Un día: el 23 de mayo de 1981, el lunes hará 41 años. El día del asalto al Banco Central de Barcelona. Otro: El día del Watusi (Francisco Casavella, 2002-2003), una novela, en palabras del añorado autor, sobre «los cómos, los porqués, los para qués y los y qués» de la Transición española. Un Estado tan conspiratorio, corrupto y cloaquesco como el actual. En el tercer volumen de este retablo casavelliano de la Barcelona del último cuarto del siglo XX confluyen, en lo alto de las bulliciosas Ramblas, dos acontecimientos delictivos de distinta índole: el uno histórico y el otro ficticio, los dos simétricamente subrepticios. Primeramente, ya saben, el secuestro de las casi trescientas personas que en aquel momento se encontraban en la sede del desaparecido banco, un gran edificio de siete plantas, y que se alargó durante todo el fin de semana, apenas tres meses después del 23-F, a manos de un grupo de encapuchados que pedían la liberación de algunos de los militares implicados en el golpe de estado. En segundo lugar, una panda de yonkis que la noche antes han robado un cargamento de jamones en una charcutería del mercado de la Boqueria, y que ahora intentan, tras el cordón policial, malvender la porcina mercancía a fin de comprar la urgente dosis de caballo. De un lado, los maderos rodeando la entidad asaltada con metralletas en banda sobre el pecho. De otra parte, toxicómanos empapados en sudor que parecen imitar la pose de los policías armados con patas de jamón ibérico. Y unos metros más allá, el paranoico protagonista del libro desayuna, hace el aperitivo y almuerza con cerveza y anfetaminas, instalado en un bar desde la puerta del cual se obtiene un escorzo de la fachada del edificio asaltado. En la memoria popular colectiva del país, la versión oficial del golpe al Central, el más alocado (no tenía la más remota posibilidad de éxito) y mastodóntico de la historia del país, no fue nunca convincente, y las hipótesis van de lo puramente crematístico a la obtención de unos supuestos documentos, escondidos en una caja de seguridad, que vinculan la monarquía con los hechos del 23-F, pasando por la desestabilización de la frágil democracia. Francisco Casavella fue el único que imaginó las conexiones entre el asalto y la comida, retratando el golpe como un producto de auténtico sabor ibérico. Dentro del parnaso literario, este novelista ha quedado fijado como el guía mestizo de los westerns, aquel que se avanza a la tropa, se expresa en un lenguaje extraño y nos avisa de que las cosas no son lo que parecen. En sus novelas todo acaba por descubrirse como una gran farsa. ¿Y si las verdaderas motivaciones del asalto no fueron ni políticas ni delictuosas, sino puramente gastronómicas?

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Hoy es el Corte Inglés. Foto: Archivo

Lomo en la oscuridad

Quien no lo recuerde, todavía no hubiera nacido o fuera demasiado pequeño para recordar la sucesión de acontecimientos que rodearon el golpe al Banco Central, puede consultar las hemerotecas. A riesgo, eso sí, de perder la poca o nula salud mental que uno atesore ante el torrente de noticias contradictorias, conspiraciones supinas y rumores publicados a base de voluntad y delirio: que si son argentinos ultras de la Triple A, italianos del GLADIO, de la CIA, del CESID, de Fuerza Nueva, de la Centuria amarilla o roja o rojigualda, de la ETA, anarquistas de la CNT, que si alguno de los asaltantes ha escapado con un maletín repleto de secretos de estado, que si son de la Guardia Civil, que si detrás de todo está el capitán y espía golpista Gil Sánchez Valiente, que si los asaltantes son 24 o más... ¿Cuáles fueron «los cómos, los porqués, los para qués y los y qués» del golpe al Banco Central? Desde esta humilde sección gastronómica, servidor no aspira a más que atender a los asuntos culinarios de la cuestión. Siguiendo con el símil porcino, pero parafraseando a Carles Costa en el afamado programa Crímenes, intentarem posar llom a la foscor (disculpen… la broma, mala de por sí, encima es intraducible).

A las 16.35 h, siguiendo la sagrada costumbre catalana de comer pollo al ast los domingos, la Cruz Roja volverá al banco después de vaciar los asadores  de Barcelona.

