Sirât no es una película. Es un recuerdo sensorial. Se ancla a la misma parte del cerebro que retiene el primer cebollón por un peta, aquél beso en el cámping cuando los amigos dormían o, claro, el cuatro por cuatro magnético de cuando uno descubre el tecno. No me he dado cuenta que Sirat  es magnífica hasta que, en una playa de Altafulla donde buscando tranquilidad me topé con muchísima juventud y patatas Lays, empezó a sonar un bafle barato con música zapatillera. Al mismo tiempo que se me movía el pie, me vino en la cabeza la orquesta monumental que ha producido Pedro Almodóvar, ha premiado al jurado de Cannes y ha dirigido a Oliver Laxe.

🎥Oliver Laxe: "Los cineastas somos locos que pedimos amor de una manera muy neurótica"

🎭Sergi López: "No soy normal del todo, soy un caso especial"

 

Otro tipo de terror

Sirât es la historia de un hombre y un hijo que llegan a una rave perdida en el sur de Marruecos para buscar a la hija del primero, desaparecida desde hace meses en una fiesta interminable. El colocón termina con la llegada del ejército, movilizado ante un ataque militar. A partir de aquí, el texto se detiene y empiezan las sensaciones. Algunas de ellas, muy extremas, explosivas, las guardo para el disfrute en las butacas de cine. Porque el film es un Mad Max de bombos gordos, lleno de planos evocativos y sensaciones que no sé cómo carajo están filmadas para ser tensas y emotivas y no una mezcla entre Jackass V o Lawrence de Arabia. La obra busca la verdad incluso en los actores, auténticos ravers; Sergi López, el más discretito es el único profesional del elenco. Pero va más allá del retrato del nomadismo fiestero de los sound system. Es un roadtrip sin excesiva trama, un western sin buenos y malos.

Es un Mad Max de bombos gordos, lleno de planos evocativos y sensaciones que no sé cómo carajo están filmadas para ser tensas y emotivas y no una mezcla entre Jackass V o Lawrence de Arabia

Es un viaje aterrador. Es, más que una peli, una serie de estados de ánimo con muy poca lazada argumental. Es un cuento psicodélico en que todo se fía al tecno, al baile y a la sorpresa. En medio del desierto. El director gallego, ya aplaudido por O que arde, ha abierto la veda hacia muchos mundos, algunos de ellos terroríficos para angustiaditos de ciudad como yo, con mi psiquiatra de la Teknon. Es una peli de mutilados reales. Física. Una forma distinta de hacer cine. Cine de golpes. Es otro tipo de terror. Un mal viaje de LSD es lo mejor que puede ofrecer. Si alguien va a buscar una historia, la vivirá con total indiferencia. Las sensaciones que perduran no se eligen. Quiero irme de esta playa. Me da miedo que me atrape aquí el fin del mundo. Aunque, a decir verdad, en el fin del mundo ya vivimos: motivos sobran para lanzarse al desierto, ¡a volar!