La noticia, al leerla, me ha impactado. Decía alguna cosa así como los chips escasean. Y que los chips escaseen no afecta sólo en un ordenador, sino a, yo-qué-sé, una cámara fotográfica o un puto coche. Y también, muy probablemente, en un sintetizador y Robocop (?)

La vida en un chip

La dependencia hacia la tecnología es tan flagrante en todos los ámbitos que ya nos podemos poner las pilas (si es que quedan). Sin ir muy lejos, en el mismo gremio de los músicos dependemos absolutamente de la informática para componer, grabar... Todos y cada uno de los procesos que llevamos a cabo para hacer nuestro trabajo dependen de los chips.

Si los chips se acaban y consecuentemente dentro de 20 años nos vemos obligados a ser todos un poco amish... De qué nos está sirviendo todas aquellas horas que invirtamos por internet en aprender a dominar a todos y cada uno de los procesos informáticos.

¿Quizás no sería más inteligente comprarse un acordeón o una melódica e ir modelando la música tradicional del futuro, aparte de empezar a cultivar un huerto y construirnos un búnker lleno de armamento y munición suficiente para encarar una invasión zombi cualquiera?

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Amish, una sociedad que no tiene problemas de chips. Foto: Wikipedia

La tierra es plana

¿Y qué me decís aprendas a ir a caballo? Estamos tan aturdidos en el barro del presente, en las polémicas estériles, que no somos capaces de ver, colectivamente, no sólo que la vida humana a la Tierra tiene los días contados, sino que la agonía será bien triste.

Me queda un consuelo, sin embargo. Cuando ya no nos quede nada más que los lamentos y ya no funcione ni el Internet, llegará el momento de la venganza boomer: todos aquellos nacidos antes de los 90 podremos recordar cómo nos comíamos en el mundo sin consultar la red de redes. Sacaremos los mapas de los armarios y las brújulas de las fiambreras y recuperaremos el timón de la nave.

Lo haremos aunque sea para conducirla de primera mano hacia el fin del mundo, que sería la hostia que fuera una cascada infinita o la pared de un decorado y nos diéramos cuenta de que los terraplanistas tenían razón, en el último suspiro, y que ya no nos quedaría ni el consuelo de haber vivido moderadamente conscientes el milagro de la existencia.