Poca gente debe existir en el planeta con un aura similar. Desde sus casi dos metros de altura, Oliver Laxe (París, 1982) desprende un magnetismo que se multiplica con un discurso pausado, clarividente, interesantísimo, perfectamente coherente con su obra. Nuestro hombre acaba de hacer historia, logrando el Premio del Jurado en el Festival de Cannes. Gallego nacido en Francia, hijo de emigrantes, formado en Catalunya (pasó por la Pompeu Fabra), residente en Marruecos durante doce años, y ahora vecino de la pequeña aldea de Vilela (Os Ancares), Laxe se ha convertido en uno de los cineastas más relevantes de España.
Es evidente que en estos últimos días, después del impacto que Sirât (que llegará a las salas catalanas el día 6 de junio) ha vivido en el festival más importante del mundo, su nombre ha salido de los márgenes del llamado cine de autor, y su figura ha empezado a ganar peso mediático. Pero Laxe lleva más de una décadasiendo señalado como uno de los grandes creadores cinematográficos de Europa. De hecho, y este es un dato bien trascendente, Cannes ya lo había galardonado con cada una de sus películas anteriores: su ópera prima, Todos vós sodes capitáns (2010) recibió el premio Fipresci en la Quincena de Cineastas; Mimosas (2016) se llevó el Gran Premio del Jurado en la Semana de la Crítica, y O que arde (2019) fue Premio del Jurado en Un Certain Regard. Ahora, con Sirât, ha competido en Sección Oficial, y ha logrado un reconocimiento histórico para el cine catalán.

En Sirât los espectadores se encontrarán muchas curvas, mucho riesgo, y unas vistas muy bonitas. Pero sobre todo tendrán la oportunidad de mirar dentro de ellos. Y bien, a veces no es bonito mirar dentro de uno mismo, pero sí es necesario. Es un viaje duro, pero también amoroso
Porque, efectivamente, Sirât es una coproducción catalana, y el cineasta hace bandera de ello: "Yo estoy muy agradecido a Catalunya por todo. Finalicé mis estudios en la UPF durante dos años, y la Filmoteca de Catalunya ha sido una institución muy importante para mí. Y en cuanto a Sirât, gran parte de mi equipo es catalán y lo he conocido aquí, cuando estudiaba en la Pompeu Fabra”, explica hablando en un catalán que aprendió en aquellos tiempos de estudiante. Y continúa, vinculando la singularidad de las voces gallegas y catalanas: "En Galicia somos más periféricos, estamos más lejos de Europa, y ahora estamos más desacomplejados, en una fase de querernos más, de lanzarnos más al abismo, y de confiar más en nosotros mismos. Ha habido muchas sustituciones nobiliarias, digamos que antes las clases altas, las élites, nunca eran gallegas, siempre eran de fuera. Las élites económicas también. Y teníamos como esta vergüenza de ser gallegos que pienso que es tan trascendente. Y mi relación con otra periferia como Catalunya es constante. Entre otras cosas, porque comprenden mi sensibilidad como gallego. España es un estado hecho de sensibilidades muy diferentes. Les periferias son centro, y el centro es periferia. Y todo eso lo considero muy hermoso”, afirma.
Radical y explosiva, Sirât sigue la peripecia de un hombre (Sergi López) y su hijo pequeño (Bruno Núñez, visto en La Mesías), en busca de la hija desaparecida meses atrás: las pistas les llevan hasta una rave en pleno desierto de Mauritania. Y acabarán compartiendo camino con un grupo de asistentes a esta fiesta del techno, todos ellos inadaptados, marginales, una especie de piratas contemporáneos antisistema. En esta frontera entre el Cielo y el Infierno que un intertítulo advierte al inicio de la película, Sirât es toda una experiencia para el público que no se parece a ninguna otra: “En Sirât los espectadores se encontrarán muchas curvas, mucho riesgo, y unas vistas muy bonitas. Pero sobre todo tendrán la oportunidad de mirar dentro de ellos. Y bien, a veces no es bonito mirar dentro de uno mismo, pero sí es necesario. Y bueno, es un viaje duro, pero también amoroso”.
El otro día repasaba los cineastas españoles premiados en la Sección Oficial del Festival de Cannes y salían nombres como Saura, Erice, Buñuel, Almodóvar... ¡y ahora Laxe! Palabras mayores! ¿Qué piensas?
¡Me abruma! Pero al mismo tiempo está bien, es necesario aceptarlo, ¿no? Hemos trabajado mucho y, tengo... tenemos una responsabilidad y la asumimos.
Ya habías estado en Cannes y te habían premiado con tus anteriores películas. Pero la experiencia de este año habrá sido muy especial...
