La Barceloneta es, sin duda, uno de los barrios más pintorescos de la ciudad. Pero también es cierto que es uno de los barrios que más ha cambiado en los últimos años, en parte debido a la masificación del turismo. De hecho, todo el distrito de Ciutat Vella ha cambiado. La cosa no es como antes. Con la llegada de las olimpiadas, las apisonadoras arrasaron parte del barrio, y lo que dejaron en pie se lo han cargado los turistas. Acabaron con la Barceloneta de los chiringuitos, la Barceloneta donde comías paellas con los pies en la arena mientras escuchabas a Bernardo dando la turra con la guitarra, la Barceloneta donde aparcabas delante del restaurante para zamparte unas gambas mientras los niños del barrio te birlaban el radiocasete del coche, la de la librería Negra i Criminal, donde compraba las novelas de segunda mano del famoso comisario Maigret, la de la flauta de cerveza con rusa picante del Vaso de oro, cuando el local no estaba a tope de japoneses, la de las abuelas en la playa rodeadas de críos con el pañuelo en la cabeza mientras los abuelos jugaban al dominó, la de Pepe Rubianes tomándose un donut con cacaolat en el Bar Electricitat... ¡Ey, alerta!, este bar todavía no se lo han cargado, pienso, así que aprovecho que estoy divagando por el barrio para acercarme a la plaza del Poeta Boscà, donde también está el mercado, y entrar a tomarme un vermú.

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Bar Electricitat / Foto: Víctor Antich

Es una bodega centenaria tal como Dios la trajo al mundo, es decir, manteniendo la decoración tal cual abrieron, hace más de cien años. Con su aire modernista, está presidida por una majestuosa barra de mármol ovalada, con su pasamano. El ambiente es ciertamente único, veo las mesas de mármol con sus sillas de madera, la nevera centenaria de madera con las botas de vino encima y los ventanales por donde entra un sol deslumbrante, con unas vidrieras de la época.
Apoyado en la barra, pido un vermú negro y unas anchoas, que me sirven diligentemente. Antes, sin embargo, pasan un trapo por el mármol para limpiarlo de malas hierbas. Al lado tengo una mesa con abuelos; en frente, otra con jóvenes llenando la mesa de cervezas, y "al final de la rambla", uf, quiero decir, al final del local, con un vermú en la mano, veo a Santiago Auserón. Por cierto, he tenido que mirarlo un par de veces para reconocerlo, y es que la edad pasa para todo el mundo.

Rusa de cangrejo

Rusa de cangrejo. Bar Electricitat / Foto: Víctor Antich

Frente a mí no paran de desfilar tortillas de patatas con una pinta increíble. Pido un trozo o acabaré abalanzándome encima de ellas. Javier, que lleva diecisiete años encargado del negocio, me cuenta que las tortillas las hace Pili, una señora que trabajó durante muchos años en el bar y que, tras jubilarse, y por aquello de sentirse activa, les sigue preparando las tortillas de patatas. Está gloriosa. También me comenta que el local se inauguró en 1908 y que ahora lo lleva Toni, yerno de Victoria, que es la propietaria ya jubilada. Él está encantado con los propietarios, pero sabe que si algún día —por circunstancias de la vida— cambia de manos, deberá valorar si le interesa, porque ahora está muy contento y Victoria ha sido como una madre para él.

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Barra del Bar Electricitat / Foto: Víctor Antich

Pido otro vermú mientras me comenta que a lo largo de la semana están más tranquilos, pues solo sirven desayunos y vermús, pero el fin de semana abren por la noche y el bar se llena a rebosar de parroquianos todo el día, formando largas colas en la puerta. Sin embargo, lo celebran a lo grande cuando aparecen los gitanos rumberos del barrio.

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Fachada del Bar Electricitat / Foto: Víctor Antich

Con los años, han notado la masificación en el barrio, pero los turistas no han entrado en su bar. Cree que el motivo es que no tienen bravas ni paellas, y por eso no les interesa ir. La mayoría de los clientes son de la Barceloneta y de otros barrios de la ciudad. Los platos más pedidos son la rusa de cangrejo (que no recomiendo), las anchoas del Cantábrico y la tortilla de patatas. El lacón, según Javier, es el mejor de la ciudad. Lo compran cocinado al horno y ellos lo sirven frío.
Vacío el vaso, salgo del local y me pierdo sin prisa por las callejuelas de La Barceloneta. Quizás me encuentre con "la negra flor", como decía la canción de Radio Futura. Quién sabe.