En la última edición del In-Edit Festival se proyectó un documental sobre la sala Garatge Club, local del Poble Nou que bajó la persiana el 2 de febrero de 2002, tras casi diez años de vida. El día del estreno, en la sala grande de los cines ubicados en la calle Aribau, se congregaron quienes alguna vez bailaron o asistieron a un concierto en aquel lugar de mística insobornable. También curiosos que, sin haberlo pisado nunca, querían saber su historia porque llevan más de veinte años escuchando batallitas de todo tipo. De todos modos, para gozar plenamente el visionado, se recomendaba haber estado allí para comprender, sobre todo, su espíritu. Tras verlo, la conclusión era esta: Albert París, director, transmite adecuadamente cómo eran, qué pensaban y con qué intención montaron y gestionaron la sala los responsables de la misma. Un ejercicio loable de memoria y nostalgia bien transitada. Poco después, concretamente el 13 de diciembre de 2023, saltaba la noticia: la sala Sidecar cambiaba de manos.

Lo hacía tras haber celebrado sus 40 años de vida el pasado mes de marzo, con 40 horas de programación y la presentación del libro Este no es el libro del Sidecar de su dueño Roberto Tierz, publicado por 66 rpm. Yo asistí a una de las charlas en que participaron Gerard Quintana (Sopa de Cabra), Santi Balmes (Love of Lesbian) y Ramón Rodríguez (The New Raemon). Un encuentro distendido y ameno en que, también, los invitados se dedicaron a contar batallitas. Lo quieras o no, los de esa generación, tiramos (a veces en exceso) de ese recurso. Pues esas salas, durante lustros, formaron parte de nuestro ecosistema. En los noventa y los primeros 2000, nos movíamos entre el citado Garatge Club, el Magic en el Born (con conciertos que siempre empezaban de madrugada), la entrañable y vetusta Mephisto, el KGB en Gràcia y La Cibeles, y cómo no, el Sidecar. También, en otro contexto, el Zeleste (lo que ahora es Razzmatazz), Sala Bikini (durante unos años fue un fijo, tenían el mejor sonido de la ciudad) y los diferentes espacios de Sala Apolo. Seguro que me dejo otras (disculpen a las que no cito), pero estas son las que me vienen a la cabeza.

Últims concerts sala sidecar / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

En esos años, casi cada noche, pisabas uno (o varios) de esos antros adorables. Eran tiempos de descubrir espacios y grupos, compartir con gente anónima (y otra que no tanto) esas experiencias, había curiosidad y una energía que ya no tenemos (al menos no como antes). Asimismo, está el orden lógico de las prioridades. Incluso recuerdo, que a la salida de los conciertos, entre amigos, con los coches abiertos, nos intercambiamos discos y películas que nos permitían soñar. O esos sábados con un punto de encuentro concreto: la esquina de La Rambla con calle Tallers, para ir a fundirnos los ahorros en discos. Por tanto, la noticia sobre el futuro de Sidecar dejó a más de uno huérfano y sin argumentos. Aparte de ser un sitio en que se celebraban conciertos y donde la gente iba a bailar de madrugada, era lugar de peregrinación para los amantes de lo alternativo (la de bocadillos que nos habremos comido en la esquina contigua donde está el Bar Glaciar). En la parte de arriba, la del bar, se podían disfrutar pinchadas exclusivas, se celebraban ciclos (antes de la pandemia cogieron impulso las interesantísimas charlas MID), se homenajeó como es debido a diferentes fotógrafos de la escena musical (Jordi Vidal, Xavi Mercadé, Sergi Fornols, Rosario López con Aitor Rodero, Albert Polo y Ray Molinari).… Y en su día, aquel Anti-Karaoke en lunes con Rachel Arieff, un éxito que desbordó las previsiones. En definitiva, era un espacio que mantenía con vida y mucha salud la escena musical y cultural de la ciudad.

