Tal día como hoy del año 1147, hace 874 años, el ejército de Ramón Berenguer IV, conde independiente de Barcelona, entraba en Turtuixa, capital de una cora (distrito semiindependiente) que abarcaba el valle bajo del río Ebro. Acto seguido, se recuperó el nombre histórico de la ciudad. A partir de la conquista la vieja Dertosa romana pasaría a llamarse Tortosa. Con la conquista de la plaza de Tortosa, el condado independiente de Barcelona ganaba la práctica totalidad del dominio de un amplio territorio formado por más de treinta pueblos y alquerías, que abarcaba desde la cubeta de Móra (actual Ribera d'Ebre) hasta la desembocadura del río Ebro (en aquel momento situada en Amposta).

Aquella operación militar de gran envergadura se llevó a cabo mientras se discutían los últimos detalles de las negociaciones y pactos que conducirían a la unión dinástica entre el condado independiente de Barcelona y el reino de Aragón (1150). La conquista del valle bajo del Ebro siempre había sido una prioridad de las cancillerías aragonesas —sobre todo durante el reinado de Alfonso el Batallador, finales del siglo XI y principios del XII—, que veían en ella una salida natural al mar Mediterráneo y una plataforma que, siguiendo el litoral, los podía proyectar territorialmente hacia el sur de la península Ibérica (reinos taifas musulmanes de Valencia, de Dénia y de Murcia).

Una hipotética conquista aragonesa de Tortosa habría cortado la proyección expansiva catalana hacia el sur. En este punto es importante recordar que el condado de Barcelona esgrimía unos derechos de conquista sobre la taifa de Valencia, en virtud del matrimonio entre Ramón Berenguer II (abuelo de Ramón Berenguer IV) y María Díaz de Vivar (heredera del Cid Campeador, señor efímero de Valencia, 1091-1097). Por este motivo, y aprovechando el escenario de debilidad y desgobierno que afectaba a Aragón (ocupación castellana de Zaragoza, ocupación navarra de Jaca, unión dinástica con Barcelona), la cancillería barcelonesa priorizó la conquista del valle bajo del Ebro.

De esta manera, en la confirmación de los pactos, Aragón quedaba, definitivamente, en una posición de subordinación con respecto a Barcelona, sin posibilidad ni capacidad de renegociar absolutamente nada. Siete décadas más tarde, cuando Jaime I iniciaba la conquista del País Valencià, el oligarca aragonés Blasco de Alagón intentó —con sus propias huestes— conquistar un pasillo territorial que tenía que unir Alcañiz y Vinaròs (1229-32). En aquella iniciativa conquistó la plaza de Morella, pero la rápida intervención de Jaime I, que conquistó las plazas bajas del Maestrazgo (Ares, Peñíscola), y la creación del reino de Valencia (1238) condenarían para siempre Aragón a no tener salida al mar.