El retorno de Sébastien Lecornu al cargo de primer ministro de Francia, 48 horas después su dimisión porque se veía incapaz de conducir el país a un puerto seguro, es la última pirueta de Enmanuel Macron. El primer ministro más breve de la V República, tan solo 27 días en el cargo hasta su dimisión, ha aceptado el cargo, dice, por obligación, una manera elegante de señalar que su amistad con el presidente no le dejaba opción alguna. La resistencia de Macron a convocar elecciones legislativas, o incluso a dimitir como le piden buena parte de las fuerzas políticas francesas, tendrá consecuencias para Francia, todas negativas, ya que el único encaje que puede permitir a Lecornu aguantar unos pocos meses pasa por renunciar a la reducción del déficit y a la congelación de pensiones.
Es evidente que después de amortizar tres primeros ministros en menos de doce meses, incapaces todos ellos de impedir una mayoría en su contra, Macron ha optado por salvar su cabeza a cambio de sacrificar las urgentes medidas que reclama el país. En la compleja legislación francesa, Lecornu necesita superar las mociones de censura que ya tienen anunciadas a derecha y a izquierda, y para ello lo que intentará será hacer concesiones para lograr que algunos noes pasen a ser abstenciones. Los socialistas, invitados a facilitar el gobierno Lecornu, esperan un movimiento drástico en el tema de las pensiones, que les permita aparecer en el electorado de izquierdas como garantes del actual status quo y aparecer como el voto útil de este espacio político frente a Jean-Luc Mélenchon, de la Francia Insumisa. Este sábado, 24 horas después de haber aceptado repetir en el cargo, ya amenazó de nuevo con dimitir si no se cumplen sus condiciones, en una charlotada impropia de un país como Francia.
Macron ha optado por salvar su cabeza a cambio de sacrificar las urgentes medidas que reclama el país
Se especula con que Macron haya aceptado retrasar un año algunos de los efectos de la reforma de las pensiones. ¿País o partido? Partido, parece haber sido su respuesta sin contemplaciones en la crisis política más importante en Francia de las últimas décadas. Vale la pena releer que decía el primer ministro de Francia, François Bayrou, el pasado mes de septiembre al presentar su ambicioso plan de ajuste fiscal y que le acabó costando el cargo ante una audiencia que incluía a la mayoría del gobierno de entonces y representantes de la oposición, con el objetivo de ahorrar 43.800 millones de euros y disminuir el déficit nacional. Este esfuerzo incluía medidas como la congelación de las pensiones, un recorte en el número de empleados públicos y la eliminación de dos días festivos.
Una de las medidas clave que tenía como objetivo intentar frenar el déficit público era un año de congelación de las escalas impositivas, las prestaciones de la Seguridad Social y que las pensiones de jubilación, en 2026, no se indexarán a la inflación, estimada en el 1%. François Bayrou se jugó el cargo, pero dejó para la posteridad una sentencia tenebrosa: Francia estaba sacrificando a los jóvenes, que tendrían que cargar con una deuda eterna, en beneficio de los pensionistas. Los boomers estaban condenando a los jóvenes franceses a pagar una deuda pública insostenible. Aquel Macron que aplaudía con entusiasmo la contundencia de su primer ministro es el mismo que ahora parece decidido a enterrar aquellos principios.
Ya decía Winston Churchill que la política era más peligrosa que la guerra, porque en la guerra solo se muere una vez. La historia de los últimos presidentes de la República Francesa desde François Mitterrand está repleta de inquilinos del Elíseo que renunciaron a las reformas por un mandato mucho más cómodo. A lo más profundo del pozo, nunca se llega por casualidad.