La decisión de Junts per Catalunya de apurar hasta el mismo jueves para decidir su voto en la Mesa del Congreso de los Diputados y en la presidencia de la cámara, tiene tres claves: el calendario de las conversaciones lo marca el president Carles Puigdemont y no los socialistas; en segundo lugar, hacer evidente que su negociación no es ni exclusiva ni prioritariamente con el PSOE, ya que en las conversaciones también han de estar sus condiciones; y, finalmente, dejar claro que pueden aguantar un envite hasta el final y que si no hay un acuerdo con Pedro Sánchez, será responsabilidad suya. En el frontispicio de la negociación, un recuerdo reciente: en el último minuto Xavier Trias perdió la alcaldía de Barcelona.
En esta estrategia de Puigdemont, el president en el exilio se reserva una carta por si hay repetición electoral, ya que su confianza en Pedro Sánchez no es precisamente alta: los acuerdos que alcance, sea ahora para la presidencia del Congreso o en una negociación futura para la investidura de un candidato a presidente del Gobierno, han de partir de la base de que no se fía, que va a ser caro y que el elector independentista tiene que entenderlo fácilmente y de una manera muy amplia. Eso no es una posición maximalista, ya que tanto al PSOE como al PP les ha trasladado que está dispuesto a que sean graduales y que en la amnistía hay determinadas urgencias: los del juzgado 13 de Barcelona y las del juicio del próximo mes de noviembre del Tribunal de Cuentas a 27 ex altos cargos de la Generalitat, incluidos los presidents Puigdemont y Artur Mas y el vicepresident Oriol Junqueras.
En esta telaraña de contactos, conversaciones, personajes interpuestos y mediadores, la insistencia desde Waterloo de que no se le debe nada a Pedro Sánchez, sino, en todo caso, es todo lo contrario, está provocando un gran desconcierto en la sede de Ferraz donde habían llegado a dar por bueno el análisis de La Moncloa de que con Puigdemont y Junts no había que preocuparse mucho, ya que no tenía otro movimiento que apoyar al PSOE. Mucho han tardado los socialistas en despertarse de este espejismo y ahora empieza a cuajar en Madrid de que, realmente, el país de las maravillas que les había dibujado el presidente en funciones antes de irse de vacaciones a Canarias y Marruecos no era tal.
A este diario le consta que Alberto Núñez Feijóo ha mandado emisarios a conocer el terreno y a explicar a sus interlocutores que el expresidente gallego no es como Mariano Rajoy y que está dispuesto a hablar de todo. En estos momentos, es más de lo que ha hecho Sánchez. Y el tiempo se está acabando. Los socialistas, en un intento de echarle un pulso a Puigdemont, están tratando de apartar una posible candidatura del PNV a la presidencia del Congreso —a Bildu también le va bien que su rival directo no tenga un cargo así— pensando que en la recta final el president en el exilio no se alineará en una votación con Vox. Me temo que desconocen a Puigdemont, ya que su prioridad va a ser lo que hipotéticamente obtiene a cambio de un resultado así, no quién tienen al lado los del PP.
Y, además, si Coalición Canaria se mantiene al lado del PP, con la abstención de Junts es suficiente para que el sueño de la presidencia del Congreso para el PSOE desaparezca. Quien juega con fuego tiene muchas posibilidades de acabar quemándose.
