"Tengo un amigo que dice que 40 años dirigiendo una sala equivalen a 200 años para el resto de humanos", explicaba a Revers hace unos meses Robert Tierz, fundador de la Sidecar, cuando justo se conmemoraban las cuatro décadas de vida del mítico local ubicado en la plaza Reial de Barcelona. Pero Tierz ya no cumplirá medio siglo al frente de la sala, y es que a sus 65 años ha decidido traspasarla a los propietarios del club Sauvage del barrio del Born con la condición de que su estilo inconfundible pueda permanecer. El cambio de propietario se hará realidad a partir del próximo 31 de enero, y hasta entonces se mantendrá su programación de conciertos.

"Lo que comenzó en 1982, movidos por amor a la música y empujados por un espíritu rebelde e inconformista, se ha mantenido a lo largo del tiempo sin perder su esencia; a pesar de todas las dificultades que representa hoy en día, Sidecar ha mantenido un local en el centro de la ciudad, abierto a todos y especialmente a los barceloneses", reza el comunicado de Eneida Fever! con el que esta mañana se ha anunciado públicamente la decisión, no sin antes sugerir que se hará una gran despedida para celebrar el adiós a la Sidecar actual. "Tras más de cuarenta y un años al frente de Sidecar, ha llegado el momento de cambiar de vida y dejar paso a otros que lideren la sala con la programación más longeva de la ciudad", ha informado Tierz en la nota. Pero aunque cambie el dueño, no lo hará el modelo de negocio, y es que el local conservará tanto la plantilla como el espíritu.

SIDECAR / Foto: Montse Giralt
Foto: Montse Giralt

El nacimiento de una sala esencial 

La sala Sidecar nació en 1982 fruto de una noche de fiesta, concretamente de una borrachera en la Casa Almirall de la calle Joaquim Costa de Barcelona. "Éramos cuatro amigos de 22 años que habíamos conseguido viajar un poco por Europa con un Seat 850. De Barcelona fuimos a París, de allí a Bruselas y acabamos en Amsterdam. Fuimos a una sala, que todavía ahora está abierta, la Melkweg. Entrabas y en un rincón estaban haciendo teatro, en otro había una exposición y al mismo tiempo también había un concierto. Flipamos. Intentamos importar este espíritu a Barcelona", explicó a este diario su propietario en la celebración de los 40 años. Aquella era la Barcelona de inicios de los 80. Una ciudad gris que salía de décadas de dictadura, donde todo estaba por hacer y todo era posible.

Roberto Tierz también recordaba que los inicios de la Sidecar no fueron fáciles, con redadas policiales y unas autoridades hostiles e inflexibles que querían mantener la ciudad bajo su yugo. En sus propias palabras, "nos trataban como escoria y no nos entendían, porque éramos jóvenes, con el pelo largo y chupas de piel". No obstante, los mismos que les perseguían acabaron premiando la sala con la Medalla de Honor de la ciudad por su labor musical y cultural. Y es que la sala Sidecar se ha mantenido durante varias décadas como un templo musical que ha unido a varias generaciones, desde la oscuridad del tardofranquismo hasta la actualidad. Para despedir al local actual, habrá unos días destinados a la fiesta de despedida que contará con conciertos y buena música.