En resumen, y como ya hemos señalado, los acontecimientos ocurren así: un grupo de hombres con pasamontañas y armados, irrumpen en la entidad bancaria una soleada y primaveral mañana sabatina, toman por rehenes a las casi trescientas personas que en aquel momento están en el interior, entre trabajadores, clientes y algún turista que pasaba por ahí, y hacen llegar a la prensa un comunicado en el cual piden la liberación inmediata de algunos de los militares encausados por el 23-F, y amén de que se les facilite un avión en el aeropuerto del Prat para poder huir rumbo a la Argentina. De lo contrario, matarán a todo cristo y volarán el edificio. «¡Viva España!», concluyen. En las oficinas del vecino Banco Bilbao se crea un gabinete de crisis formado por las autoridades municipales, militares, catalanas y estatales; y hacen venir de Madrid a José Luis Aramburu Topete, excombatiente de la División Azul y director de la Guardia Civil, que tres meses antes trató de sofocar la asonada golpista. Uno de los primeros planes ideados por la autoridad competente consiste en cambiar todos los letreros del aeropuerto de Reus para hacerlo pasar por el aeropuerto de Buenos Aires (real)... Mientras que a nadie se le ocurre nada mejor, las horas corren y el personal empieza a tener hambre. Los asaltantes se han llevado fiambreras con comida de casa, pero no han tenido la deferencia de pensar en los rehenes, a quienes, a pesar del miedo, la panza les empieza a hacer run-run. Por la tarde se pacta el primer intercambio de cuarenta personas a cambio de trescientos bocadillos, que llevarán decenas de voluntarios de la Cruz Roja. A las 21 h de la noche, la organización humanitaria vuelve al banco para hacer entrega de la cena y de un televisor, con el cual secuestradores y secuestrados se entretendrán mirando por la noche la película Waterloo (Dino De Laurentiis, 1970), que trata sobre la última batalla de Napoleón Bonaparte, una premonición, quizás, de la cercana caída del comando asaltante. La mañana siguiente, a las 10.15 h, salen más rehenes a cambio de café con leche, croissants y tabaco, que empieza a escasear. A las 16.35 h, siguiendo la sagrada costumbre catalana de comer pollo al ast los domingos, la Cruz Roja volverá al banco después de vaciar los asadores de Barcelona. Y esta fue la última comida de los amotinados fuera de una prisión en muchos años.

Hijo de una familia almeriense de vendedores ambulantes de barquillos, ya desde muy joven, el Rubio, como todo quinqui torete-vaquillesco de la época, inició su carrera delictiva robando coches con una llave de abrir latas de foie gras.

A medida que los días fueron pasando se descubrió el pastel. El asalto fue perpetrado por un grupo de once jóvenes atracadores. El plan consistía en ganar tiempo, simulando un secuestro político, para practicar un túnel en el sótano del edificio que comunicara con el alcantarillado, para después huir con el botín. El programa era totalmente absurdo, puesto que el ruidazo de las taladradoras se oía desde la calle, y lo primero que hizo la policía (experta en cloacas) fue taponar todos los conductos. Además, la pared era de hormigón armado y no se podía agujerear con aquellas herramientas domésticas. El descerebrado cerebro de la operación, el «N.º 1», es José Juan Martínez «El Rubio», señalado desde hacía años como confidente de la policía infiltrado en el movimiento anarquista. Hijo de una familia almeriense de vendedores ambulantes de barquillos, ya desde muy joven, el Rubio, como todo quinqui torete-vaquillesco de la época, inició su carrera delictiva robando coches con una llave de abrir latas de foie gras. «Me gusta comer bien [...] y para eso hace falta pasta» declara el asaltante en las primeras líneas del libro basado en entrevistas Algunos me llaman El Rubio (Juan Manuel Velázquez, AA Ediciones, 2016). «Todo empezó en el restaurante L’Hortet», continúa más adelante («Ortez» en el texto original por un error de transcripción; un desaparecido restaurante cerca de la plaza de España), antes de confesar como el golpe se urdió durante las ebrias sobremesas de pantagruélicas cenas en este restaurante y en otros como el añorado Bar Emilio de la Barceloneta. «Lo queremos todo. ¿Cómo no quererlo? —dice en el tramo final del libro—. Queremos comer bien. Beber hasta reventar. Drogarnos, si hace falta. Follar con tías buenas en hoteles de cinco estrellas. Conducir coches de lujo. [...] Hay que tener cojones para no querer más de lo que uno se puede permitir. Porque, si no está a mi alcance, ¿por qué me dicen que sí?». El Rubio, después de cumplir buena parte de la condena por el intento de atraco y secuestro, consiguió fugarse de prisión. Poco después, la policía lo pilló en un restaurante de Vilanova i la Geltrú, tras comer sopa de pescado, canelones, dos cafés y dos copas de Cointreau.

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La Cruz Roja en la entrega del pedido de pollos. Foto: Archivo

Anarquistas, chorizos y macarras

Les he dicho al comienzo que Casavella asoció en solitario las supuestas tramas negras que habían motivado el asalto con las patas negras del embutido ibérico, pero esto no es del todo exacto. Juan José Rosón, entonces ministro de Interior del gobierno de UCD, una vez los GEO entraron tarzanescamente en el edificio cuando los asaltantes estaban ya a punto de entregarse, cortando por lo sano más de 37 horas de tensión, afirmó en rueda de prensa, a unos medios de comunicación estupefactos, que los 11 asaltantes no eran guardias civiles ni militares, sino todo lo contrario: «anarquistas, chorizos y macarras». Evidentemente, nadie se tragó que fueran anarquistas. Al ministro le quedaba poca credibilidad democrática después del Caso Almería, cuando intentó encubrir a los guardias civiles que habían torturado, asesinado y descuartizado a tres jóvenes inocentes a quienes habían confundido con miembros de ETA. En una viñeta de Martínmorales publicada en la sección «El embudo nacional», de la revista Tiempo, el presidente del gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, con su pétrea cara de estatua de la isla de Pascua, coge a un ciudadano por la corbata mientras con la otro mano le embute la boca con un periódico enrollado en el que puede leerse el titular «23-M. Versión oficial». Debajo, el siguiente texto: «El gobierno Calvo-Sotelo es menos derrochón que el de Suárez, puesto que aquél ofrecía rehenes por aviones y éste ha cambiado rehenes por bocadillos.» Del pollo al ast no mencionaron nada, pero lo cierto es que se montó un buen pollo.