Es como el rotor de un helicóptero. Toma velocidad poco a poco hasta que entra en un altísimo régimen de giro y el aparato despega. Donald Trump hace un tuit controvertido, que genera decenas de titulares y mensajes en las redes sociales y proporciona munición a los tertulianos de los informativos y debates de la televisión. Cuando lo han dejado como un trapo —o como un gran líder, depende de la web y del canal—, Trump o alguien de su equipo vuelve a dejarse caer en Twitter para reprobar a sus críticos, que se revuelven, escandalizados. Eso provoca nuevos titulares... etcétera. El patrón es siempre el mismo.

Todos ganan: los medios dan a Trump publicidad gratis, se calcula que el equivalente a 5.000 millones de dólares, más del doble que a Clinton). A cambio, obtienen clics y audiencia: a la CNN, la retransmisión del primer debate entre Clinton y Trump le dejó un millón de dólares limpios en caja. Un millón en 90 minutos. Win-win.

"Una cosa que he aprendido sobre la prensa es que siempre está hambrienta de buenas historias, cuanto más sensacionales mejor", explica Trump en The Art of the Deal ("El arte del negocio"), su libro de 1987. "Es parte de su trabajo [de los periodistas] y lo entiendo", continúa. "El punto es que si eres un poco diferente, o un poco exagerado, o si haces cosas atrevidas o controvertidas, la prensa escribirá sobre ti".

Negocios conflictivos

Estos días, Trump y su equipo han utilizado esta táctica para desviar la atención de los medios de asuntos que le perjudican.

El sábado día 26, The New York Times abría su noticiario digital e impreso con un revelador reportaje sobre los potenciales conflictos de intereses internacionales de la familia Trump. El diario arrancaba con un caso sensacional, el del promotor inmobiliario filipino, José E. B. Antonio, nombrado en octubre enviado especial a los Estados Unidos por el presidente de Filipinas. Antonio acaba de construir una torre de 57 pisos y 150 millones de dólares en el distrito financiero de Manila. Su socio en esa promoción es... Donald J. Trump. Ahora, ambos socios pueden verse en la Casa Blanca, cubiertos por sus cargos políticos.

El presidente electo de los EE.UU. tiene negocios parecidos en más de 20 países.

Este conflicto debía ser el tema informativo de la semana, junto con las dificultades y enredos que Trump tiene y provoca para nombrar a los cargos de su gobierno, una operación tan caótica como su campaña electoral, que tuvo tres directores en los seis últimos meses. Por citar un caso: su asesora principal, Kellyanne Conway, criticaba a Mitt Romney minutos después de que acabara la reunión de este con Trump, que lo sondeó como Secretario de Estado. Y así todo.

La semana, pues, se preveía caliente y en contra. ¿Qué ha hecho Trump? Distraer la atención con un simple tuit:

("Además de ganar el Colegio Electoral por paliza, he ganado el voto popular si restáis a los millones de personas que votaron ilegalmente").

Es una acusación gravísima sin ningún fundamento ni prueba. Pero hizo su efecto: todos los medios fueron detrás de la frase como posesos. Algunos incluso la reprodujeron sin contexto ni aclaración, perfecto para Trump:

Naturalmente, el potencial marrón entre los negocios del promotor inmobiliario Trump y el presidente Trump quedó enterrado. ¿Quién se interesa por un asunto tan complejo si puede distraerse con una (nueva) astracanada presidencial?

Para remachar el clavo, Trump aprovechó la muerte de Fidel Castro, al día siguiente, para lanzar una advertencia al gobierno cubano en la misma línea explosiva de siempre:

("Si Cuba no quiere ofrecer mejor condiciones a los cubanos, a los cubanos/americanos y a los EE.UU. en conjunto, romperé el acuerdo")

Trump alude a la reciente decisión por la que los EE.UU. han abierto embajada en La Habana y permiten viajes a Cuba. Toda la prensa ha ido detrás de este tuit para decir qué malo que es Trump, etcétera. Casi nadie recuerda que la política exterior de los EE.UU. se decide sobre todo en el Congreso y que Trump puede enredar relativamente en las relaciones internacionales.

Este mismo martes ha vuelto a hacer idéntica maniobra, en este caso en un asunto en que el Presidente tampoco puede influir, pues hay doctrina del Tribunal Supremo al respecto (se considera un acto protegido por la libertad de expresión):

("No debería permitirse a nadie quemar la bandera americana. Si alguien lo hace tendría que sufrir las consecuencias, como perder la ciudadanía o un año en prisión")

Seis minutos antes de publicar este tuit, The Wall Street Journal, biblia informativa del mundo financiero, había colgado en su web un reportaje sobre los conflictos de interès de Jared Kushner, marido de su hija favorita, Ivanka. Lo explica una periodista del Journal:

Todo eso es absurdo y no tiene ningún sentido en el ordenamiento institucional y legal de los EE.UU. Pero eso a Trump le importa un rábano. Él busca distraer y ha descubierto un sistema infalible, aprovechándose de las rutinas y el papanatismo de los medios y la codicia de las empresas informativas, asediadas por la crisis. Trump significa negocio.

Jack Shafer, un comentarista de Politico.com, compara la actitud de empresas informativas y periodistas con el perro de Pavlov: Trump toca la campana en Twitter y todos salivan. ¡Audiencia, audiencia! ¡Clics, clics!

Ortro tanto pasó el 19 de noviembre. Los noticiarios hablaban de una serie de tuits de Trump contra "Hamilton", un éxito de Broadway, después de que los actores de este musical leyeran un texto reivindicativo ante el vicepresidente electo, Mike Pence, presente en el teatro. ¿Qué quería esconder Trump? Que apenas unas horas antes había acordado pagar 25 millones de dólares para que más de 6.000 personas retiraran las demandas por estafa presentadas contra la Trump University. Naturalmente, en todas las teles el foco se lo llevó la disputa con el teatro. La información sobre su embrollo judicial pasó casi desapercibida, y eso que era la primera vez en la historia que el orgulloso Trump dejaba de disputar un caso en los tribunales.

La fórmula secreta

"Es muy simple", dice Trump en el mencionado libro. "Si compro un anuncio de página entera en el New York Times para dar a conocer un proyecto, me puede costar 40.000 dólares. La gente tiende a ver la publicidad con escepticismo. Pero si el Times escribe una historia de una columna más o menos positiva sobre una de mis promociones, no me cuesta nada y vale mucho más que 40.000 dólares".

Más adelante, añade: "El secreto para promoverse uno mismo es la fanfarronada. Yo juego con las fantasías de la gente. Muchos no se pueden ver a sí mismos como gente de éxito, pero se emocionan mucho con lo que tienen. Por eso un poco de exageración no viene nunca mal. La gente quiere creer que alguna cosa es la mayor, la más fuerte, la más espectacular. Yo llamo a eso la hipérbole veraz. Es una manera inocente de exagerar y una fórmula muy eficaz de promocionarse".

Trump, que ha demostrado capacidad para distraer a la mejor prensa del mundo con sus tuits, debe estar acordándose del que le dedicó Hillary Clinton en campaña:

("Un hombre al que puedes picar con un tuit no es alguien a quien podamos confiar las armas nucleares")