Catalunya será, a partir de este viernes, un país a medio gas después de que el Govern de la Generalitat haya decidido el cierre total e inmediato de las escuelas y de las universidades, una medida que afecta a algo menos de dos millones de alumnos para ralentizar, en la medida de lo posible, la propagación del coronavirus. Es, sin duda, por su dimensión social la mayor crisis que se ha vivido nunca, ya que está obligando a adoptar medidas excepcionales que afectan a toda nuestra vida cotidiana: desde la familiar a la laboral, pasando por la del ocio. Mientras, los ciudadanos asisten entre asustados y sorprendidos a un inacabable cúmulo de noticias que hablan de cierres, suspensiones, contagios, ERE y desplomes económicos y las administraciones de los diferentes países se debaten entre cuál de las dos estrategias deben aplicar: la radical que han impuesto en Europa, por ejemplo, países como Noruega o Dinamarca cuando aún no ha habido una extensión importante del virus y la gradual, que es la aplicada por Italia y España.

Entre estas dos posiciones, el Govern, con competencias limitadas de actuación, pero hasta la fecha decantado a ir actuando paso a paso, adoptó a última hora de esta noche del jueves una medida de confinamiento de la población de Igualada y varios municipios de alrededor para controlar lo que, hoy por hoy, es la zona cero del coronavirus en Catalunya. Es una medida drástica para mirar de contener al máximo posible el avance del virus fuera de esta área de l'Anoia. Una iniciativa sin duda discutible para algunos, pero que si la ciudad de Madrid la hubiera llevado a cabo en el momento que correspondía, hubiera evitado muchos quebraderos de cabeza y que uno de cada dos casos esté allí localizado y casi el 70% de las personas fallecidas. El miedo del gobierno de Pedro Sánchez a una acción de esta naturaleza ha alimentado una situación  preocupante y fuera de control en la capital de España y la exponencial propagación de la enfermedad.

La crisis del coronavirus está llevando a pasos agigantados a una crisis económica y a un deterioro acelerado que se ve en la ralentización del mercado interior, en las exportaciones, en las bolsas y en la cancelación de todo tipo de reservas para las próximas semanas. A la gente se le pide que no salga de casa y que ralentice, en la medida de lo posible, su actividad mientras las líneas de ayudas de las diferentes administraciones se empiezan a poner en marcha. El Fondo Monetario Internacional habla de negros nubarrones y el Banco Central Europeo improvisa medidas tan escasas para la situación actual que la bolsa contesta con un desplome generalizado, en el caso del Ibex 35, el mayor de su historia, por encima del 14%. Y en un mundo en el que cada uno va a lo suyo, el presidente de los EE.UU., Donald Trump, prohíbe durante 30 días los vuelos de Europa a Estados Unidos, excepto con el Reino Unido. ¿Cuánto habrán pesado las ganas de Trump de propinar a Europa una enorme bofetada, además, sin tener siquiera la deferencia de informar a la UE y a Bruselas?

Habrá que armarse de mucha paciencia y tranquilidad, ya que en Catalunya, como en muchos otros sitios, según cómo, esto no ha hecho más que empezar.