En la Inglaterra del siglo XV, bajo el reinado de Isabel I, el teatro dejó de ser un arte elitista, reservado a cortes y palacios, para convertirse también en un espacio de encuentro y diversión popular. A los pies del escenario se podían conseguir entradas por solo cinco libras, y era habitual que las tabernas, los burdeles y los espacios abiertos se convirtieran en escenarios improvisados. Los actores solían interactuar con el público, y la gente del foso, de pie, respondía con silbidos y aplausos, completamente entregada al espectáculo, bajo el sol abrasador y las contingencias del clima, entre el sudor del público y la espuma de la cerveza. William Shakespeare lo tenía claro: el teatro debía ser una herramienta para explicar su visión de la vida y la sociedad, un arte lúdico que llegara a todo el mundo.

Shakespeare entre columpios

Cuatrocientos años después, estamos en una Barcelona calurosa, gentrificada e híperturística. Pero a las siete en punto, en un rincón a la sombra del Parc de l’Estació del Nord, pequeños, medianos y grandes nos reunimos con un cojín bajo el brazo. Nos sentamos sobre la estructura en espiral de la zona de los tilos, la que desemboca en un espacio circular central. Allí, cada tarde de julio (excepto martes y miércoles), la compañía catalana Parking Shakespeare representa una versión actualizada de una obra del dramaturgo inglés más famoso de la historia. El formato es de taquilla inversa: cuando termina la función, el público paga lo que considere.

cimbeli parking shakespeare
Cimbelí de Parking Shakespeare, hasta el 28 de julio en el Parc de l'Estació del Nord

Este año estarán hasta el 28 de julio con la comedia Cimbelí, dirigida por Jenny Beacraft a partir de la traducción de Salvador Oliva. Como siempre, nos presentan un clásico adaptado, con humor y un tono gamberro, pero sin renunciar a la riqueza del léxico ni a las tramas complejas que caracterizan las obras del dramaturgo inglés. Con dosis de duelos y guerras, amores apasionados y pinceladas de reflexiones filosóficas y morales, se construye un divertido compendio de temas, géneros y registros teatrales que abrazan la prosa, el verso y la música en directo. Malentendidos, disfraces y apariencias convergen en la habitual metáfora shakespeariana: la vida es como un gran teatro, pero al final, a pesar de las máscaras que todos llevamos, la verdad siempre se revela, siempre está ahí. Por eso Parking Shakespeare, a través del vestuario, el atrezzo y la interacción con el público, pone en evidencia los artificios del teatro.

El protagonismo recae en el texto y en la interpretación de los actores y las actrices, que con uno o dos complementos, la expresión exagerada de sus cuerpos y la fuerza de sus voces, son capaces de hacernos presentes lugares|sitios invisibles

En sus espectáculos no hay escenografía ni equipo técnico. El protagonismo recae en el texto y en la interpretación de los actores y actrices, que con uno o dos complementos, la expresión exagerada de sus cuerpos y la fuerza de sus voces, son capaces de hacernos imaginar lugares invisibles. Los intérpretes también demuestran su solvencia a la hora de lidiar con los imprevistos propios del teatro de calle: un bebé que llora, la vibración del tren o el chirrido de los columpios cercanos. Pero es precisamente ahí donde radica su autenticidad: no estamos dentro de un gran templo del arte, donde todo está cerrado y controlado. El espacio público borra fronteras, expectativas y rigideces, creando así una mayor complicidad entre el público y los intérpretes. Logrando que salgamos con la grata sensación de haber compartido con desconocidos —cuyas reacciones hemos podido ver en sus rostros— el pacto de la ficción teatral.

Desde la barra del bar

Más allá del Festival Grec, de los cines al aire libre y de los conciertos de verano, de vez en cuando conviene mirar la programación de teatros y salas pequeñas, esas apartadas del circuito mainstream donde podemos descubrir talentos y piezas de pequeño formato interesantes. Aquí también se encuentran propuestas que recuperan la esencia del teatro popular y que se disfrutan como una horchata bien fresca. En la Sala Fènix, por ejemplo, se representa hasta este domingo 20 de julio La taberna de los perros, de la compañía Pecado Tarambana, escrita por Miguel Peña Novo y Axel Novo, y dirigida por este último.

La taberna será el refugio de estos dos señoros que intentarán entender el mundo —y a sí mismos— mientras citan a Nietzsche o a Marx

Se trata de una tragicomedia costumbrista en castellano y catalán situada en una taberna de un barrio de Barcelona. Antonio (Miguel Peña) es el propietario: un cuñado de manual. Y Manolo (Axel Novo) su mejor (o peor) cliente, un obrero alcohólico que no sabe cómo explicarle a su mujer que vuelve a estar en el paro. Pero hoy, justo frente al bar, se han instalado unos activistas del Sindicato de Inquilinas que intentan frenar un desahucio. El ruido constante de los gritos será como una carcoma que agujerea su pensamiento fachirulo, abriendo alternativas a la Unidad de España y a la Religión como únicas vías de salvación para sus vidas precarias. ¿Y si la clave estuviera en los sindicatos? ¿En la lucha colectiva por el bien común? ¿Y si derribar el capitalismo y defender una ciudad de la gente y para la gente fuera la propuesta más coherente? La taberna será el refugio de estos dos señoros que intentarán entender el mundo —y a sí mismos— mientras citan a Nietzsche o a Marx. Con humor y ternura, los primos Novo logran hacernos pasar un buen rato, interactúan con el público desde el primer momento (e incluso nos sirven aceitunas y alguna cerveza), y se atreven a hablar de política sin complejos. Seguir visitando estas salas y sus propuestas también es un acto social, cultural y político de resistencia. No las perdamos de vista.