Tal día como hoy del año 1817, hace 202 años, moría fusilado en el castillo de Bellver ―en Palma de Mallorca― el general Luis de Lacy y Gautier que, durante el periodo en que Catalunya fue integrada en el imperio francés (1810-1814), combatió al ejército napoleónico con métodos de guerra sucia. Lacy se haría especialmente conocido por estas prácticas, tanto en el campo enemigo como en el campo propio; hasta que los diputados catalanes en las Cortes de Cádiz y el estado mayor inglés (aliado de los resistentes españoles a la monarquía de José I Bonaparte) forzaron su cambio de destino a Galicia.
Lacy había sido nombrado capitán general de Catalunya por el consejo de la regencia (el gobierno del ausente Fernando VII) en junio de 1811, cuando el ejército francés ya tenía el control de la práctica totalidad del territorio catalán. Su nombramiento vino seguido del cese del marqués de Campoverde, que, con el pretexto de ir a buscar refuerzos, había escapado del asedio de Tarragona a través de un túnel secreto, dejando la plaza abandonada a su suerte. Campoverde no aparecería nunca más, y el asalto napoleónico se saldaría con más de 5.000 muertos (más de la mitad de la población civil de la ciudad).
El nombramiento de Lacy quería ser un revulsivo para los desmoralizados anti-revolucionarios catalanes. Pero su actuación no estuvo nunca a la altura de la honorabilidad que se le presuponía. El 16 de julio de 1812 ordenó la voladura del polvorín de Lleida (situado en la colina de la Seu) que causaría la muerte de 80 soldados franceses y de más de 200 vecinos de los barrios del Canyeret y de la Magdalena. Y el 22 de julio ordenaría envenenar con arsénico el pan de la guarnición de Barcelona (situada en la Ciutadella), que también consumían los vecinos del barrio del Born, causando una gastroenteritis aguda masiva.
En otras ocasiones utilizaría métodos que, a la vez que provocaban importantes bajas en el ejército francés, causaban docenas de víctimas entre la población civil catalana, principalmente asaltos e incendios en masías y en pueblos. Siguiendo con sus prácticas intentó envenenar el aguardiente de Tarragona, el vino de Llinars y el agua de Hostalric y de Mataró; productos que eran de consumo habitual tanto entre las guarniciones francesas como entre la población catalana. Por todas estas prácticas nunca sería juzgado. En cambio sería fusilado sin juicio acusado de rebelión contra el régimen absolutista de Fernando VII.