Tal día como hoy del año 63 a.C., hace 2.068 años, en Roma, nacía Cayo Octavio, miembro de la rama ecuestre (una especie de clase media urbana de la antigüedad) de la prestigiosa e influyente gens Octavia, una de las treinta familias patricias (las fundadoras de la ciudad, en el siglo VIII a.C.) que ostentaban el poder político y económico de la República romana. Cayo Octavio fue resobrino e hijo adoptivo del general Julio César (asesinado en el 44 a.C.). Hizo la carrera militar y se convirtió, también, en general. Junto con Marco Antonio (Marcus Antonius) y Marco Lépido (Marcus Lepidus), derrotó y capturó a los asesinos de Julio César y se proclamó dictador del Segundo Triunvirato (43 a.C. – 27 a.C.).
Pero el salto a la historia de Augusto se produciría en la península Ibérica. En el año 29 a.C. viajó a la provincia Tarraconense con su familia (su esposa, Livia Drusila, y los hijos de esta, Tiberio y Druso) para dirigir las legiones que combatían en las llamadas Guerras Cantábricas (29 a.C. – 19 a.C.). En el 27 a.C. la resistencia indígena ya había sido arrinconada en las zonas montañosas y los romanos ya habían establecido grandes campamentos en las llanuras (fundación de León, 29 a.C.). En este contexto, Cayo Octavio se retiró a Tarraco, la ciudad-acuartelamiento romana más importante del norte peninsular, y perpetró un golpe de Estado que puso fin a la República. Octavio Augusto sería el primer emperador del Imperio romano.
No obstante, Augusto no lo tenía fácil para volver a Roma. Si bien Marco Antonio —que había intentado crear un reino propio en Egipto con Cleopatra— ya había sido derrotado y liquidado por fuerzas fieles a Augusto (31 a.C.) y Marco Lépido estaba totalmente desacreditado por las difamaciones promovidas por Agripa (edil de Roma y aliado del Augusto) y desterrado en las afueras de Roma, los senadores republicanos, hasta poco antes liderados por Tiberio Claudio Nerón (exmarido de Livia Drusila), pusieron la metrópoli en pie de guerra. Octavio y Livia aplazaron su retorno y no solamente gobernaron el Imperio desde Tarraco durante dos años (27 a.C. - 25 a.C.), sino que, además, se plantearon muy seriamente convertirla en la nueva capital del Imperio.
La intervención de Marcelo (sobrino del nuevo emperador), que sometió a Roma a una brutal depuración política, permitiría el retorno de Augusto y de Livia Drusila. Tarraco perdía la condición de capital imperial de facto, pero continuaría un proceso de transformación urbanística —iniciado durante la estancia de Augusto— y pasaría de ser una ciudad-acuartelamiento a una urbe residencial, comercial y de gobierno, que, en su punta demográfica (siglos I y II), llegaría a acoger a unos 30.000 habitantes y sería la segunda concentración urbana de la Península, solo detrás del eje Hispalis-Itálica —50.000 habitantes— (la actual Sevilla) y rivalizando con Emerita Augusta —30.000 habitantes— (la actual Mérida).