Cuánta razón tenía el fallecido Giulio Andreotti cuando sentenció que "hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y… compañeros de partido". El italiano, que lo había sido todo en la vida pública, formó parte de la familia democristiana y estuvo en el centro de la política italiana durante toda la segunda mitad del siglo XX, presente desde 1946 en el Parlamento, y desde 1991, senador vitalicio. Su biografía está repleta de conspiraciones para seguir siendo un elemento imprescindible en cualquier ecuación aritmética para gobernar. A buen seguro que, para Pedro Sánchez, Felipe González formaría parte de esos a los que Andreotti situaba, despectivamente, como los peores… los compañeros de partido. El andaluz, siempre con la navaja afilada y hablando con un puñal en la boca, se ha mostrado de acuerdo con el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, sobre un adelanto electoral, quien, a su vez, había calcado la petición previa de Feijóo en la misma dirección.

Sea como sea, avalando a Page respalda a Feijóo y mete presión a la Moncloa, que está tratando de capear un temporal político, pero sobre todo judicial de sumarios, causas, investigaciones policiales, UCO de la Guardia Civil, Ábalos, Koldo, Santos Cerdán, el fiscal general del Estado, Begoña Gómez, David Sánchez (el hermano del presidente) y un largo etcétera, que impiden que en la política española se hable de otra cosa que de la corrupción. Felipe González recoge todo este ambiente tan madrileño e intenta moverle la silla al presidente del Gobierno, algo que está lejos de conseguir entre los cuadros del partido, que ya son de otra generación y le ven más como un dinosaurio político que como uno de los suyos. Es curioso que quien acuñó esa famosa frase de que los expresidentes son como jarrones chinos en apartamentos pequeños haya sido incapaz de encontrar su sitio, primero con José Luis Rodríguez Zapatero y, más tarde, con Sánchez. Ahora, es un verso libre que vive descarnadamente los acuerdos del PSOE con los independentistas y con Podemos y que se comporta como si fuera el ariete de Feijóo.

Allí donde no llegan Feijóo o Aznar, emerge González como reclamo de lo mal que lo hace el Gobierno Sánchez

Allí donde no llega el líder conservador o mucho menos José María Aznar, emerge el expresidente socialista como reclamo de lo mal que lo hace este gobierno y de la caída electoral que pronostican las encuestas. El endiablado calendario electoral —si previamente el Gobierno Sánchez no se desploma y tiene que convocar elecciones generales españolas— sitúa a las municipales y autonómicas por delante. Eso querría decir que los primeros que pagarían el enfado con la gestión política llevada a cabo por la Moncloa serían los barones territoriales y ese es un escenario que causa pavor. Son esos mismos cuadros los que sostienen que si Sánchez va delante, el castigo sería contra él y a los pocos meses podrían resurgir, tanto si el PSOE consiguiera remontar en las encuestas como si un gobierno en España entre PP y Vox asustara a las bases de izquierdas, que correrían mayoritariamente a votarlos para salvar alcaldías y autonomías. Dudo mucho que alguno de los dos escenarios sea factible, hoy por hoy. Más bien lo que se dibuja es una gran concentración de poder del centroderecha en España.

Es verdad que Feijóo tiene en Isabel Díaz Ayuso una piedra en la horma de su zapato y que el gallego podría decir de la presidenta de la Comunidad de Madrid lo mismo que decía Andreotti. Pero con el viento de cola a su favor, las salidas de tono de Ayuso acaban siendo más un divertimento para tertulianos y medios de izquierda que un problema real para Feijóo mientras tenga a su lado a los barones territoriales populares. Al final, todos ellos tienen un interés común: impedir que la madrileña tenga opciones reales para saltar a la política española. Los Bonilla de turno se manejan mucho mejor con Feijóo que con Ayuso, porque conocen las limitaciones del primero, pero temen las ambiciones de la segunda. Por eso, esperan que vaya transcurriendo el tiempo para que la Moncloa llegue por decantación natural, como le sucedió a Rajoy en diciembre de 2011. Pero hay una gran diferencia y es que Sánchez no entregará el feudo sin plantar batalla, aunque con ello incendie el castillo socialista.