año después del binomio Navidad y Sant Esteve. Espero que me comprendan, pues, si les digo que en estos dos días es absolutamente obligatorio servir la mesa con copas Pompadour, que deben su nombre al pecho de Juana Antonieta Poisson, madame de Pompadour, amante del rey Luis XV. Los entendidos dirán que la forma de la copa, chata y de boca ancha, provoca que los aromas y la efervescencia del vino se evaporen demasiado pronto, pero yo les digo que por fiesta mayor nada se evapora. Aparte del tiempo perdido lleno de felicidad, claro está. Seamos sinceros: ¿hay nada más ancien régime que una fiesta mayor? ¿Existe otro día en el año que ejércitos de ateos alaben durante unos días sus patrones en nombre del desenfreno? No. Por eso, por fiesta mayor, hay que honrar a los orígenes, también escogiendo la copa con que bebemos.

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Según Luis XV, esta imagen es contenido pornográfico y contiene siluetas de pechos femeninos.

En una comida de fiesta mayor, pues, mantenerse fiel a la tradición es un imperativo. Canelones y pato al horno, por ejemplo. Créanme, si les invitan a comer por Sant Fèlix en Vilafranca, por ejemplo, y les dan ceviche de no sé qué o tártar de no sé cuantos, huyan corriendo. Lo mismo les digo si sobre la mesa ven algún vino blanco fresquito y elaborado, qué sé yo, en Rueda. Lárguense. Nada de eso, nada. Por fiesta mayor, encima de la mesa hay que tener vinos espumosos que tengan una presencia casi tan mística como la de un santo. Por lo tanto, no sufran, hoy es el día de abrir un Serral del Vell 2013, de Recaredo. Este espumoso es una joya por el cual osentirían devoción incluso aquellos que afirman que "el cava no me dice nada". O peor todavía: los del club de "yo solo bebo en los cumpleaños o a los postres". En la calle todavía se escuchan las chirimías y los bastoners acabando el pasacalle del mediodía, pero si me lo permiten, yo voy abriendo las botellas.

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Tres pubilles de un pueblo penedesense brindando con vino espumoso el domingo de fiesta mayor.

Los canelones ya casi salen, y el ànec mut del Penedès ya hace rato que hace xup xup. Llénánse las copas, que pronto saldrá el primer plato. Noten los aromas de piel de avellana. Noten la acidez bien marcada, la sobriedad y el carácter en la boca. Noten que eso que beben es un tesoro de 35€ encapsulado dentro de una botella de vidrio. ¿Lo notan? Brindemos, pues. Xín-xín. Volvamos a hacerlo después del primer plato. Y después del segundo. Y después de los postres. Y después del concierto de noche, después de las habaneras, después del castillo de fuegos de despido y después de llamarnos adiós. Brindemos siempre y, si puede ser, hagámoslo con buenos vinos. De parte de un servidor, brindemos por haber estado un rato juntos cada domingo desde hace diez meses y brindemos para reencontrarnos en septiembre, queridos lectores. ¡Ah! Y sobre todo, brindemos para disfrutar de este verano.