Muere Antonio Ferrer Taratiel, uno de los cocineros más míticos del ideario gastronómico barcelonés de toda la vida. Ferrer era conocido por haber patentado el queso camembert rebozado y su personalidad le mereció la aparición en el capítulo de una de las novelas de su colega de profesión literaria, Manuel Vázquez Montalbán.

El legado de Antonio Ferrer

Ferrer estuvo al frente de varios restaurantes en la capital catalana. Empezó con Quo Vadis i Casa Isidro, para después abrir La Odisea, un restaurante que consiguió una estrella Michelin en una época en que la cocina francesa era la norma en todas partes. Su aportación más conocida es la invención del queso camembert rebozado, una receta que ahora se repite en serie en multitud de establecimientos por todo el país. Su personalidad y su tarea como chef - sumado a su faceta de poeta y artista - le valieron aparecer en un capítulo de la novela "La rosa de Alejandría" (1984) de su colega y reconocido escritor Manuel Vázquez Montalbán. En la obra, él era el cocinero que trasteaba en La Odisea, un alter ego que lo representaba a él mismo en una obra mítica del escritor barcelonés.

Ferrer estuvo al frente de varios restaurantes en la capital catalana. Empezó con Quo Vadis i Casa Isidro, para después abrir La Odisea, un restaurante que consiguió una estrella Michelin en una época en que la cocina francesa era la norma en todas partes

Un personaje mítico

Antonio Ferrer era un cocinero carismático e inconfundible. Con bigote y sombrero blanco en la cabeza – fuera de cocinero o de paseo – Ferrer regentaba el restaurante La Odisea, situado en la actual ubicación del Koy Shunka, establecimiento con una estrella Michelin en Barcelona. Fue compañero de Manuel Vázquez Montalbán durante la etapa que compartieron en el PSUC. Durante estos años, consolidaron una amistad que le valió al escritor barcelonés compartir varias comidas con compañeros poetas y amigos cocineros, en establecimientos como el propio restaurante La Odisea. Ferrer fue un gran exponente gastronómico en defensa de la cocina barcelonesa, en una época en la que la norma dictaba que solo podía cocinarse bien si se hacía cocina francesa. En pleno auge Michelin y con grandes sofisticaciones empezando a aflorar por Europa, Ferrer defendía la gastronomía como una herramienta para transmitir lo que el chef quisiera hacer llegar a los comensales. Seguramente su faceta de artista le ayudaba en la presentación de unos platos llenos de decoraciones y delicadezas, con un trasfondo ideológico que dejó plasmado tanto en la mesa como en las obras literarias que publicó a lo largo de su carrera.