Barcelona, 1 de diciembre de 1840. Hace 184 años. Josep Maluquer i Montardit, alcalde de Barcelona, firmaba la convocatoria de un concurso de proyectos urbanísticos para la expansión de la trama urbana de la ciudad en extramuros. El equipo de gobierno del alcalde Maluquer quería aprovechar el cambio de paradigma político producido por la victoria liberal en la I Guerra Carlista (1833-1840) para superar, definitivamente, el castigo impuesto por el régimen borbónico con la ocupación de 1714 que impedía a la ciudad derribar o, sencillamente, saltar las murallas, expandirse a extramuros y dar una solución a los graves problemas urbanísticos, arquitectónicos, sociales e higiénicos que afectaban la Barcelona de la época. Aquel concurso, que ganaría el médico e higienista Pere Monlau —y que quedaría inédito— sería el precedente más remoto del Plano Cerdà de expansión urbanística.

Vista de Barcelona obra de John Stridbeck (1740). Font Cartoteca de Catalunya
Vista de Barcelona obra de John Stridbeck (1740). Fuente Cartoteca de Catalunya

¿Cómo era la Barcelona de 1840?

La Barcelona de 1840 estaba recluida en el interior del anillo de murallas medievales; y la trama urbana estaba sometida a unos niveles inauditos de estrés. Para tener una idea de lo que eso representaba diremos que desde la construcción del tercer anillo de murallas (la que abrazaba el Raval, construido durante el siglo XIV) hasta 1714, el volumen máximo de población que había albergado el espacio intramuros era de 50.000 habitantes (1348, la víspera de la Peste Negra). Entre 1351 (remisión del primer gran brote de aquella pandemia) y 1714 (ocupación borbónica de la ciudad), el espacio intramuros de Barcelona albergó una población que oscilaría entre los 28.000 habitantes (siglo XV) y los 40.000 vecinos (1714). En 1840, en el interior de aquel mismo espacio, vivían 225.000 personas (cuatro veces y media la población de la punta que marcaba el máximo demográfico anterior a 1714).

Vista de Barcelona obra d'Alfred Guesdon (1856). Font AHCB (Arxiu Històric de la ciutat de Barcelona)
Vista de Barcelona obra de Alfred Guesdon (1856). Fuente AHCB (Arxiu Històric de la ciutat de Barcelona)

Casas, conventos, cuarteles y fábricas

Este impresionante incremento poblacional (450% en el periodo 1714-1840); que, excepto la urbanización de la Barceloneta, y por las razones anteriormente mencionadas no vino acompañado de la habilitación de espacios nuevos para construir; se había complicado extraordinariamente con la profusión de grandes espacios ocupados por conventos, cuarteles militares y fábricas. Los reveladores grabados del arquitecto bretón Alfred Guesdon (Nantes, 1808-1876), realizados durante la década de 1850, nos ilustran una Barcelona totalmente ceñida por la muralla y con una trama urbana terriblemente densificada que no distinguía los espacios de uso residencial de los de uso industrial. La imagen que Guesdon nos transmite de aquella Barcelona de mediados del XIX, inspira una caldera de vapor sometida a una gran presión que amenaza con reventar en cualquier momento.

¿Dónde se localizaban los "barrios industriales de Barcelona"?

Otra vez los grabados de Guesdon nos señalan las calles intramuros donde se concentraban las fábricas. Las chimeneas que dibuja al arquitecto bretón, que escupen un amenazador humo negro, delatan que aquellas fábricas (que ya habían incorporado el vapor como fuerza motriz) se concentraban en el extremo oeste del Raval (calles de la Riera Alta, de la Riera Baixa, del Hospital, de la Cera, de la Lluna, del Lleó y de Tallers). Y, también, en el extremo norte del Born (calles del Comerç y del Rec Comtal). Estas calles y los de sus alrededores eran los más insalubres de la ciudad. El mismo Monlau, ganador de aquel primer proyecto inédito, insistió mucho en que los vapores que producían las máquinas y los humos que escupían las chimeneas eran altamente nocivos para la salud de las personas que vivían en los alrededores de aquellas fábricas.

Dinàmica de resituació de les fàbriques de Barcelona. Font Museu d'Història de Barcelona
Dinámica de resituación de las fábricas de Barcelona. Fuente Museu d'Història de Barcelona

Las dificultades para sacar las fábricas a extramuros

La misma imposición punitiva borbónica que impedía la ciudad saltar la muralla, prohibía el cultivo y la edificación en torno a la ciudad en la distancia que podía abarcar una bala de cañón. De nuevo, los grabados de Guesdon (o, incluso, los planos del ejército español) nos ilustran una corona totalmente yerma en torno a la ciudad. Por lo tanto, trasladar las fábricas fuera del recinto amurallado no era una tarea fácil. Había que buscar terrenos más allá de esta corona yerma, que obligaría a los obreros a largos desplazamientos a pie. A todo eso, se sumaba la necesidad de encontrar estos terrenos sustitutorios cerca de las conducciones de agua (las rieras que bajaban de Collserola en el mar o el Rec Comtal) y la obligación de limitar el horario de la fábrica, porque las puertas de las murallas se cerraban a hora oscura y los obreros tendrían que terminar muy temprano.

Las primeras fábricas en extramuros

En las otras ciudades industriales de Catalunya, como Reus, la situación no era mejor, sino que era a escala (Reus, segunda ciudad de Catalunya, albergaba 30.000 habitantes). Ahora bien, la introducción del vapor en el proceso de fabricación (1835) que había contribuido, enormemente, al deterioro de las condiciones de salubridad y de higiene de los vecinos del Raval y del Born, paradójicamente sería el detonante que impulsaría los primeros traslados a extramuros. La explosión de varias calderas de vapor en algunas fábricas de la ciudad provocaron una oleada de temor que abarcó el conjunto de la sociedad. De las más de 400 fábricas que había en Barcelona en 1835, siete años más tarde, en 1842, casi el 20% ya habían salido de la ciudad: 41 se habían establecido en Gràcia; 27 en Sant Andreu de Palomar; 4 en Sant Martí de Provençals y 3 en Horta.

Màquina de filar anglesa Jenny. Font Musée d'Arts et Metiers. Paris
Máquina de filar inglesa Jenny. Fuente Musée d'Arts et Metiers. París

La continuidad industrial

La industria textil catalana del XVIII había ostentado un liderazgo indiscutible gracias a su capacidad de adaptación y de innovación. No solo se habían adaptado a un entorno geográfico limitado y a un régimen político hostil; sino que habían introducido las innovaciones tecnológicas más avanzadas (la máquina de calar inglesa) y habían creado propias que serían adoptadas por todos los fabricantes europeos. Sin embargo, en un contexto cambiante, de crisis recurrentes, de revoluciones sociales, de cambios tecnológicos, en buena parte provocados por el cambio de modelo económico hacia una sociedad capitalista, la condición de capital fabril que ostentaba Barcelona no garantizaba la continuidad industrial. En 1834, al amanecer de aquellos cambios, un redactor del diario El Vapor se preguntaba "Qué nos queda a los catalanes para suplir la pérdida de América y encarar la delicadeza y la finura de los géneros elaborados más allá de los Pirineos?: nuestro ingenio, nuestro corazón y nuestra lanzadera".

Vista de Reus (principis del segle XIX). Font Centre Municipal de la Imatge Mas Iglesias. Reus
Vista de Reus (principios del siglo XIX). Fuente Centre Municipal de la Imatge Mas Iglesias. Reus