Cuando te seleccionan en competición oficial, la proyección es más fuerte, más contundente. Allí está toda la cinéfilia mundial y todo el gremio del cine, muy pendiente de todo. Pero la respuesta de este público ha superado todas mis expectativas. Ha sido una locura. Una película te puede gustar o no, pero la embriagadez física de esa gente, que ven quinientas películas al año, y que estaban poseídos por Sirât... Y hay gente a la que no le gustó la película, y es normal, pero ellos también hablaban de ella como un artefacto diferente. Sirât es una película, sí, pero también es una ceremonia cinematográfica, un rito de paso, y una forma de conectar con uno mismo.
En la rueda de la prensa de Cannes dijiste que hacías películas para que las imágenes pervivieran. Y con Sirât... ¡vaya, si se te quedan en la cabeza!
Yo confío en el cine y en las imágenes, porque, como espectador, hay muchas veces que veo una película que no me gusta, pero, extrañamente, meses después, sus imágenes me retornan a la cabeza. ¿Y qué es una imagen? ¿Cuál es el poder de una imagen? ¿Cuál es la fuerza tectónica, esencial, de una imagen? Hay imágenes que no son benéficas, pero otras creo que, cuando la coordinación entre las imágenes es positiva, pueden resultar muy sanadoras para el espectador. Y después... los seres humanos no solamente somos cabeza, no solamente somos mente, no solamente somos nivel de percepción lógico-racional. Y este es un poco el problema que tenemos hoy, que estamos todo el rato aquí (se señala la cabeza). Lo que más me gusta del cine es dejar fuera este nivel de percepción, e invitar que otros niveles de percepción, como la piel o el corazón, trabajen en paralelo con la cabeza.
Es un hecho que Sirât es una película muy sensorial. ¿Es lo que buscabas?
No es que lo buscara, es que yo soy un cineasta de imágenes. Es lo que habita dentro de mí. A mí me gustan mucho las imágenes y todo lo que tiene que ver con la sensualidad de la imagen: sonido, fuego, música... y es en estas asociaciones donde pienso que soy bueno. Y después me rodeo muy bien. Yo no soy un súper narrador, ni un gran gestor de actores, pero el cine es un trabajo de equipo. Y sí creo que tengo muy buenas intuiciones, intuiciones formales, de cómo mezclar universos, de cómo evocar cosas, de cómo restituir la ambigüedad, la polisemia del mundo. Así que no es que busque nada, simplemente se trata de aceptarme, de asumirme, ¿no? Esto es lo que me gusta y lo que hace que me tire al abismo. Y pienso que... bueno, tengo mucha fe en que la vida siempre es generosa cuando tú eres valiente, cuando te tiras al abismo. La vida te lo pide, y yo soy de esos locos enamorados que se lanzan al abismo.

Creo que el artista no debe tener miedo. Yo hice esta película como si fuera la última, sin medir nada, sin hacer cálculos. Asúmete, haz la película que crees que debes hacer con todas las consecuencias
En este sentido, la pervivencia de las imágenes no sé si no es especialmente complicada en un momento en el que todo va muy rápido, en el que se estrenan muchísimas películas, y muy pocas permanecen en nuestra memoria. Y el algoritmo manda mucho, casi todo está cortado por el mismo patrón. Y no es muy frecuente que nadie se tire a la piscina.
No, no es frecuente, y creo que es normal. Porque todos tenemos mucho miedo. Pero el artista tiene la capacidad de conectarse con la belleza, y de tener mayor serenidad... Creo que el artista no debe tener miedo. Yo hice esta película como si fuera la última, sin medir nada, sin hacer cálculos. Asúmete, haz la película que crees que debes hacer con todas las consecuencias. No es fácil, esta película es muy arriesgada. Quienes la vean se dará cuenta. Con todo lo que se mezcla: una comunidad, la de los raveros, que han sido siempre muy denostados por los medios de comunicación y por la sociedad... Y es toda una comunidad que admiro mucho. O el mundo del Islam, por ejemplo. Hay algo muy radical en los mundos que mezclo en la película.
Pese al aire apocalíptico y las hostias que pega la película, se nota que tú, como director y guionista, debes tener mucha fe en el género humano.
Muchísima, muchísima. Todos hacemos lo que podemos. Yo pienso, tengo una absoluta certeza en mi corazón, que cuando el ser humano está en situaciones límites, puede sacar lo mejor de sí mismo. Estoy convencido. Y ahora mismo existen muchos seres humanos que están destacando sus valores por encima de su ego. Que tú defiendas tus valores por encima de todo, y que tengas esa fe... si haces el camino correcto siempre habrá premio.
