Tal día como hoy del año 1640, hace 380 años, en Ceret (Vallespir-Catalunya norte), los representantes diplomáticos catalanes Francesc de Vilaplana y Ramon de Guimerà, y el francés Bernard du Plessis-Besançon firmaban el Tratado de Ceret. Aquel tratado fue llamado también "de los sobrinos" porque el representante catalán Vilaplana era sobrino de Pau Claris, presidente de la Generalitat (1638-1641) y de la I República catalana (1641); y el representante francés Du Plessis-Besançon era sobrino del cardenal Richelieu, ministro plenipotenciario de la monarquía francesa (1624-1642). Aquel tratado se firmó seis días después de que el monarca hispánico Felipe IV declarara formalmente la guerra a Catalunya (01/09/1640), en los mismos términos que lo habría hecho con un país extranjero.

Aquella declaración de guerra era la culminación de la estrategia de la cancillería de Madrid, iniciada en 1627, cuando el ministro plenipotenciario hispánico Olivares chocó contra las Constituciones catalanas en el intento de liquidar el pacto fiscal bilateral entre Catalunya y el poder central hispánico. La reacción a su fracaso sería la de abrir hostilidades con Francia (1635) y conducir el principal frente de guerra al límite entre el Languedoc y el Rosellón. Con aquella estrategia, y sin la obligada autorización de la Generalitat, emplazó 40.000 Tercios hispánicos en Catalunya (el equivalente al 10% de la población del país), con el clarísimo propósito de alimentar la espiral de violencia. Durante cinco años, los Tercios hispánicos en Catalunya se comportaron como lo habrían hecho en cualquier país extranjero.

La firma de aquel tratado revela dos detalles muy importantes. El primero, la categoría de sujeto político que ostentaba Catalunya en aquel momento -consagrados por sus Constituciones- que le otorgaban la facultad de decidir su futuro. En aquel acto, Catalunya rompía la vinculación política con el poder central hispánico. Y el segundo, y más importante, el reconocimiento internacional de esta categoría política. El Tratado de Ceret no habría sido nunca firmado si, previamente, la cancillería de París no hubiera reconocido a Catalunya su categoría de sujeto político; y nunca habría suscrito los pactos de aquel tratado: Francia reconocía Catalunya como una república independiente (más adelante un Principado independiente), vinculada a la órbita política y militar de París.