En cuanto a conciertos, si tengo que elegir alguno, me quedo con estos que están grabados a fuego en mi memoria. Uno, el de Chris & Carla un 8 de marzo de 2007. Una cita íntima y mágica con los líderes de The Walkabouts fue miel sobre hojuelas. Ese mismo año, el desenfreno con New York Dolls, coincidiendo con los fastos del 25 aniversario de la sala (hubo otro de The Posies también apoteósico), un concierto que nunca habíamos imaginado vivir ahí, a cuatro palmos de los músicos mientras escupíamos canciones como Trash o Personality Crisis (quien tenga acceso a ello que vea el reciente documental Una noche con David Johansen). Un viaje en cohete a los setenta y a las catacumbas del CBGB de Nueva York. Años más tarde, hubo un encuentro con el ambiguo y extravagante Ezra Furman, el 4 de noviembre de 2015, justo en plena vorágine de ver documentales en In-Edit. Sin embargo, la cita obligaba a ir hasta la Plaça Reial. Pocas veces alguien me ha volado tanto la cabeza sobre un escenario.

Últims concerts sala sidecar Josele Santiago / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

Así pues, a las puertas de entregar las llaves a los nuevos propietarios (tienen experiencia en el campo de la coctelería), se anuncian dos eventos bajo la coletilla de L'ultim ball, el 30 y 31 de enero. En el primero, un karaoke cortesía de Ladilla Rusa. Una idea bizarra pero golosa, imaginen el despiporre. También hubo la actuación de los añorados Azucarillo Kings. Para el segundo pase, concierto de Josele Santiago, Rebeldes '79 y un grupo sorpresa que se acabó descubriendo que era Sidonie. Como era de esperar, para ese día, reunión de amigos y conocidos, gente del sector de la música y ese sentimiento de que, con esa cesión, se va una parte de nosotros. Es lo que intentó explicar el maestro de ceremonias (Fito, mítico DJ del Magic): salvo Keith Richards y el maño del Karma, todo se acaba. También tuvo un recuerdo para Quim Blanco, quien fuera fundador y programador de la sala, y un Sergio Makaroff que se tomaba allí sus vodkas con naranja. A todo esto, Josele salió siendo Josele: “Buenas noches. Ya está todo dicho”. En un momento dado, como cabeza visible de Los Enemigos, soltó: “Hacía tiempo que no me enfrentaba a esto yo solo”. En cambio, Rebeldes '79 salieron con la lección aprendida: reivindicar su pasado (afrontando el presente) —del cual formó parte en sus inicios Roberto Tierz—. De hecho, Fito dijo que no sabía que le daba más miedo, si imaginarse a Roberto en la banda o a Carles Segarra dirigiendo Sidecar. Después, entre otras cosas, homenaje a la Route 66 y a Chuck Berry con Roll Over Beethoven.

El último recuerdo de la Sidecar es el de los músicos que vimos por última vez sobre las tablas y esas caras que hacía años que no veías y que, quizá, hasta que no cierre otro local, no vuelvas a ver

Y con Sidonie, ni más ni menos que lo esperado (y deseado). Con esa buena vibra habitual y un componente emocional más acentuado si cabe; verdaderamente, esa ha sido su casa. Ahí tocaron juntos por primera vez. Ahí fue dónde crecieron. Y ahí se despidieron anoche de su morada. El concierto fue una fiesta (a eso fuimos, ¿no?), con un tramo final, tras el emotivo discurso de Axel, en que enlazaron canciones, todas ellas muy oportunas; No salgo más (su nuevo himno), El incendio (quizá su primer gran hit), ese objetivo vital definido en Carreteras infinitas y, claro, Estáis aquí, el homenaje a ese público que canta, suda y sonríe junto a ellos. De alguna manera, eran los ideales para poner el broche a esa etapa. En tanto, sales de ahí y ves que en la plaza aguanta en pie el Jamboree Jazz y Los Tarantos, y a pocas calles de allí el Marula Café. Pero ya no habrá más Side (así lo llamaban algunos parroquianos) como lo conocimos. Con lo cual, el último recuerdo es el de los músicos que vimos por última vez sobre las tablas y esas caras que hacía años que no veías y que, quizá, hasta que no cierre otro local, no vuelvas a ver. Precisamente, antes de llegar a Sidecar pasé por Ultra-Local Records a buscar mi disco de Isaiah Collier, será por aquello de conservar esos lugares que todavía son un punto de encuentro. Afortunadamente, luego no me escapé al Psycho, hubiese sido tentar demasiado a la suerte.
 

Últims concerts sala sidecar Rebeldes '79 / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto