El sorprendente y caótico apagón ibérico, vivido este lunes en toda la Península, pasará a la historia por muchos motivos. Apuntemos dos, simplemente: desconocemos, casi ocho horas después de que se produjera, cuáles son las causas que la han provocado y, más aún, después de que el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, compareciera tarde y mal desde el palacio de la Moncloa y no descartara ninguna hipótesis. En segundo lugar, la pésima gestión de la información de la que se pudiera disponer por parte del Gobierno o, más bien dicho, de los gobiernos. Nadie espera de los responsables políticos que hagan de pitonisos sobre las razones del apagón, aunque extraña que carezcan de información precisa y ajustada. Pero, dicho esto, a lo que se aspira es a que ofrezcan a la opinión pública una información amplia, abundante y tranquilizadora, que es justo lo contrario de lo que se hizo durante la jornada. Sánchez compareció cinco horas y media después del apagón, en una sucinta intervención sin preguntas y muy alejada de los mínimos estándares informativos que reclama una emergencia y un clima de preocupación como el que había.

Con ello, al apagón energético se sumó el apagón informativo, un cóctel perfecto para explicar la confusión y el opaco desarrollo de la jornada. Realmente, ¿no se ha aprendido nada de situaciones de crisis anteriores? ¿Cómo se puede dejar a toda una sociedad sin información oficial, constante y puntual, sin suministrar datos de manera permanente a la desconcertada opinión pública, que pasó muchas horas sin luz, teléfono e internet? ¿No había planes de emergencia para tranquilizar a la gente? Anunciar una comparecencia pública desde la Moncloa para decir que era mejor no especular con las razones del apagón, que había que reducir al mínimo los desplazamientos, que había que hacer un uso responsable del teléfono y que había que seguir la información de medios oficiales no requería de casi seis horas de espera de una información oficial. Toda esa comunicación tan primaria bien se hubiera podido dar a los pocos momentos de producirse el apagón, cuando ya se vio que estábamos ante una situación grave. Casi seis horas después lo que hay que ofrecer es certidumbre y claridad.

Al apagón energético se sumó el apagón informativo, un cóctel perfecto que explica la confusión y el opaco desarrollo de la jornada

España, la economía número 15 por volumen de PIB, un país del G-20, la séptima economía europea, con comunicados de Red Eléctrica como única información oficial, de esta naturaleza: "activados los planes de reposición del suministro eléctrico en colaboración con las empresas del sector tras el cero ocurrido en el sistema peninsular", cuando se está viviendo un hecho sin precedentes en nuestra época es algo que realmente cuesta de entender. Cientos de miles de personas sin saber cómo regresar a sus hogares, personas mayores teniendo que volver a su vivienda con ascensores inutilizados y sin saber cómo subir a sus casas, padres sin saber cómo contactar con los colegios y si tenían que ir a recoger a sus hijos, trenes parados en todo el territorio y unas 30.000 personas en todo el Estado pendientes de ser evacuadas por Renfe, deambulando con escasa información. Y la compañía eléctrica portuguesa señalando que la interrupción en el suministro eléctrico había sido provocada por un error en la red española causado por variaciones extremas de las temperaturas en el interior del Estado. Este hecho ha producido oscilaciones anómalas en las líneas de muy alta tensión (400 kv), un fenómeno conocido como "vibración atmosférica inducida".

Evidentemente, la gestión de un hecho excepcional no es nada sencilla y el primer objetivo a perseguir tiene que ser el retorno a la normalidad lo más rápidamente posible y, como señaló Salvador Illa, en su comparecencia de las 21 horas, cuando se había recuperado el 41% del suministro eléctrico y su previsión era poder recuperarlo en su totalidad en las próximas horas, asegurar una noche lo más tranquila posible: tanto desde el punto de vista del rescate de pasajeros aún no realizado, la seguridad con un importante despliegue de Mossos d'Esquadra, más de 7.000 efectivos, y el funcionamiento progresivo de los servicios básicos.

Tras el apagón, el debate está abierto: con la dependencia de la electricidad que hemos visto en todos los ámbitos de nuestra vida diaria, ¿se pueden plantear discusiones como cumplir el calendario que hay para apagar definitivamente las centrales nucleares? Es un debate incómodo que no debe ser ideológico, sino realista. Por cierto, como el de las 37 horas y media de jornada laboral que este martes piensa aprobar el Consejo de Ministros, sin consenso y sin una imprescindible concertación social. Aplazar debates, durante años, tiene estas consecuencias. Y es que no siempre mirar hacia otro lado es la mejor solución.