La tozudez del Procicat, ese organismo nebuloso que ha asumido las decisiones que tienen que ver con las medidas anti-Covid y que, en el fondo, no nos engañemos, ayuda a diluir las responsabilidades del Govern en una materia tan delicada, ha decidido mantener el confinamiento comarcal hasta, al menos, el próximo día 26. La medida tendrá poco impacto en Barcelona y el área metropolitana pero condena, una semana más, al resto del territorio, mucho más despoblado y necesitado de que su economía empiece a funcionar. Los datos de Semana Santa, como reconocen los expertos, no han tenido la repercusión negativa que las autoridades esperaban y ello había generado expectativas de una modulación menos capitalina de las medidas, que pasaban, por ejemplo, por el confinamiento por vegueries.

Hubiera sido una medida intermedia que, sin duda, hubiera oxigenado económicamente los municipios de las vegueries de Girona, Alt Pirineu i Aran, Catalunya central, Penedès, Camp de Tarragona, Lleida y Terres de l'Ebre donde muchos establecimiento han vuelto a tener que cerrar después de Semana Santa. Cada una de ellas con su propia singularidad. Porque ¿qué narices tiene que ver la vegueria menos poblada de Catalunya, Alt Pirineu i Aran, que entre sus seis comarcas suma poco más de 70.000 habitantes y tienen que mantener un estricto régimen de confinamiento con, por ejemplo, el Vallès Occidental, donde sus casi 900.000 habitantes pueden circular sin restricción alguna entre sus 23 municipios? ¿Puede haber mayor incongruencia? Después hay quien se pregunta y exclama por la desertización del país y no sabe por qué pasa.

Las medidas del Procicat han supuesto un jarro de agua fría este viernes para diversos sectores empresariales y muchos lugares del territorio que daban por seguro el final del confinamiento comarcal. No ha sido así y ahora todo queda a la espera de las noticias que se darán a conocer a finales del próximo viernes. Encontrar el punto de equilibrio entre las medidas a aplicar y la necesaria desescalada no debe ser fácil, ciertamente. Y pecar por exceso o por defecto tiene sus consecuencias. La experiencia de esta Semana Santa es un magnífico ejemplo: demuestra que hay margen para abrir prudentemente las medidas que necesariamente han de ser una combinación de restricciones territoriales y horarias.

Con toda la prudencia que se quiera pero, por ejemplo, la restauración tiene que empezar a poder abrir por la noche y el toque de queda retrasarse hasta las 23 o 23.30 horas. Ello tendría un efecto también sobre la cultura, uno de los sectores que más ha sufrido. Serán pequeñas medidas, incompletas y no satisfactorias para todo los sectores. Pero el inmovilismo tiene también un riesgo aunque sea más a medio y largo plazo. Es posible que la interinidad del Govern o la simple hipótesis de que no se pueda descartar del todo que no se vayan a convocar nuevas elecciones, si no se cierra un acuerdo entre Esquerra y Junts per Catalunya, contribuya a ir con el freno puesto y pecar de un exceso de prudencia. Pero por eso también sería bueno que el Govern saliera de debajo de las faldas del Procicat y explicara a los ciudadanos cuáles son sus decisiones.