Creo que Sirât, pese a ser cine de autor, tiene un enorme potencial en taquilla. Y, de hecho, cuando Neon la compró para distribuirla en Estados Unidos, apuntaba a la conexión con el público joven. ¿Crees que realmente puede haber un salto en la percepción que pueda tener la gente de ti?
Yo siempre pienso en el público, siempre, siempre. Otra cosa es que yo no haya tenido los medios, o la experiencia en el oficio, para poder hacer un cine, digamos, popular. Pero a mí, lo que me gusta del cine, es esa mezcla de alta cultura y cultura popular, que me parece preciosa. Luego, debo decir que O que arde sí fue una película que funcionó comercialmente... Es la película más vista en Galicia. Yo soy un director gallego, tengo mi misión en Galicia, y ahí, gente que no era cinéfila fue a verla. Y es así, yo creo que siempre hay una noción de servicio. Yo no busco ser un autor, creo que un autor es una consecuencia. Yo lo que quiero es servir sin engañarme. Como cineasta, debo pensar cómo puedo hacerlo para que el espectador se suba conmigo a mi caballo. Cómo hago para desmontar, y ayudar al espectador a montarse, y cuando esté a mi lado ya iremos hacia donde yo, como cineasta, quiero conducirle. Pero es importante esa generosidad. Y creo que en Sirât hay elementos de género, el suspense, todo lo que nos gusta del cine popular. También del cine norteamericano...
Podríamos hablar de aventuras, de western...
¡De western o, en mi caso, de eastern! (ríe) Porque siempre voy hacia Oriente, no a Occidente. Sirât es un viaje físico, pero también metafísico... un viaje a nuestro propio Oriente interior, el de todos nosotros. Conecta un poco con toda la tradición Artúrica, de la búsqueda del Santo Grial, ¿no? Hay ese objeto mítico que buscas y que te das cuenta de que está en tu interior. Más que una aventura física, es una aventura espiritual.

Yo siempre pienso en el público, siempre, siempre. Otra cosa es que yo no haya tenido los medios, o la experiencia en el oficio, para poder hacer un cine, digamos, popular. Pero a mí, lo que me gusta del cine, es esa mezcla de alta cultura y cultura popular, que me parece preciosa
Tengo la sensación de que, con Sergi López, se han encontrado dos antisistema. Aunque sea por vuestra manera de estar dentro de la industria, sois dos raras avis. ¿Te sientes así?
(ríe) ¡Sí, es una buena reflexión! Los dos tenemos obra gracias a Francia y a la cultura del cine que hay en Francia. Para mí sería muy difícil estar donde estoy sin el Festival de Cannes. El artista, y Sergi López es muy artista, no es solamente un actor, el artista pasa entre dos arquetipos: puede ser el terrorista o el santo. Puede tener una inadaptación muy fuerte hacia el mundo, que es una distancia muy necesaria para mirar. Y después también puede estar dentro del arquetipo del santo, y sentir el mundo como si él mismo fuera ese mundo, con una fusión total y absoluta con la gente y con la realidad. El artista bascula entre estas dos energías, y yo creo que ambas me habitan. Y que mi cine tiene una mezcla de la mirada desde el exterior, que siempre está ahí, pero también una embriaguez de estar conectado con todo, con la naturaleza, con las caras de la gente que filmo, con sus heridas.
Termino, y ya que tienes el Premio del Jurado aquí delante... ¿qué se siente cuando dicen tu nombre y subes esas escaleras para recogerlo?
Bien, estábamos preparados porque sonó toda la semana como la película del festival y estábamos en todas las quinielas, también para ganar la Palma de Oro. Pero cuando eres cineasta, lo importante más allá de los premios es la conexión con el espectador. Esto es lo que importa verdaderamente. Es lo que hace que tu trabajo tenga sentido. Cuando estrenas una película existe un diálogo muy fuerte con la vida, es muy fuerte. O sea, ¿cuál es el sentido de hacer películas? Estamos locos, los cineastas, ¿no? Hacer una película es muy complicado y muy neurótico. Es una forma de pedir amor, y de forma muy neurótica. ¡Mira lo que hago, ámame! Es lo que pedimos a los espectadores. Y en la vida hay formas más fáciles de tener amor. Y el premio es muy especial, porque para mí esto (señala el Premio del Jurado) es un capital simbólico. Mi próxima película será más radical, más libre, más loca y más amorosa. Hemos entendido el mensaje de la cinefilia internacional: han valorado la valentía, y ese es el camino. Hay que echarse otra vez al abismo, porque siempre hay una red. No la vemos, pero la red siempre está ahí.