Leocadia Montes abrió el Bar Leo en la Barceloneta hace 46 años. Ella, como tantos otros, vino de Granada cuando era joven para ganarse la vida y trabajó muchos años en los antiguos chiringuitos de la Barceloneta, época de la que guarda muy buenos recuerdos; era otra Barcelona, me explica. Después de casarse, tuvo la oportunidad de comprar el local, que entonces era una granja donde servían desayunos y, tan pronto como abrió, le dio la vuelta al negocio convirtiéndolo en lo que es ahora, un bar donde tomar unas cañas y unas tapas con el mejor ambiente del barrio. Un sitio al que vas una vez, repites y repites, y no me preguntes por qué, es fácil entrar pero no salir, ¡cuidado!

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Detalle de la pared del Bar Leo / Foto: Víctor Antich

Cuando entres al bar, te preguntarás por qué las paredes están llenas de fotos del reconocido cantaor Bambino, de nombre Miguel Vargas Jiménez. La respuesta es que Bambino fue muy amigo de Leo desde los inicios de su brillante carrera hasta su decadencia, cuando visitaba el bar para ahogar las penas antes de volver a Utrera, su tierra natal, donde murió él, pero no su legado. También cuelgan de la pared otras fotos, sombreros y banderas, que dejan poco espacio libre y convierten el local en un homenaje a Bambino, pero también en museo de la farándula flamenca de la época.

Leo e hijo
Leo con su hijo Agustí. Bar Leo / Foto: Víctor Antich

Saludo a Paco, uno de los hijos de Leo. Él era patrón de su propio barco hasta que llegaron las Olimpiadas y la pesca de Barcelona se fue al garete, entonces vendió el barco y muchos amigos suyos hicieron lo mismo; la gente joven ya no quería salir al mar, era demasiado sacrificado. Me enseñan fotos del barco, colgadas en la pared, claro, de cuando lo compraron en Galicia.

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Croqueta. Bar Leo / Foto: Víctor Antich

No es todavía la hora del vermú, pero Leo me insiste en que pruebe sus croquetas, que cocina con mano diestra cada mañana. Solamente os diré que están como las que hace mi madre, es decir, buenísimas. Agustí, que ayuda a su madre cuando puede, me sirve un plato de boquerones en vinagre que se los traen cada dos días pescados muy cerca; ciertamente, también están muy buenos. Ya puestos, pido una caña mientras tarareamos con Leo "Volando voy" de Camarón, porque en el Bar Leo suena flamenco y rumba de la jukebox instalada en un rincón cuando los clientes están animados, así es normal que las mañanas de los sábados y domingos se monten unas jaranas importantes a ritmo de Camarón de la Isla, Lola Flores, Kiko Veneno, Pata Negra y, evidentemente, ¡el gran Bambino!

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Boquerones. Bar Leo / Foto: Víctor Antich

El local se llena habitualmente de gente del país, mucha gente joven con ganas de pasárselo bien y tomar algo, les encanta el buen ambiente de la tasca y disfrutan charlando con Leo, que siempre está lista para rememorar historias pasadas. Por cierto, no viene al caso, pero me confiesa que ama con locura a Diego Alías, cocinero, propietario de Ca l’Amador en Josa de Cadí y colaborador de La Gourmetería, a quien conoce desde hace muchos años y que hace unos días ha presentado con todos los honores su libro Bacallà, salut i sort.

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Leo delante del bar / Foto: Víctor Antich

Defendamos, pues, estos locales tan necesarios, reductos vivos de nuestra historia que estamos obligados a mantener. Me despido de Leo y compañía, me parece que todavía resuena por las calles de la Barceloneta la voz de quien fue rey del flamenco y de la noche, Bambino. Voy a perder la cabeza por tu amor.