“En aquellos remotos días, dos reyes rivales se disputaban el trono: el rey Juan Sin Cátodo III, apodado ‘El Interruptor’ por su afición a interrumpir la vida de sus súbditos en la flor de la edad, era un defensor a ultranza del Estado feudal.
-MAESE SONORO: Cuando tengo apetito, siempre como pollo frito. ¡Tengo sangre azul en mis circuitos! Repito: ¡adoro el pollo frito!
Por otro lado, el valiente rey Trifasio Corazón de León, había prometido liberar a su pueblo. Asesorado por un grupo de audaces seguidores 
(imatges de Miguel Boyer, l’Ànec Donald, Ronald Reagan i Pedro Almodóvar) había emprendido una lucha a muerte contra el caduco y tiránico régimen de Juan Sin Cátodo “el Interruptor”.
-BRUJA AVERÍA: Por un hercio y un terminal, ¡soy ultraliberal! ¡Viva el mal! ¡Viva el contrato social! Por Vidicón, Saticón y Plumbicón, liberaré a mi nación. Me compraré un cañón y lo instalaré en el salón. Sanearé la economía fundiendo todos los días con enorme fantasía y un año de garantía… ¡Qué mala, pero que mala soy! ¡Ja, ja, ja, jaaa!…”

Los boomers habrán reconocido el extracto como parte de algún sketch de Los electroduendes, los títeres del espacio infantil más de culto de la televisión de los 80: La bola de cristal. Para los que aun no habíais nacido, se trataba de un revolucionario programa —presentado por Alaska y con colaboraciones habituales de Santiago Auserón, Kiko Veneno o nuestro Loquillo— que los sábados a primera hora hermanaba, absortos ante el televisor, a los más pequeños de la casa en pijama con los hermanos mayores recién llegados del after. Para entendernos, los electroduendes fueron la respuesta ciberpunk a los Muppets en el contexto de la España de la Movida. O, si los referentes os siguen quedando lejos, como si el MIC leyera El Capital y se chutara speed en vena.

De hecho, el símil con el Mic no resulta descabellado para el asunto que nos ocupa, pues la espiral que brota del ombligo de este calmoso y exasperante títere es idéntica a la que adorna el vientre del Padre Ubú (metáfora de los apetitos inferiores que avanzan monstruosamente sobre la cordura y la mesura), el protagonista de la representación teatral más punk de todos los tiempos: Ubú Rey, de Alfred Jarry. Una obra estrenada en 1896 que es el antecedente directo de toda sátira del poder pasada de rosca y protagonizada por guiñoles. Angle Editorial ha publicado una nueva edición de este clásico de la literatura anti-totalitaria, con traducción al catalán del dramaturgo Albert Mestres.

Los electroduendes se inscribían en una tradición muy larga y fecunda, la del teatro de marionetas, cuya función subversiva, de desahogo popular contra el poder, quedaba disfrazada bajo las vestes de un género periférico e infantil

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La nueva edición de Angle, con el MIC en la portada. Foto: Ángulo Editorial

“Es extraño —dice Santiago Alba Rico, ensayista y escritor, amén de pretérito guionista de Los electroduendes—. Ahora que lo mencionas me parece muy evidente ese paralelismo. A Jarry, como tantas obras esenciales, lo leí precisamente en esos años, pero nunca lo tuve presente mientras escribía los guiones y nunca, retrospectivamente, cuando me preguntan, he citado Ubú entre mis fuentes de inspiración. Sí a Swift y a Brecht. Mis guiones eran sumideros donde volcaba toda clase de residuos diurnos, piezas claramente de “reciclaje”, como también lo era Ubú, que parodiaba a Shakespeare. Pero no lo hacía de manera premeditada; lo hacía porque era joven, irresponsable y perezoso. No era consciente de hasta qué punto Los electroduendes se inscribían en una tradición muy larga y muy fecunda, la del teatro de títeres o marionetas, cuya función subversiva, de desahogo popular contra el poder, quedaba disfrazada bajo las vestes de un género periférico e infantil. De hecho, las marionetas, como los bufones de Corte y los locos, siempre se han permitido enunciar lo que desde otros cuerpos u otros trajes hubiese sido imposible decir. Los muñecos en los cuales se encarnaban los electroduendes eran feos, torpes, caricaturescos; en definitiva, su presencia misma, como la del rey Ubú, era grotesca. Mis guiones, cada vez más absurdos y políticamente provocativos, completaban esa dimensión ubuesca de las marionetas.”

Del ciclista de Montmartre a la Bruja Avería

Alfred Jarry (Laval, 1873 – París, 1907) fue un dramaturgo, novelista y poeta francés, conocido por sus hilarantes obras de teatro, su estilo de vida disoluto, su desmedida afición a la absenta, ser un hipster avant la lettre (iba a todas partes con su bicicleta fixie) y por dirimir a tiros sus diferencias estéticas con otros artistas (después Picasso adquirió el revólver y la afición balística del dramaturgo francés). Jarry escribió la primera versión de Ubú Rey en edad escolar, siendo Ubú la parodia de un jesuita profesor suyo. La palabra “Mierdra” —enfatizada así, con una “r” intercalada—, la primera que se pronuncia en la obra, retumbó por primera vez entre los muros del Théâtre del Oeuvre, para pasar después al Théâtre des Pantins, en París, con marionetas creadas por su buen amigo el pintor Pierre Bonnard. El estreno fue interrumpido por los abucheos de los ofendidos y los vítores de los vanguardistas, puesto que la obra ponía patas arriba todo lo que hasta la fecha se entendía por teatro.

