Muchas cosas se deben estar haciendo muy mal cuando en Barcelona no hay ningún distrito en el que los jóvenes usen el catalán como lengua de uso para relacionarse. Sí, han leído bien, en ninguno de los 10 distritos. En el que más, Sarrià-Sant Gervasi, un 44,9% de los jóvenes hacen servir el catalán. En el extremo contrario, en Nou Barris, solo lo usan el 5,1% de los jóvenes. De hecho, en la mitad de los distritos, el uso del catalán no llega al 25%. Eso sucede en la capital de Catalunya y no debe ser mucho mejor la posición de la lengua catalana en la conurbación de Barcelona, en las grandes metrópolis del cinturón industrial donde viven varios millones de catalanes. El tema es qué hacemos con estos datos que presagian una situación casi imposible para remontar las posiciones que ha ido perdiendo progresivamente el catalán en los últimos años. Un indicador: en 2015, el 35,6% de los jóvenes tenía como lengua de uso corriente el catalán y cinco años después, en 2020, este porcentaje se ha reducido hasta el 28,4%. El retroceso ha sido de 7,2 puntos en un lustro, un auténtico disparate.

A este ritmo, a finales de esta década, el catalán puede situarse entre los jóvenes incluso por debajo del 20%. Es verdad que una cosa es el uso y otra el conocimiento, pero lo cierto es que sirve de bastante poco que sea lengua habitual en el colegio o en la universidad si después en la vida cotidiana desaparece. Hay razones para explicar, no para justificar, que la situación de estos últimos años no ha sido fácil, y aquí se encontrarán argumentos como las importantes oleadas de la inmigración o la brutal irrupción de las plataformas audiovisuales que han penalizado y mucho al catalán. Pero siendo eso cierto, el problema es mucho más profundo y tiene que ver con la implacable posición de lengua minoritaria que sufre el catalán en Catalunya. Al catalán se le persigue en las escuelas, se le pone trabas en la justicia, y la hostilidad que ha padecido por parte de un sector muy importante de la clase política y también mediática ha acabado situándolo en una posición de resistencia, muy lejos de aquella que tenía hace, por ejemplo, 40 o 50 años.

Sin ir más lejos, este miércoles hemos vuelto a tener uno de aquellos ejemplos que se viene produciendo periódicamente con el nuevo portazo que ha tenido el catalán —también el euskera y el gallego— en una resolución presentada en el Senado para que la Unión Europea las reconozca como lenguas oficiales. Los socialistas se han abstenido, pero ha sido suficiente para rechazarla, ya que los populares han votado en contra. Hay, en medio de todo eso, un acuerdo de la mesa de diálogo que conforman los gobiernos de España y Catalunya para solucionar el conflicto político, en el que se apunta que Pedro Sánchez defenderá el uso del catalán en el Parlamento Europeo. Cierto que el Parlamento Europeo solo es una de las instancias europeas junto a la UE y la Comisión, pero quién sabe si es un presagio de una nueva marcha atrás.

Con un estado en contra del catalán es muy difícil que la lengua propia del país tenga un mínimo recorrido. Siempre será una lengua de segunda, subsidiaria del castellano. El Ayuntamiento de Barcelona, seguramente, no ha hecho los deberes. Pero tampoco los ha hecho el gobierno del país, maniatado en medio de contenciosos jurídicos que le van restando capacidad de maniobra en un tema capital como es la lengua. Quizás es que ya hemos llegado tarde y que a lo máximo que puede aspirarse es a poner paños calientes a una situación agónica pero irreversible. Lamentablemente definitiva. Lo que no sirve es esa actitud de preocupación cada vez que se da a conocer una encuesta sobre el uso del catalán y no hacer nada más allá de unas declaraciones, unos tuits o un plan que un día se presenta pomposamente y después no sirve para nada más, ya que nadie vuelve a acordarse nunca más. La última moda prêt-à-porter de la política junto a las declaraciones institucionales sin dejar hacer preguntas a los periodistas. Una versión 2.0 del avui no toca para que se consiga el efecto sin que se note el cuidado. Eso está muy bien cara a la galería, pero ya van muchos gobernantes figurando en esta pinacoteca de políticos incapaces que cuando se van siempre lo acaban dejando peor que su antecesor.