La segunda jornada de un festival es potencialmente siempre la más dura para el asistente medio. El oasis prometido el primer día, con una calculada campaña de aftermovies y posts pagados por marcas, donde una aparente desconexión te llevaría a un universo de gozo y desenfreno, ha dado paso a la más cruda realidad. Después de un primer intento por ubicar todos los escenarios, buscando la forma de reencontrarte con amigos sin cobertura, calculando el ángulo perfecto para tener una mínima visibilidad del escenario que te confirme que el artista que estás viendo en las pantallas realmente está ahí en persona, buscando cómo volver a casa en menos de dos horas… la sensación es la de estar en una carrera de fondo para la que nadie te ha entrenado. Te despiertas con dolor de pies, una ligera resaca y sin tener muy claro cómo pudiste perderte ese concierto que todo el mundo afirma que fue el mejor del festival. Pero no te queda otra que seguir. Has pagado por todos estos artistas y es hora de disfrutar. Te mereces disfrutar. TIENES QUE DISFRUTAR LO QUE QUEDA DE FESTIVAL. Te prometes no beber tanto, moverte de forma más inteligente. Te miras al espejo, suspiras y a la calle, que hay que llenar el recinto.

Primavera Sound 2025 / Foto: Carlos Baglietto
En este viaje colectivo que es el Primavera Sound, el viernes 6 de junio venía liderado por la neo Betty Boop Gen Z, también conocida como Sabrina Carpenter
En este viaje colectivo que es el Primavera Sound, el viernes 6 de junio venía liderado por la neo Betty Boop Gen Z, también conocida como Sabrina Carpenter. De las tres propuestas de las Supernenas cabezas de cartel, la más tradicional. Pop de fórmula, pop de hits, pop para listas, pop para ganar un Grammy, pop que no arriesga pero gusta, pop de esa canción que podría ser tuya o de la nueva estrella manufacturada del año que viene. Ejecución impecable, vestuario exquisito, todo milimetrado de forma exhaustiva para ser espléndido. Pero no todo el mundo está preparado, o tal vez no quiere, o sencillamente no le interesa, sumergirse en esa perfección. Hay que buscar alternativas, elegir nuestra propia aventura.

Daba igual a qué hora te acercaras a la entrada, fueras a la barra o quisieras ir al baño: todos esos guiris anglosajones con los que ya tuviste que convivir el día anterior habían llegado antes que tú. Lo que parecía un sueño febril patrocinado por los más fans de Salou, se repetía de nuevo con más claridad que nunca. Los locales éramos minoría. Una minoría tan ridícula que, al acercarte a la barra, cuando los camareros escuchaban catalán, se creaba una alianza de comprensión y familiaridad. No estábamos solos, aún quedaba alguien que no iba repitiendo aquello de Barselouna best city in the world. Pero eran tantos que parecía prácticamente imposible que todos hubieran podido llegar en los aproximadamente 750 vuelos low cost que aterrizan diariamente en el aeropuerto de Barcelona. Te cruzabas con algún conocido y bromeabas: ¿dónde los guardan cuando el festival se acaba? Pero por desgracia todos sabíamos que dormían en los pisos que los locales no podemos permitirnos. No podemos olvidar que, según datos del Observatorio Metropolitano de la Vivienda de Barcelona, en el tercer trimestre de 2024, el 50,4% de los anuncios de alquiler en la ciudad eran de temporada, mientras que antes de la aprobación de la ley estatal de vivienda representaban entre el 11% y el 32%. ¿Y quiénes somos nosotros para exigirle a nuestro festival favorito que no aproveche la ocasión y suba el precio de los abonos más de un 30% respecto al año anterior para rascar los bolsillos de los visitantes festivaleros? Al fin y al cabo, el precio a pagar por hacerlo solo es convertir progresivamente el festival en algo menos accesible para los residentes del Estado.