También era muy joven Santiago Alba Rico cuando escribió su serie de fábulas de marxismo satírico para niños. Uno de los lemas del programa era precisamente “desenseñar a desaprender como se deshacen las cosas”. “Tenía veinticuatro años y una formación muy libresca. Y no quería escribir para niños. Como te decía, solo retrospectivamente me di cuenta de la potencia pedagógica dinamitera del formato, en el que era posible colar casi cualquier cosa. Creo que los niños no entendían nada del mensaje político de los electroduendes que, sin embargo, se incorporó a su vida por vía casi sanguínea. El guiñol, en este sentido, tiene esta ventaja empírica: desordena materialmente el mundo y sus relaciones (de clase, jerárquicas, religiosas) y ese desorden es ya una enseñanza. Otro mundo es posible si un muñeco puede decir una barbaridad, dejar el lenguaje eufemístico que se quiere imponer a la infancia, materializar un nuevo orden hilarante en el que, por ejemplo, un ladrón da porrazos a un policía o un personaje grotesco y malvado goza, como la bruja Avería, en el ejercicio más caricaturesco del mal.”

Allí donde un político se cree un dios, nuestro deber es bajarle los humos con un chiste irreverente

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Alaska con Hada Truca. Foto: RTVE

Franco, Pujol y Putin

Explica Albert Mestres en el prólogo de la nueva edición de Angle que el primer montaje de la obra en el Estado español fue el de la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual, en 1964, traducida al catalán y dirigida por la fotógrafa y activista feminista Pilar Aymerich. Después, con más repercusión, el Mori el Merma, en 1978, de La Claca, una parodia del franquismo a partir de marionetas diseñadas por Joan Miró, seguida de Operació Ubú de Albert Boadella, en 1981, una ácida e hilarante crítica del incipiente pujolismo. ¿Mantiene Ubú Rey su vigencia como artefacto teatral transferible a cualquier forma de tiranía y corruptela? “Sí, por desgracia el mundo sigue siendo ubuesco —se lamenta Alba Rico—. O vuelve a serlo. La obra de Jarry sirve para describir la seriedad grotesca que acompaña cualquier forma o esbozo de tiranía. Cuando las democracias flaquean, entre sus costuras aparecen siempre toda clase de personajes e instituciones ubuescas. Es verdad que personajes como Trump, Bolsonaro o Ayuso son revisitaciones postmodernas del personaje de Jarry, aunque su hechura, más digital y espumosa, conserva muchos rasgos guiñolescos. En cuanto a Putin, es perfectamente ubuesco en su factura y en su comportamiento. Tiene algo que da miedo: piensa en el poder, en su propio poder, como en algo muy serio. La única defensa contra ese miedo, y contra ese poder absoluto, es precisamente la sátira, que sirve precisamente para desnudar cualquier pretensión de eternidad. Dios es el personaje ubuesco por excelencia y por eso el más terrible y el más chistoso: la tentación de rezarle es inseparable de la tentación de blasfemar con gracia. Allí donde un político se cree un dios, nuestro deber es bajarle los humos con un chiste irreverente. Por eso (y estamos viviendo de nuevo ese momento) los reyes Ubús de este mundo prohíben o reprimen la risa, que les recuerda su mortalidad.

El mundo es tanto más absurdo cuanto más normal parece

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Alfred Jarry y su sempiterna fixer. Foto: Wikipedia

Menos tele y más patafísica

A Jarry le debemos la invención de la ‘Patafísica’, descrita en su obra póstuma Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, como “la ciencia de las soluciones imaginarias”. A su vez, La bola de cristal nos invitaba constantemente a cuestionárnoslo todo a partir de la imaginación, con eslóganes estimulantes como: “Tienes 15 segundos para imaginar… Si no se te ha ocurrido nada, a lo mejor deberías ver menos la tele.” “Siempre me interesó su legado ‘patafísico’ —confiesa Santiago—, sobre todo en las obras de Queneau, Vian o Genet; es decir, el modo en que, de un modo no directamente filosófico e incluso a contrapelo de la filosofía académica, expone las “junturas”, por así decirlo, entre dos mundos que conviven en eso que llamamos “realidad”. Esas junturas pueden ser violentas o hilarantes y a veces las dos cosas al mismo tiempo. El mundo es tanto más absurdo cuanto más normal parece. La obra y la biografía de Alfred Jarry son las propias de su época y de su país, que marcaron todo el devenir del continente: las vanguardias, la bohemia, las revoluciones… y las grandes contrarrevoluciones reaccionarias que llevaron a dos guerras mundiales. Uno tendría la esperanza de haber dejado atrás el siglo XX, pero me temo que la reedición de Ubú demuestra el contrario.”

 

Imagen principal: Bruja Avería en la silla del alcalde en el salón de plenarios de Albaida. Propiedad: Museu Internacional de Titelles d'Albaida.