Carísima Meritxell,
Hoy he decidido escribir el artículo de pie, ya que hay vinos ante los cuales es imposible no levantarse y ponerse a aplaudir hasta que te duelan las manos. Cuando hace dos semanas el Purgatori 2017 de Torres ganó el Premio Vinari al Mejor Vino Catalán del año 2021, hablamos de hacer un vídeo de la Bodega de ElNacional sobre este vino, ya que el mejor vino catalán del año bien merece una reseña. Además, tú fuiste jurado del premio. Por si no fuera suficiente, la historia de este tinto excelente de la DO Costers del Segre es maravillosa, con todo eso de los monjes del monasterio de Montserrat castigados en la finca Els Desterrats en la cual todavía hoy se cultivan las viñas que ellos empezaron a cultivar hace siglos. Sí, por descontado que sí a todo, pero del Purgatori 2017 ya ha hablado todo el mundo en los últimos días, por eso aquel día te hice una pregunta yo a ti: escucha, ¿y si en vez de hablar de Familia Torres y del mejor vino catalán del año, hablamos de Familia Torres y del mejor vino chardonnay del mundo? Nos quedamos cinco segundos en silencio, nos miramos y me dijiste: Milmanda. Una Medalla de Oro en el premio Chardonnay du Monde el año 2014 y una Medalla de Oro en el Challenge International du Vin el año 2010 avalan que pensáramos en él, supongo, sin ir más lejos.

 

Bien, ahora que ya hemos explicado como nació este artículo y que seguramente nuestros lectores ya hayan entendido el titular interrogativo de hoy, conviene decir que es el mejor chardonnay del mundo según mi criterio, que no es el tuyo, ni el de ningún jurado lleno de sumilleres, ni evidentemente el de Robert Parker o José Peñín. Igual que el Purgatori 2017, el Milmanda no sólo es bueno de narices, sino que también tiene una historia cojonuda que ayuda a hacer todavía mayor su leyenda: hace cuarenta años la familia Torres compró el castillo de Milmanda, abandonado desde la desamortización del siglo XIX, y empezó a cultivar 15 hectáreas de viñas de chardonnay, la variedad blanca más importante de la Borgoña. Que de un castillo abandonado durante décadas surja un vino que hace poner de pie a quien lo bebe es maravilloso, casi tan maravilloso como saber que aquel castillo fue en el siglo XVI el epicentro de grandes jornadas de caza del rey Carlos V y su hijo Felipe II. Desde que lo descubrí me pasa una cosa, Meri: cada vez que con la moto paso por la calle Felipe II, junto a la Sagrera, mi cabeza se imagina el monarca cazando en Vimbodí. Rápidamente eso me hace pensar en Milmanda y de golpe tengo una necesidad imperiosa de abandonar el vehículo, buscar un bar de vinos y pedir una copita de Milmanda. No te rías, no. ¿Qué es, el vino, sino una combinación de conexiones sensoriales y mentales?

TORRES MILMANDA

Ya sabes porque he dicho un "bar de vinos" y no un bar normal y corriente: por desgracia, no en todas partes sirven vinos como este. El Milmanda no es un vino económico, ya que ronda como mínimo los 55€, por lo tanto es uno de aquellos vinos que quizás suben a seis o siete euros si los pides a copas. ¿Vale la pena gastarse 6€ en una copa de vino blanco? Depende de lo que cada uno busque. Lo que para mí es una calamidad, para alguien más quizás es la gloria. Lo que para mí es el mejor chardonnay del mundo, quizás para otro es un vino sin pena ni gloria. Está claro que con seis u ocho euros se pueden beber como mínimo un par o tres de copas de algún Blanco Triple F™, ya sabes qué quiero decir: vino fresquito, facil y friendly. Un albariño o un godello de aquellos que los bares compran a 3€ la botella y que posiblemente servirían para envenenar a un ejército entero, sí. Vinos de Instagram que hacen feliz a la gente. Ei, y yo que me alegro. Está claro, pues, que el Milmanda no es un vino pensado para beberse en la terraza de un bar de Gracia o en la barra de un concierto en las barracas de Girona, sino para degustar con un buen pescado a la brasa, un capón cocinado con salsa o una buena tabla de quesos de vaca.

Un vino gastronómico, riguroso, de espíritu clásico y de apariencia infinitamente más aburrida que la de todos aquellos vinos con nombres divertidos o con etiquetas llenas de insultos, pero sin embargo un monovarietal chardonnay que permite hacernos memoria de una cosa importante y que a menudo olvidamos: lo más importante del vino radica en el interior de la botella. Y lo que pasa cuando destapas una botella de Milmanda es lo que todos sabemos: un blanco de buena estructura y excelente complejidad se eleva delante nuestro, tiñéndolo todo con aromas intensos de flores, fruta tropical y aquel punto tostado que le otorga la crianza de más de 12 meses en barricas de roble. Después todo llega a la boca y aquel punto tostado se transforma en recuerdos de fruta seca, especies e incluso pan tostado. Y es entonces, Meritxell, en aquel mágico momento en el cual el vino empapa el paladar de notas herbáceas y minerales, cuando pienso que no sé si son mejores los chardonnay del viejo mundo o los del nuevo mundo y que no sé si prefiero los de la Borgoña o los de Argentina, ya que solo una cosa tengo clara: entre el viejo mundo y el nuevo mundo, yo siempre me guío por mi mundo. Un mundo en el que mi único dios es mi paladar y en el cual este chardonnay no tiene rival.