Aunque lo que intenta el ministro de Sanidad es seguramente escurrir el bulto, hay que reconocer que algo de razón tiene cuando señala que no se puede poner a un policía en cada casa para que se cumplan las medidas impuestas con las fiestas de Navidad a la vuelta de la esquina y en pleno puente de la Constitución y de la Purísima. Barcelona y Madrid han sufrido estos días problemas similares: los primeros se han lanzado en dirección al Pirineo, preferentemente a la Cerdanya, donde los registros no han sido muy diferentes a los del año pasado, o bien han ocupado en masa las calles del centro de la capital; en Madrid han optado por la sierra de Navacerrada o por las calles comerciales más céntricas, llenas también a rebosar.
Es, seguramente, un avance de lo que está por venir; en parte, los ciudadanos tampoco saben muy bien qué hacer. Un día se les dice que pueden organizarse para salir de la capital y cuando ya están en ruta o casi, se les invita a quedarse en sus casas. La lucha contra el coronavirus nos ha enseñado que es un combate diario, pero estaría bien que los mensajes aguantaran algo más que el tiempo entre una rueda de prensa y la siguiente.
Porque, de lo contrario, va a ser muy difícil que los ciudadanos acaben haciendo caso a alguna autoridad, sea local, autonómica o estatal. La llamada del conseller de Interior, Miquel Sàmper, este lunes pidiendo a la gente que no salga, sonaba a un cierto brindis al sol, ya que la salida se había producido al inicio del fin de semana.
En medio de todo este aparente caos, es muy probable que este puente acabe siendo una prueba fallida, ya que tanto los que se han quedado como los que han salido abandonando sus lugares de residencia han acabado cumpliendo las órdenes de las autoridades. Unos las órdenes del martes y otros las del jueves, pero órdenes al fin y al cabo.
Quizás valdría la pena que en medio de este baile de fechas, que ya pronostica cómo acabarán siendo las fechas más señaladas de las fiestas de Navidad, se fije un calendario más certero en que teatros como el Liceu sepan a qué atenerse, y lo mismo los centros comerciales, las pistas de esquí, los restauradores y tantos negocios que no saben si abrir o no, ni cuáles van a ser las condiciones. Si no, es muy difícil que los propietarios acaben sacando a los trabajadores de los ERTE.