Tal día como hoy del año 1945, hace 74 años, en Ciudad de México se constituía el primero y único gobierno de unidad de la República española en el exilio. Aquel gobierno estaría formado por un presidente y doce ministros. La presidencia del ejecutivo recayó sobre José Giral Pereira (Izquierda Republicana) y dos de las doce carteras ministeriales fueron asignadas a catalanes: a Miquel Santaló y Parvorell (ERC), exalcalde de Girona, se le asignó la de Instrucción Pública, y a Lluís Nicolau d'Olwer (ACR) la de coordinación. Y los abogados Ángel Ossorio y Gallardo y Augusto Barcia Trelles, que habían defendido al presidente Companys y a los consellers Maestro y Barrera en el juicio por los Fets del Sis d'Octubre (1934), recogieron las credenciales de Coordinación y Hacienda.

Aquel gobierno en el exilio tuvo una intensa actividad durante los primeros meses de existencia: consiguió el reconocimiento internacional de nueve estados: México, Guatemala, Panamá, Venezuela, Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Hungría y Yugoslavia. Pero, en cambio, no consiguió el reconocimiento de las potencias ganadoras a la II Guerra Mundial (1939-1945). Los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia redactaron un comunicado conjunto afirmando que el gobierno de la República en el exilio sólo representaba a la mitad de los españoles, y que aquel conflicto era un asunto interno español. Eso representaría un golpe de efecto muy beneficioso para el régimen franquista. Y España sería el único país del eje nazi-fascista que no sería nunca liberado por las fuerzas aliadas.

La otra potencia ganadora, la Unión Soviética, no tan sólo no reconoció el gobierno republicano en el exilio, sino que instigó un escenario de luchas internas que provocarían la caída y posterior desaparición de aquella estructura de gobierno. Los elementos más destacados del PSOE —especialmente Indalecio Prieto— y del PCE, se entregaron en una maniobra de acoso y derribo del gobierno que lo dejaría en una situación crítica. A todo eso, las campañas propagandísticas del régimen franquista, que lo presentaba como un "gobierno de traidores" y de la oposición monárquica reunida en torno a Juan de Borbón (padre de Juan Carlos I y abuelo de Felipe VI), que lo calificaba de "gobierno de fantasmas", lo acabarían precipitando a la desintegración y desaparición.