Esta es la historia de un dilema: volver de Mallorca con una ensaimada comprada en el aeropuerto de Son Sant Joan o llegar a casa con la misma ensaimada, pero comprada por casi 10€ menos en un supermercado de Barcelona. Todo empezó hace cuatro o cinco días, cuando por motivos laborales el destino quiso que tuviera que volver de Luxemburgo a Catalunya haciendo escala durante una hora y media en Palma. Del Gran Ducado a nuestra casa no hay vuelos directos los martes, por eso hace falta coger un avión lleno de germanos con casa en Calvià o Llucmajor, aterrizar, hacer una parada técnica para cenar un llonguet de sobrasada en algún restaurante de la terminal con bocadillos a 8€ y volver a elevarse hasta Barcelona. En principio, pues, un plan de mierda. Ciertamente una escala siempre da pereza, pero resulta que un servidor no solo es un enamorado de Mallorca, sino también de las cosas intangiblemente poéticas que agrandan el alma, como por ejemplo poder merendar en Luxemburgo, hacer un cigarrillo bajo el cielo de Palma y acabar durmiendo con mis sábanas en el Eixample. El problema es que también soy un tradicionalista nostrado, por lo tanto sé que volver de Mallorca sin una ensaimada, ni que sea por haber hecho una escala, es pecado.

Ensaimada Santo Cristo 2
Una ensaimada de cabello de ángel, ejemplo evidente del conocido como food porn.

Nunca he sido amigo de los souvenirs, por disgusto de mi madre. Odio comprar camisetas en Venecia con un dibujo del Ponte Rialto o adhesivos imantados en París con la forma de la Torre Eiffel, quizás porque solo entiendo el concepto souvenir como el ejercicio de regalar a alguien que amas una cosa procedente de allí donde has ido y que podremos compartir juntos. Una longaniza, un licor o un décimo. De pequeño me enseñaron que de Sort hay que volver con un número de Lotería de Navidad, de Arbeca hay que volver con una garrafa de aceite y de Montserrat hace falta volver con una coca. Por este motivo, lógicamente, siempre he amado la estampa de decenas de personas cargadas con ensaimadas bajo el brazo saliendo por la puerta de un aeropuerto cuando llegan a su destino, ya que volver de Mallorca con una ensaimada es el preludio de un acto de amor. Como tal, el martes pasado a media escala me acerqué a una de las tiendecitas de Horno Santo Cristo repartidas por el inmenso aeropuerto, pero antes de comprar nada quise comprobar cuál era la diferencia económica entre una ensaimada comprada allí dentro y otra comprada en cualquier tienda del centro de Palma, por ejemplo la que hay al lado de la parroquia de Sant Nicolau.

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En contraste con la ensaimada mallorquina, una ensaimada normal de cafetería hace llorar de pena.

Así pues, me acerqué a la tiendecita, sufrí un ataque de golosinería delante de aquel escaparate lleno de ensaimadas de cabello de ángel, chocolate o sobrasada, pregunté cuánto valían las de tamaño medio (380g) y una chica, en castellano, me dijo 15'90€. "Las recordaba más económicas", le dije a mi compañero de trabajo mientras con el móvil buscaba qué precio tenían en la tienda online: 11'80€. El impuesto revolucionario de todas las cosas que viven dentro de un aeropuerto, ya se sabe, donde una botella de agua a menudo es tan cara como un paquete de 6 aguas de 1'5L en el supermercado y donde un zumo de naranja, directamente, no se mide por litros sino por quilates de oro. La sorpresa fue, sin embargo, que el buscador de Google me mostró otros lugares donde vendía exactamente la misma ensaimada a un precio que no me podía creer: 8'90€ en el Corte Inglés y 5'99€ en el Ametller Origen. ¿"En serio"?, me dijo mi compañero, "pues ya la compraré mañana en el Ametller de delante el trabajo y me ahorro una pasta". El razonamiento era lógico, claro está. ¿Quién es que nos toma por imbéciles, sin embargo? Procuré hacerlo entrar en razón y le expliqué que cuando vuelves de Mallorca, la gente no espera que le traigas una ensaimada porque tengan hambre de ello, sino que lo que realmente quieren es saber que has tenido el detalle de llevarles una ensaimada. Que la ensaimada mallorquina no es un alimento, vaya, ni siquiera un pastel hecho con harina de trigo, agua, huevos, azúcar, saín de cerdo y levadura. Que es, básicamente, un objeto poético de altísimo contenido simbólico.

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Una ensaimada de sobrasada que da ganas de lamer la pantalla.

No lo conseguí convencer, pero por fidelidad a los valores con los cuales he sido educado decidí comprar una. Con una cierta sensación de bobo, pagué y carreteé mi maleta con la ensaimada bajo el brazo, convencido de estar haciendo el bien y de no caer en las trampas de la globalización capitalista, una suculenta telaraña que nos permite tenerlo todo, en cualquier momento y a buen precio, pero a cambio de desprenderlo de los valores asociados a su origen: el lugar donde nace, las manos de quien lo han hecho posible, la identidad, el impacto medioambiental que supone deslocalizarlo, etc. El día siguiente por la mañana, cuando llegué al trabajo, mis compañeros se mostraron disgustados al ver que llegaba sin una ensaimada, ya que la que había comprado eran para mi chica, pero less pedí disculpas y les dije que, si querían, bajaba a comprar una al Ametller Origen de la calle Numància. ¡"Serás rata"!, me dijo mi jefe, "no hombre, no, no ves que no es lo mismo?". La ensaimada, técnicamente, habría sido idéntica a la comprada en Palma, pero tenía razón: no es lo mismo. Me dijo que me perdonaba si era capaz de argumentar mi tacañería de 15'90€ de más en un artículo, así que este texto, como ya podéis comprender, es el precio a pagar por cometer un pecado imperdonable que prometo no repetir nunca más: volver de Mallorca solo con una ensaimada bajo el brazo.