Es un día como cualquier otro. No hay nada diferente en el aire de la sala de profesores ni en las charlas de los pasillos. Das las clases. Hay risas, como siempre, y alguna pelota que rebota clandestina dentro del edificio. Y tú no puedes intuir que aquel día de aquel curso, como en una pequeña revolución en que los jóvenes se han liberado de las sombras de la caverna, soltarán la cuestión que es el hueso de todas las cosas. Ellos hacen la pregunta convencidos de su singularidad, inconscientes de que se trata de una interpelación que ya han hecho los predecesores que se han sentado en sus mismas sillas (yo recuerdo la mañana de sublevación en mi aula de instituto) y que un día también creyeron haber llegado a un punto de no retorno: "Profe, ¿y esto que estamos haciendo para qué sirve?".

No puedes intuir que aquel día de aquel curso, como en una pequeña revolución en que los jóvenes se han liberado de las sombras de la caverna, soltarán la cuestión que es el hueso de todas las cosas

Cambio de perspectiva

Y entonces sientes el eco del eco de la formación de profesorado, de las situaciones de aprendizaje, de las secuencias didácticas, de las programaciones. Cuando llega este punto de inflexión, en una clase, te tienes que poner de buenas. Primero, te tienes que alegrar de que se les planteen dudas, que sean críticos, que no sean pequeños autómatas que siguen tus órdenes por la lógica jerárquica del aula. Quiero decir, es estimulante que el aprendizaje esté vivo y se mueva. A mí lo que me inquieta, sin embargo, son los términos en que lo plantean: la utilidad del conocimiento, la aplicación, el rendimiento. Que sea beneficioso, funcional en una situación concreta y próxima y que, por lo tanto, eso valide su esfuerzo. ¿No os habéis planteado, si tuvierais tiempo, en cuántas asignaturas de carreras que no hicisteis os apuntaríais? O a cursos de pintura, de cocina, de baile. Cómo cambia, la perspectiva, cuando ya no hay nadie que te imponga el conocimiento y el currículum. Qué diferente, aprender desde el otro lado de la obligación.

Cómo cambia, la perspectiva, cuando ya no hay nadie que te imponga el conocimiento y el currículum. Qué diferente, aprender desde el otro lado de la obligación

Las respuestas, una vez llega este momento, pueden ser muy creativas. Yo les doy lengua y literatura catalanas. Les digo que la poesía les hará escribir las mejoras entradas de Instagram, que sirven para ligar, que los mecanismos de la literatura los harán apreciar mejor las series de Netflix. Como cosas inmediatas. Para ellos (y eso lo tiene la juventud y se lo  envidio siempre), el futuro es un lugar demasiado lejano. No los convence la trascendencia de decirles que quizás aprender sirve justamente para desaprender. Para ponerlo en duda todo igual que ponen las clases: las normas sociales, la política, la estructura del mundo. Para que no los engañen. Para que tengan opiniones. También es una buena opción ponerles el cortometraje Pipas, tres minutos de diálogo entre dos chonis: una está convencida de que su novio la engaña. Le ha dicho "Te amo Pi". Y claro, no tiene ningún sentido lo que le ha explicado de un número infinito. No parará hasta saber con qué Pilar le ha hecho el salto.

En esta lógica mercantilista que sobrevuela su pregunta, en la que la rentabilidad tiene que ser tangible de manera inmediata, no cabe la idea de que aprender cosas es interesante per se

A veces también opto por decirles que aquello que hacemos no sirve de nada. Pero, ¿y qué? A ver si todo tiene que servir para algo. A ver si un cuadro tiene que servir para alguna cosa o un poema tiene que servir para alguna cosa. Porque en esta lógica mercantilista que sobrevuela su pregunta, en la que la rentabilidad tiene que ser tangible de manera inmediata, no cabe la idea de que aprender cosas es interesante per se. Que el conocimiento no es un medio, sino que tiene valor en sí mismo. Leemos poemas que no sirven para nada, sí. Pero qué bonitos son.