Pero tenemos la gran suerte de que la música no entiende de fronteras, es un lenguaje universal. La programación de esta jornada tenía un poco de todo. TV On The Radio hizo enloquecer a los fans que se construyeron a su medida a golpe de blog con himnos de art rock que ya son atemporales, como Wolf Like Me o Staring at the Sun. Y el regreso, con nuevo disco tras quince años sin lanzamientos, de Stereolab, demostró cómo han sido una banda clave para entender el avant-pop y la hibridación de estilos. A pesar de contar con menos público del que merecían, lograron hipnotizar incluso a quienes solo se acercaban por curiosidad.

Cabe destacar que, antes de la trascendencia de Beach House y el lleno de Carpenter, Mordor estuvo en manos del rock. Concretamente, del rock con voces femeninas. Desde Reino Unido, Wolf Alice —una confirmación de última hora—, y directamente desde Los Ángeles, Haim, mostraron el poder de las guitarras. Estas últimas lograron hacer de la presentación de su nuevo disco, I Quit, una de las experiencias más divertidas y virtuosas de la noche.
Elegimos un pogo
Y ya entrada la noche, era hora de los actos que pasan a la memoria colectiva. Pocas bandas nacionales han tenido el privilegio de tocar a la misma hora que Carolina Durante. Bueno, el privilegio y el pulso de competir con la cabeza de cartel de la noche. Pasadas las doce, los asistentes podían elegir entre ver a los madrileños o a Sabrina Carpenter. Elegir a los primeros podía parecer un acto de resistencia simbólica, pero también era una estrategia maravillosa para evitar el colapso de la gran explanada de césped artificial, como ya se vivió la noche de Charli XCX, donde los baños colapsaron, encharcando todo el suelo y creando colas imposibles de más de media hora, y las barras eran prácticamente inaccesibles. Elegimos pogo, claro que sí.

Un sentimiento de pertenencia cruzaba todo el público. Era nuestro momento. Ni un sorry lad, ni un sorry mate, solo amigos y simpatizantes del pop-rock madrileño
Los de la Meseta vinieron con todo. No tienen treinta años y ya casi se han roto. El hecho de que su frontman, Diego Ibáñez, se hubiera operado hacía apenas unas semanas de la rodilla, y tuviera que subir en silla de ruedas y actuar con muletas, no frenó la energía ni arriba ni abajo del escenario. Un sentimiento de pertenencia cruzaba todo el público. Era nuestro momento. Ni un sorry lad, ni un sorry mate, solo amigos y simpatizantes del pop-rock madrileño. Elige tu propia aventura, Tomé Café —no confundir con el Expresso americano—, Ahora sí que sí, Joder, no sé. Un puñado de los llamados himnos generacionales que llegaron acompañados de cañones de confeti. Las canciones inspiradas en vivencias en Barcelona fueron los puntos más álgidos. Pero si algo evidenció el triunfo de los cuatro chavales —ahora apoyados por una escenografía en forma de oficina y un acompañamiento de cuarteto de cuerda y trompeta dignos de cualquier artista internacional de esta edición— fue el bis en el tramo final de Probablemente tengas razón. A pleno pulmón y a cappella, todo el mundo comenzó a repetir el ya icónico ¿qué nos ha pasado, si no ha pasado nada? Una euforia colectiva desde el dolor, absolutamente extasiante. Así que cuando Ibáñez bromeó sobre la rivalidad entre los fandoms de ambos conciertos —“Creo que hemos ganado, ¿no?”—, solo se podía responder que sí. Durante poco más de una hora, los locales habíamos ganado, habíamos hecho nuestro el concierto y habíamos recordado que el Primavera Sound también es cosa nuestra.

La noche continuó con conciertos como los de Wet Leg o momentos extraordinarios para los más melómanos, como la actuación del grupo de witch house, Salem. Pero nada se sintió tan como en casa como la actuación del grupo que, en su día, tuvo el peor horario del festival en el escenario más pequeño, y que ahora regresaba siendo unas absolutas estrellas del rock.