El Cerro Rico de Potosí es una montaña de 4700 metros situada en la Cordillera de los Andes de Bolivia. Su particularidad es que guardaba -y todavía guarda- una de las reservas de plata más importantes del planeta, de ahí su nombre. La plata del Cerro Rico comenzó a explotarse en 1545, cuando un grupo de colonizadores españoles llegó a sus faldas conducidos por el indígena quechua Diego Huallpa, considerado más tarde un traidor entre los suyos -el Cerro era un lugar sagrado y recibía el nombre de Sumaq Orcko (montaña preciosa)-. Al comienzo, los filones de plata afloraban casi vírgenes y su extracción consistía en picarlos a cielo abierto y fundir el mineral en rudimentarios hornos indígenas. Pero al cabo de diez años, cuando las vetas exteriores ya se habían extinguido, entonces comenzó la perforación de miles de galerías y túneles por lo que se necesitó una cantidad ingente de fuerza de trabajo. Se calcula que a lo largo de los casi quinientos años de explotación ininterrumpida han muerto unos ocho millones de indígenas, la mayoría por silicosis (una intoxicación crónica por inhalación de polvo de sílice), pero también por tuberculosis, fiebres de todo tipo, accidentes con dinamita, atropellos por vagonetas, y un largo etcétera. Durante los trescientos años que la mina quedó en manos de los colonizadores, se sabe que la plata del Potosí pagó las guerras de Castilla contra todos sus enemigos, incluidos los catalanes. Y todo esto fue posible gracias a la hoja de coca (Erythroxylum coca), un alimento sagrado en la región andina que atenúa el sueño, vigoriza el cuerpo y reduce el apetito.

"La hoja de coca desarrolla en los países andinos un rol cultural equivalente al café en el occidente, o al té en el oriente"

FOTO1

Arbusto de coca / Foto: Raúl Arboleda (AFP)

Cualquiera que haya viajado al corazón de los Andes; a Quito, a Cusco o a La Paz, habrá notado que absolutamente todo el mundo mastica hoja de coca. De hecho, en la medida que ésta es el mejor remedio para combatir el mal de altura, su sabor es casi lo primero que prueba un turista en aterrizar en cualquiera de estas tres ciudades (suele ingerirse en infusión). La hoja de coca es una planta autóctona de la confluencia tropical de los Andes con la Amazonía, y desde la época precolombina se ha cultivado y consumido indistintamente del origen o el color de la piel de sus habitantes. En toda Bolivia, por ejemplo, país donde he vivido algunos años, la hoja de coca abarca todos los estratos sociodemográficos y comprende múltiples funciones de la alimentación diaria. Como un café, resulta indispensable para la conducción; como una cerveza, resulta ideal para compartir en grupo; como una bebida isotónica, resulta idónea para hacer deporte; como unas pipas de girasol, resulta eficaz para matar el aburrimiento; y como los ajos, resulta útil para regular la presión arterial. Dejando de lado sus funciones ceremoniales (también sería como nuestro vino de misa), la hoja de coca desarrolla en los países andinos un rol cultural equivalente al café en el occidente, o al té en el oriente. Y de igual manera que sucede con estas dos plantas (por cierto, ambas muy ricas en cafeína), la comunidad científica no ha podido demostrar que el consumo moderado de hoja de coca sea perjudicial para la salud. De hecho, todo lo contrario. Después de numerosos estudios se ha probado que la hoja de coca regula la presión arterial, mejora la oxigenación de la sangre, regula el metabolismo de los hidratos de carbono, y es rica en vitaminas (A, B1, B2, B3, C y e) y minerales (calcio, fósforo, hierro, sodio o potasio). Sin embargo, la hoja de coca es una planta prohibida.

FOTO2

El expresidente Evo Morales defiende la hoja de coca en la ONU / Foto: Infobae

"Para llegar a notar el verdadero poder de esta planta se necesita una ingesta experta, abundante y sostenida como la de los mineros de Potosí"

La hoja de coca posee 14 alcaloides naturales los que, una vez dentro del organismo, derivan en otros alcaloides secundarios. De los 14 alcaloides principales la cocaína representa sólo una pequeña parte (menos de un 1%), y ninguno de los 13 restantes son clorhidrato de cocaína (el polvo para esnifar), pasta base o crack, las tres drogas devastadoras derivadas de la hoja de coca. Quien prueba hojas de coca por primera vez, o bien en infusión o mascándolas en la boca, lo más normal es que desista antes no experimentar sus efectos sutiles pero existentes. Ya que para llegar a notar el verdadero poder de esta planta se necesita una ingesta experta, abundante y sostenida como la que los mineros de Potosí, que pueden pasarse 24 horas seguidas trabajando sin prácticamente beber ni comer. Por otra parte, los efectos de sus derivados químicos son instantáneos y muy diferentes, porque actúan en los circuitos cerebrales responsables del placer y la gratificación. A diferencia del polvillo cortado que infecta nuestros bares, masticar hojas de coca no provoca ni exaltación del estado de ánimo, ni aumenta la sensación de seguridad, ni dilata las pupilas. Simplemente, atenúa el sueño, vigoriza el cuerpo y reduce el apetito. Sin embargo, la hoja de coca está incluida desde 1961 en la Lista I de la Convención Única sobre Estupefacientes de las Naciones Unidas por una razón tanto obvia como simplista: si se prohíbe la hoja de coca se combate la producción de sus drogas derivadas.

"Un juez de Girona absolvió el año 2017 a un colombiano residente en Cataluña al que la policía había interceptado un envío de dos kilos de hoja de coca"

FOTO3

Mascando hoja de coca / Foto: ver.bo

Hay, sin embargo, una excepción. La producción, posesión, comercio, exportación e importación de hojas de coca está permitido siempre que se destinen a la preparación de agentes saporíferos libres de alcaloides. Es decir, a aromas de hojas de coca sin cocaína natural. Y casualidad o no, la única empresa en el mundo que utiliza un agente saporífero de esta extraña naturaleza es The Coca-Cola Company, que compra (vía terceros) 120 toneladas anuales de hojas de coca en el Perú para la elaboración de la su gaseosa de fórmula ultra secreta. En nuestro país, donde los últimos veinte años se han naturalizado y nacionalizado miles de ciudadanos y ciudadanas sudamericanos, hoy la hoja de coca es accesible a todo el mundo. Se sirve picada dentro de bolsitas de infusión en los restaurantes de cocinas andinas y los colmados de productos latinos. Aunque también es posible comprarla entera en bolsitas de entre 5 y 10 euros. Hoy la normalización de la hoja de coca contrasta con su absoluta prohibición, y todo apunta a que vivimos instalados en un debate tácito que debería acabar distinguiendo entre la planta original y las drogas sintetizadas. De hecho, un juez de Girona absolvió el año 2017 a un nacional colombiano residente en Cataluña al que la policía había interceptado un envío de dos kilos de hoja de coca. ¿Los motivos de la absolución? Los susodichos a lo largo de este artículo: que consumir hoja de coca no puede considerarse una toxicomanía en el sentido médico del término -ni siquiera provoca adicción-, y que dadas sus propiedades culturales tiene sentido disponer de una cantidad razonable para el autoconsumo. Resumiendo, la hoja de coca no es una droga, sino un gran alimento con propiedades nutritivas, psicológicas y culturales. Y te aseguro que si fuera legal por las mañanas dudarías entre una taza de café, tan irritante del estómago, o una infusión de hojas de coca, tan beneficiosa para el cuerpo.

Foto4

Desecación de las hojas de coca en la Cordillera de Apolobamba, Bolivia / Foto: Arnau Vila